lunes, 31 de enero de 2011

UNA RÁFAGA DE AIRE FRESCO CON OLOR A JAZMÍN


********** ********** I ********** **********

Aquella mañana madrugó. Se aseó y se vistió deprisa. Bajó las escaleras canturreado. Cuando llegó al comedor alguien había madrugado mas que ella.
-Buenos días, Ana. -Dijo con voz alegre.
-¿A dónde vas tan temprano? Sabes que debes descansar mas, el doctor dice que...
-No me riñas,Ana, ya lo sé, pero es que hoy me siento llena de vitalidad. -Dijo aspirando profundamente todo el aire que le cupo en sus pulmones.
-Bien, ya eres mayorcita para saber lo que tienes que hacer, pero deberías cuidarte mas.
La miró, verdaderamente aquella mañana se la veía llena de vida.
-¡Vamos! sientate,Irene, te prepararé el desayuno en un momento.
Irene hizo caso a su hermana mayor, eligió una silla de las que se hallaban alrededor de una mesa situada delante del ventanal y se sentó.
Contempló el jardín, la hierba de color verde intenso formaba una enorme alfombra salpicada de flores de todos los colores, y se mostraba brillante por la humedad causada por el rocío de la madrugada.
Vio como unas palomas se posaban sobre aquel colorido tapiz y se levantó para verlas mejor. Picoteaban el suelo ajenas a la mirada de Irene.
-¡Ay, palomitas! ¡Como me gustaría poder volar como vosotras!. -Suspiró
Estaba tan entretenida observando a las aves que no se dio cuenta de que su hermana la contemplaba desde la puerta.
-¡Dios mio, es tan joven, tan hermosa y buena...! Jamás ha hecho daño a nadie, no se por que El la castiga de esta forma... Si en el mundo hay alguien que se merezca vivir es ella.
Este pensamiento había venido tantas veces a su mente... y nunca le encontraba respuesta.
Irene, desde muy pequeña, había estado enferma. Ana siempre había tenido que cuidar de ella, pero no le importaba, había sido su segunda madre y le encantaba velar por ella. Tan apenas llevaban diez días en aquella gran casa de piedra, rodeada de altas hortensias y hermosas calas, situada en el Valle de Guriezo, en Santander, muy cerca del límite con la provincia de Vizcaya. Irene empeoraba por momentos y el médico le había recomendado tranquilidad, descanso, aire y sol.
-Te he preparado leche con miel y pan tostado con mermelada de fresas, como a ti te gustan. -Dijo mientras se acercaba.
-Gracias, Ana, no se que haría sin ti.
Se miraron. Ana procuró que su mirada no le trasmitiese su dolor, tristeza y preocupación. Pero hay cosas que no se pueden ocultar. Las dos callaron. Fue Ana quien rompió aquel desgarrador silencio.
-¡Cometelo todo! tienes que ponerte fuerte. Cuando volvamos a la casa tienes que estar totalmente recuperada. Si no papá me reñirá a mi por no cuidarte bien.
-No te preocupes, me lo comeré todo, hoy tengo mucha hambre.
Mientras desayunaba,Ana la contemplaba, si, parecía que hoy se había levantado con apetito, cosa inhabitual en ella, acaso quedaba una esperanza para ella, tal vez el campo estaba haciendo recuperar el apetito y la salud a su delicada hermana.
-Hoy voy a arreglar el invernadero. -Dijo Irene con la boca llena.
-No hables con la boca llena, te vas a atragantar, y no comas tan deprisa que te va a sentar mal.
-Ana, por favor, no me riñas mas, te estas convirtiendo en una bruja.
Ana pensó que sería maravilloso poderse convertir verdaderamente en una bruja, así con sus hechizos podría curar a su hermana.
-Ayer vi unos tiestos rotos, y otros con plantas secas. Parece imposible que el jardinero que cuida tan bien el jardín haya dejado el invernadero en semejante estado. Intentaré poner algo de orden en ese caos.
-Bien, de acuerdo, pero prometeme que no te fatigarás demasiado.
-No te preocupes, tienes mi palabra de honor. -La tranquilizó Irene colocando su mano derecha sobre el corazón y levantando la izquierda a modo de juramento.
Irene tenía tan solo 19 años.Unas veces parecía una persona adulta, muy madura, en cambio en otras mostraba el candor y la ternura de una niña.
Apuró su leche y se dispuso a salir de l casa, no sin antes colocarse el sombrero de paja que Ana le obligo a ponerse.
-Así evitarás coger una insolación. Hoy el sol calienta demasiado. Le dijo protectora.
La verdad es que Irene no veía por que tenia que ponérselo pues de la casa al invernadero tan apenas había unos cincuenta metros y el sol, por mucho que calentase no le iba a provocar daño alguno.
Mientras se alejaba, Ana la siguió con la mirada hasta que la vio entrar en el invernadero.
Irene no sabía a donde dirigir su mirada pues lo hiciera a donde lo hiciera se encontraba un total desorden. ¿Por donde comenzar? Suspiró y se sentó en un banco de madera sin respaldo situado a la izquierda de la puerta de entrada. Allí tranquilamente idearía un plan de ataque.
Observó la estructura del invernadero, era muy curioso y original,. La puerta de entrada era de madera, muy oscura y tallada con figuras geométricas en cuyo centro se observaban imágenes florales, era igual por el interior que por el exterior. La casa llevaba varios siglos construida pero el invernadero se veía claramente que había sido edificado posteriormente. Desde el suelo subía una especie de base de piedra tallada, a modo de pared baja, hasta una altura de medio metro y desde allí se elevaban grandes cristales engarzados unos con otros con unas robustas molduras de madera, formando un edificio octogonal, hasta llegar al techo también acristalado y en forma piramidal.
-Bueno, tendré que poner manos a la obra. -Pensó mientras se quitaba el sombrero. Lo depositó sobre el banco. Se acercó al largo mostrador de madera situado en la parte derecha y se colocó un viejo delantal que encontró colgado de un oxidado clavo. A continuación protegió con unos gruesos guantes sus delicadas manos y comenzó a buscar tiestos rotos. Halló un par de cajones altos, de madera, en los cuales echar los pedazos rotos y la basura, pero estaban al otro extremo del invernadero y tendría que ir y venir continuamente hasta ellas, haciéndole esto perder un tiempo considerable. Así que miró a su alrededor intentando descubrir algo con que transportarlos todos a la vez hasta las cajas. Semioculta por unos arbustos encontró una pequeña carretilla que le pareció perfecta para realizar aquel trabajo. Comenzó con las macetas rotas, siguió con las que tenían plantas secar, que no eran pocas. Los tiestos que todavía estaban en buen uso, los limpió y los apiló por tamaños, unos dentro de otros. Los colocó en una estantería bajo el mostrador.
Al principio de la mañana no se notaba excesivo calor dentro del invernadero, pero a medida que pasaba el tiempo la temperatura subía y el ambiente se iba cargando. Se sintió algo cansada y recordó la promesa que le había hecho a su hermana, así que se sentó otra vez en el banco, y se hizo aire con el sombrero. Cerró los ojos y se recostó sobre la pared, apoyó su cabeza sobre el cristal. Se mantuvo así unos instante. Una ráfaga de aire fresco llegó hasta su cara inundando el invernadero de una suave fragancia a jazmín. Abrió los ojos.
-¡Ah, que bien huele!. ¡Que fresquito mas delicioso! Era lo que estaba necesitando.
Irene acostumbraba a hablar sola, incluso en varias ocasiones había sido sorprendida por Ana llevando ella sola una conversación.
Dirigió su mirada hacia la puerta pues pensó que aquella corriente procedía de allí, pero la encontró cerrada y se asombró. Después se puso en pie buscando algún cristal roto en la estructura del invernadero, pero tampoco descubrió nada, todos parecían estar en buen estado, sin embrago, ese delicioso y aromatizado aire, tenía que haberse colado por algún sitio.
Ya repuesta se dispuso a arreglar los ficus situados al fondo del invernadero. Eran enormes, algunos incluso llegaban hasta el cristal del techo.Aquellos no podía arreglarlos, pues necesitaba una escalera y no disponía de ninguna, así que optó por arreglar los medianos y los mas pequeños. Hubo uno que le llamo la atención por lo extraño y retorcido que tenía el tronco. Realmente era una planta muy hermosa y enseguida le encontró aplicación.
-No se que haces olvidado aquí, tu estarías perfecto en el comedor, frente al ventanal grande.
Eso haría, le limpiaría las hojas, lo podaría y regaría. Después lo trasladaría hasta la casa.
mientras limpiaba las hojas sintió una sensación extraña. Le pareció que alguien la observaba en silencio y se giró. No había nadie detrás de ella, y sin embargo intuía la presencia de alguien. No era miedosa, así que dejó lo que estaba haciendo y buscó al presunto intruso que la vigilaba, pero no encontró a nadie.
-Serán imaginaciones mías. -Se autoconvenció volviendo al trabajo.
Estaba terminando cuando de nuevo sintió aquella rara sensación. Estaba segura de que alguien la observaba, incluso en aquella ocasión sentía su respiración. Se volvió bruscamente intentando sorprenderlo. No vio a nadie.
-¡Me debo de estar volviendo loca!
Se limpió el sudor de la frente con la manga. Se sentía cansada y decidió volver a la casa, se acercaba la hora de comer y Ana la estaría esperando. Se quitó los guantes y el delantal, los dejó sobre el mostrador. Se agachó para coger el ficus por su base e intentó levantarlo. Pesaba demasiado para aquel frágil cuerpecito, no obstante como era un poco terca volvió a intentarlo. Otra vez fracasó, pareció desistir y se incorporó. Las horas de trabajo, pues no estaba acostumbrada a tanta actividad, le fatigaron y en aquél momento sintió tal agotamiento que se notó mareada, se le nubló la vista, le fallaron las piernas y se tambaleó, intentó agarrarse a algo pero no pudo llegar a asirse a nada y cayó al suelo.
-¡Irene! ¡Irene! Cariño, contéstame.
Los gritos de Ana la volvieron en sí. Abrió los ojos y miró a su hermana.
-Me he mareado.
-Me prometiste que no te fatigarías demasiado. Eres una irresponsable.
Irene miró perpleja a su alrededor, era incomprensible, se hallaba delante de la puerta principal de la casa, y no recordaba como había llegado hasta allí, llevaba colocado el sombrero que tampoco recordaba habérselo puesto, y además, lo mas increíble, el ficus se hallaba junto a ella.
-¿Como se te ha ocurrido traer tu sola semejante planta?. Tiene que pesar una barbaridad, deberías haberme pedido ayuda, lo hubiéramos traído entre las dos.
-Pero Ana, escuchame, no lo he traído yo.
-¡Ya! y ¿quien pretendes que lo haya traído? ¿o es que ha venido solo hasta aquí?
-No lo se, Ana, creo que había alguien en el invernadero, alguien que me ha estado observando durante casi toda la mañana. Cuando perdí el conocimiento lo hice allí. Esa persona me ha debido traer hasta aquí.
-Toda la mañana contigo, y ¿no le has visto?
-No, Ana, no he visto a nadie, pero estoy segura de que allí había alguien.
-Querida, desde niña has sido una fantasiosa. Deberías de estar aturdida por el calor y tal vez por eso no recuerdes como has llegado hasta la puerta, pero lo que yo si sé es que has golpeado en ella y me has llamado a gritos.
-¿A gritos?
Ana asintió con la cabeza.
Irene se sumió en un mar de dudas. ¿Se estaría volviendo loca?. El doctor le habló de su enfermedad de corazón pero no le dijo nada de una posible locura. No comentó nada mas con su hermana y se dejó acompañar por ella hasta su dormitorio. Aquel desmayo le iba a castigar durante todo el día a guardar reposo en cama.
Después de la comida, que Ana le llevó a su habitación, ya mas serena, repuesta y mas centrada en la realidad pensó:
-Diga lo que diga Ana, yo se que alguien me ha traído hasta aquí. Alguien, ha estado conmigo casi toda la mañana, me ha estado observando, podía sentir sus ojos penetrando por mi espalda como si intentase escudriñar en mi alma, llegué incluso a notar su respiración en mi nuca.Tiene que se alguien muy fuerte y con buen corazón pues ha cuidado de mi y me ha socorrido en el momento que necesitaba ayuda.
Emocionada y nerviosa comenzó a fantasear, como era su costumbre: -¿Y si es alguien que se ha enamorado de mi? ¿Como será? Deseo pensar que es un hombre alto, guapo, tierno y algo tímido. Me gustaría conocerlo para poder agradecerle lo que ha hecho. Tal vez sea mi príncipe azul.
La verdad era que su enfermedad le había limitado tanto su vida que había tenido muy pocas ocasiones de conocer a jóvenes de su edad. Nunca había sido cortejada. Nunca había pasead con ningún amigo. Nunca había bailado con nadie y nunca se había enamorado. La posibilidad de que su persona hubiera podido despertar la admiración de un hombre y que éste la hubiera estado contemplando, ocultamente, durante largo rato y en silencio, le producía una enorme placer y a la vez desasosiego. Era algo que jamás había sentido. Parecía que el corazón le latía con mas fuerza dentro del pecho. Suspiró y cerró los ojos dejándose llevar por su ensimismamiento. Había pensado en un hombre maravilloso, pero... ¿y si quien la había ayudado trasladandola mientras se encontraba inconsciente hasta la casa era Juan el jardinero? Solo de pensarlo un escalofrío le recorrió la espalda. No es que tuviera nada en su contra pero no podía evitar que le repeliera la idea de que él la hubiese tocado. Juan no era muy alto, fuerte si, eso no podía negarse, pero es que el pobre hombre no era nada agraciado. Apenas tenía cuello, la cabeza parecía una prolongación de su cuerpo, su rostro tostado por el sol y el aire se veía coronado por una gran ceja que casi le llegaba de sien a sien dándole un aspecto primitivo. ¿Y el pelo...? eso era otra historia, mostraba una pelambrera abundante, rizada, de color negro azabache y mal cuidada.Era huraño, poco hablador. Andaba ligeramente encorvado, siempre mirando al suelo, casi nunca levantaba la mirada.Solo cuando se le explicaba algo que debía hacer, elevaba sus negros ojos, y lo había torciendo la cabeza y mirando de lado. La verdad es que era la persona mas extraña que había conocido.No le agradaba nada pensar que podía haber estado en sus brazos.
Estaba poniéndose algo nerviosa cuando Ana golpeó la puerta y entró. Sin saberlo, la tranquilizó.
-Irene, ha venido Juan. Se ha disculpado por no haberlo hecho antes, no ha podido, ha estado arreglando los jardines del palacete de la ladera. Le he explicado que tu querías colocar el ficus en el comedor, y como yo sola no puedo entrarlo le he pedido que lo hiciera el. ¿Donde quieres que lo coloque?
-Junto al ventanal grande, un poco a la derecha, en el hueco que queda entre la cortina y el diván.
-Le he comentado lo que te ha pasado por intentar entrarlo tu sola. Se ha extrañado mucho cuando le he dicho que lo habías traído tu desde el invernadero. No se explica como has podido hacerlo... y si quieres que te diga la verdad, yo tampoco.
-Por favor, pregúntale a Juan si tiene una escalera con a que pueda llegar hasta los ficus mas altos, están muy sucios y estropeados, cuando me reponga quiero arreglarlos.
-¡No escarmentarás nunca! -Dijo Ana suspirando. -Voy a hacer algo mejor, le pediré a Juan que lo haga el, será mejor para las dos, tu descansarás y yo estaré mucho mas tranquila pensando que no vas a estar haciendo equilibrios sobre la escalera.
Se acercó hasta su hermana y le depositó un beso en la frente.
-Descansa, niña loca, dentro de un ratito te traeré un tazón de leche.
Irene comprendía muy bien la entrega y el cariño que su hermana le brindaba, siempre estaba al tanto de sus caprichos. Cuidaba de ella igual que lo había hecho su madre mientras vivió. A veces era cierto que se excedía en los cuidados, y su instinto de protección, en ocasiones, era desmesurado, pero Irene comprendía el por qué. Sabía perfectamente lo enferma que estaba, al principio intentaron engañarla ocultándole la gravedad de su estado, pero ella no era tonta y comprendió enseguida la situación. Todas aquellas conversaciones cortadas cuando ella entraba enla habitación donde conversaban sus padres, las miradas enas de lágrimas quede vez en cuandodescubría en su hermana, las respuestas desviadas detema cuando ella preguntaba por su salud... todo aquello le confrimó su sospecha, sabía muy bien que su vida tenía un límite y que éste estaba ya demasiado cerca. En ocasiones se encontraba mal, y callaba, para que Ana no lo notase, evitaba el causarle preocupación y pena. Procuraba no disgustarla haciéndole caso en todas sus exigencias y tomando todas las precauciones que le recomendaba aunque estas le parecieran innecesarias y absurdas.
Una vez mas hizo caso a su hermana y trató de descansar su cuerpo, aunque no su mente, ésta siempre estaba en funcionamiento. Como prometió, Ana, le llevó un tazón de leche junto con las medicinas que el Dr. le había prescrito. Además de buena hermana, era también una buena enfermera. Le hizo compañía durante toda la tarde, para que las horas no se le hicieran largas la entretuvo leyendole, unas veces pasajes de la Biblia, y otras unos maravillosos versos, compuestos por un poeta de la zona, poco conocido, pero que a ella le gustaba mucho.
Aquel desvanecimiento la obligó a guardar reposo durante dos días.

******************** II ********************
Había amanecido otro día claro de primavera. El sol brillaba en el limpio cielo. El aire era fresquito y el aroma de las flores silvestres, junto al de los rosales, lo impregnaba todo.
Irene ya se encontraba recuperada. El día anterior se había comentado a su hermana que tenía previsto volver al invernadero y terminar el trabajo que había empezado. Además quería ver si Juan había arreglado bien los ficus.
Provista de nuevo con su sombrero de paja y después de oír todas las recomendaciones de su hermana, tomó el camino del invernadero.
Una vez dentro, lo primero que hizo fue dirigirse al fondo y revisar el trabajo del jardinero. Sí, parecía que Juan se había esmerado en dejar las plantas arregladas. Les había quitado las hojas muertas y las rotas, había limpiado las que estaban bien y éstas brillaban ahora alumbradas por el sol que se colaba entre los cristales del techo.
-Parece que ha hecho un buen trabajo. -Pensó. Después reparó en el suelo. -Lo que ha dejado de pena es el suelo, no se le ha ocurrido barrerlo.
Miró a su alrededor buscando algo con que adecentarlo. Encontró un rastrillo de mango largo y una escoba. Se quitó el sombrero y se colocó el delantal. Muy decidida se dispuso a pasar el rastrillo por la zona de tierra. Amontonó una buena cantidad de hojas muertas y con ayuda de un recogedor de metal las depositó, primero en la carretilla y después en los cajones que había destinado para recoger la basura. Después barrió con la escoba la zona de losas que desde la puerta llegaban, por el lado derecho hasta el fondo del invernadero. Aquel acto removió todo el polvo que desde hacía años se había ido posando sobre el enlosado, levantandose una cortina de polvillo dorado que partía desde el suelo, y se dirigía, lentamente, hacia el aristalado del techo. Aquello hizo que Irene estornudara varias veces. La mucosa de la naríz se sintió agredida por el ambiente y se defendió como pudo. Una consquilleante moquitilla le obligó a limpiarse con el delantal, pues había olvidado coger un pañuelo. Seguía estornudando y cada vez se encontraba mas incomoda.
-Si es que soy tonta. Tenía que haber regado primero para no levantar polvo.
Pensó que si abría la puerta tal vez el viento entrase y disipase aquella polvareda. Así que se dirigió hacia la puerta y la abrió. No parecía que el viento quisiera entrar.
-¡Que extraño! Si el otro día hacía corriente...
Aunque era un poco tarde para poner remedio, intentó mojar el suelo y evitar así que el polvo se siguiera moviendo. Se dirigió al pozo y sacó dos cubos de agua que después repartió por todo el suelo. Tuvo que repetir el viaje varias veces hasta que consiguió mojarlo todo. Cansada se apoyó en la escalera que Juan había olvidado retirar. La escalera no parecía estar bien apoyada y se movió amenazadora asustando a Irene. Intentó sostenerla para que no se le cayera encima pero ella no tenía la fuerza suficiente. La escalera seguía ambaleandose amenazando la integridad física de la muchacha. Cada vez estaba mas asustada, ya no podía a guantar mucho mas el peso. Gritó llamando a su hermana. Después llamó a Juan por si estaba cerca y la podía oír. Nadie contestó ni acudió en su ayuda. Ya se estaba rindiendo cuando de nuevo, al igual que la vez anterior que estuvo en el invernadero, una ráfaga de aire fresco llegó hasta ella, inundando la estancia de una sueve fragancia a jazmín. Poco a poco notó como el peso de la escalera disminuía hasta poder controlarla y apoyarla de nuevo contra los ficus.
Todavía asustada por lo que acababa de ocurrir se dirigió como pudo, pues le temblaban las piernas, hasta el banco de madera y se sentó.
-¡Dios mio, que susto! Si me llega a caer encima me mata. No le contaré nada a Ana, si no, no me dejará volver.
Estaba acalorada, necesitaba aire, pero no tenía nada con que hacerselo. Pensó en su sombrero, con el se abanicaría. Lo había dejado sobre el mostrador y se iba a dirigir hacia el cuando otra ráfaga de viento lo levantó y lo arrastró por el suelo hasta dejarlo a sus pies. Lo recogió del piso y se volvió a sentar. Estuvo abanicándose durante unosminutos, después cuando el sofoco ya se había calmado, cerró los ojos y se recostó contra la pared, apoyó la cabeza sobre el cristal. Aquel olor a jazmín seguía inundando el invernadero.
-Tengo que encontrar el lugar de donde procede esta fragancia. Es raro, pero no he visto por los alrededores ningún jazmín. Mañana le preguntaré a Juan si sabe de donde viene este agradable olor. -Pensó
El sonido de los trinos de los pájaros procedentes de exterior pareció tener un efecto sedante en Irene. Se encontraba totalmente relajada. Se mantenía con los ojos cerrados disfrutando del concierto, cuando sintió una sensación extraña. Tenía la certeza de que alguien, de nuevo, la observaba. Esta vez, fuera quien fuese, lo descubriría. Aguantaría lo que pudiera haciendose la dormida, hasta tener la certeza de que ese alguien se encontraba muy cerca y entonces abriría los ojos y lo soprendería.
Así quese hizo la dormida, incluso fingió una respiración mas profunda. Al poco rato apreció el sonido de unos ligeros pasos, casi imperceptibles, alguien se acercaba. Notó como se paraba delante de ella. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse cuando sintió que le acariciaban la cara y el pelo. Se dio cuenta de que esa persona estaba tan cerca de ella que podía notar su respiración, su calor... Algo húmedo y tibio se posó sobre sus labios. ¿Que era aquello? ¿un beso?
-¡Oh, Dios mío, me está besando! ¡Que delicia!
Dudó abrir los ojos. Tal vez si lo hacía aquella maravillosa sensación desaparecería. Porque ¿y si todo aquello era una ensoñación?, pero no, estaba segura de que estaba despierta. ¿Y si todo aquello estaba provocado por su fantasiosa imaginación?. Era una sensación extrañamente placentera, nunca había sentido una emocion igual ni nada parecido. Pero sí... tenía que abrir los ojos y descubrir si aquella persona existía realmente. Deseaba verlo, porque de eso esaba segura , era un hombre, su principe azul, y necesitaba verlo...
Repentinamente abrió los ojos. No había nadie delante de ella. Aquella respiración desapareció de repente, sus labios se quedaron fríos. Una rafaga de aire fresco la envolvió y después desapareció rapidamente llevándose con ella el aroma a jazmín.
Irene se quedó perpleja, ¿cómo podía haber esaparecido tan rápidamente? ¿Se estaba trastornando?. No, no estaba loca, ella sabía muy bien lo que había sentido. Aquel beso fue real y muy especial, estaba lleno de ternura, y se moría de ganas por saber quien se lo había dado.
El resto de la tarde lo pasó bordando en compañía de su hermana. No le comentó el incidente de la mañana.
Después de la cena, durante el ratito que dedicaban ambas a la lectura, Irene sorprendió a su hermana con una pregunta.
-Ana, ¿Que se siente cuando alguien te besa?
-¡Irene, por Dios! ¡Que preguntas haces! ¿A que viene eso ahora?
-No es una tontería, Ana. Me gustaría saber que se siente cuando alguien te da un beso de amor.
-¡Ay, querida! que dificil es responder a eso.
-Tu tienes que saberlo. Seguro que Román te habrá besado. ¿Que es lo que se siente?
La afirmación de Irene la hizo sonrojar. Las preguntas de su hermana la pusieron en una situación comprometida. ¿Que responderle?. Si no lo hacía tal vez ella nunca llegase a saber lo que realmente se sentía.
La miró con cierta curiosidad, era normal por su edad que quisiese saberlo. Pero... ¿que ocurría en realidad, para que ella quisiera saberlo ahora? ¿Se habría enamorado?, ¿La habría besado alguien?. Pero... ¿quien? por allí no pasaba nadie. La casa mas próxima estaba a varios kilómetros. Desde luego ella no había visto rondar a nadie por los alrededores, excepto a Juan, y el pobre no tenía las cualidades necesarias para despertar en Irene el mas mínimo interés.
-Mira, pequeña... Lo que se siente es algo maravilloso, delicioso, una inmensa ternura te invade. Sientes el deseo y tienes que dejarte llevar. Un torbellino de sensaciones contradictorias te envuelven. Al final te dejan sin volumtad y entonces te entregas al deseo incontrolado y correspondes, con todo tu amor, a ese beso que la persona amada te da con tanto cariño.
La miró. Irene parecía agitada.
-¿Te ha servido de algo mi explicación?
Irene asintió con la cabeza. Se mantuvo en silencio. Recordaba el beso recibido en el invernadero, y se lamentó por haberlo interrumpido antes de tiempo, con su impaciencia, por su deseo de conocer a aquella persona. Si se hubiera mantenido con los ojos cerrados durante unos instantes mas, seguro que hubiera llegado a sentir todo lo que Ana le había descrito.
Deseaba volver al invernadero. Lo que había vivido aquella mañana fue algo mágico. Desde luego, aquel beso, no tenía nada que ver con el que el primo Andoni le dio a hurtadillas en el jardín de su casa el dia que cumplio los 17. Había sido totalmente distinto, y lo que ella había sentido desdeaba volver a sentirlo.

********************** III**************************
Un olor a pan tostado salía del fogón en el que Ana estaba preparando el desayuno.
-¡Uhmmmm, que bien huele! Buenos días Ana.
-Buenos días hermanita. ¿que es lo que se te ha ocurrido hacer hoy? -Contestó poniendo la mejilla para que Irene depositara en ella un sonoro beso.
-De momento desayunar. ¿Queda mermeada de fresas?
-Creo que queda un bote en el armario. -Dijo señalando con su dedo indice hacia uno de los viejos armarios.
Irene rebuscó entre los botes hasta que encontró el que buscaba.
-¿Que tal te encuentras hoy?
-Bien. ¿Aun no esstan listas las tostadas?
-¿que te pasa? ¿Es que tienes prisa?
-Tengo hambre. Bueno... y prisa también, hoy quiero hacer un par de cosas.
-¡Oh! ya me parecía raro que no tuvieses nada que hacer.
Desde el exterior, Juan, golpeó en el cristal de una de las ventanas de la cocina llamando su atención. Las saludó con la mano, dando a entender que ya estaba allí, y podían disponer de sus servicios, si lo necesitaban.
Irene abrió la ventana para preguntarle algo.
-Juan, ¿sabe usted donde estan los jazmines?
-¿Los jazmines?
-Si, desde hace unos dias, de vez en cuando, el viento trae una agradable fragancia a jazmin, pero no se en que lugar se encuentran esas plantas. En los alrededores de la casa no, porque los hubiera visto, pero no tienen que estar muy lejos,
-Pues... no se..., señorita. Yo no recuerdo haber visto jazmines por aquí desde hace muchos años.
-Tiene que haberlos, Juan, y relativamente cerca para que llegue su aroma hasta aquí. Si los encuentra, por favor, ¿me avisará?
-No se preocupe, señorita, si los veo ya le indicaré donde están, pero le repito que hace muchos años que no hay jazmines por aquí.
Hizo una pequeña pausa y se rascó torpemente el pecho. Mirándola de lado le preguntó:
-¿Hay algo que hacer hoy?
-En el invernadero hay dos cajones con basura. ¿Podría ocuparse de ella?
Juan asintió con la cabeza.
-Y de paso ¿puede retirar la escalera?, no me gustaría que se me cayera encima, no parece muy segura.
Ana llamó la atención de Irene para que acudiera a desayunar. Juan se marchó a emprener su tarea.
-Ana, ¿tu has visto los jazmines?
-No. Y eso que salgo a pasear todos los días.
-¿No has notado su aroma?
-Ahora que lo dices, sí. Recuerdo que el día que te desvaneciste en la entrada, al abrir la puerta percibí un intenso aroma a jazmín.
-Hoy ire al invernadero un ratito. Limpiaré el mostrador, y después iré a dar un paseo.
-Si vas a hacer todo eso, alimentate bien, no quiero que te de otro desmayo. -Le dijo Ana echandole leche en el tazón.
Provista de su inseparable sombrero, salió hacia el invernadero. Como todos los días se colocó el delantal y los guantes, después de despojarse del sombrero de paja, que esta vez dejó sobe el banco, y se dispuso a limpiar el largo mostrador de madera. Después de retirar de el toda clase de pequeños restos de plantas y tierra, se aproximó hasta el pozo para buscar un poco de agua. Con un trapo viejo que encontró en un rincón de la estantería fregó la madera, teniendo mucho cuidado de no herirse con la astillas del deteriorado mostrador, alguna de ellas eran tan puntiagudas que le traspasaban los gruesos guantes.
Cuando terminó, se sentó en el banco. Estuvo esperando largo rato a su principe azul, pero este no hacía acto de presencia.
Cansada de esperar y descepcionada, se quitó el delantal y lo colgó en el clavo en que lo encontró el primer día. Se volvió a colocar su sombrero y salió del invernadero, algo triste, camino del prado.
Cada cuatro o seis pasos se agachaba a recoger del suelo florecillas silvestres. Al cabo de media hora ya había formado un buen ramillete. Unas eran muy vistosas, algunas olían muy bien, pero... ¿y los jazmines?, ¿donde estaban? . Si llegase hasta ella su aroma se podría guiar por el, y localizarlos. Dese niña había sentido predilección por aquella fragancia.
Anduvo durante un cuarto de hora mas. Desencantada por no encontrar lo que estaba buscando, dio media vuelta con intención de volver hacia la casa. Se acercaba la hora de comer y Ana seguro que la andaba ya buscando. Daba igual, tenía una buena excusa, le diría que se había entretenido mas de la cuenta cogiendo unas flores para ella.
Tan apenas había dado un par de pasos, cuando un gruñido, a su espalda, le hizo darse la vuelta.
Allí en mitad del prado, mirandola fijamente, se encontraban dos perros negros y grandes. No eran lobos, parecían perros salvajes. Gruñían y le enseñaban retadores los dientes, desafiantes, mostrando sus bocas llenas de espuma. El mas grande parecía tener la intención de arremeter contra ella. Irene estaba tan asustada que se quedó paralizada, rígida como un palo. El perro mas pequeño se envalentonaba por momentos, al ver que el grande ganaba terreno poco a poco.
Irene intentó gritar pidiendo ayuda, pero tan solo un susurro logró salir de su garganta.
-Por favor, que alguien me ayude.
Al darse cuenta que aunque hubiera podido gritar con todas sus fuerzas, nadie hubiera acudido en su ayuda, pareció reaccionar y sacando fuerzas de flaqueza, intentó dar la vuelta y salir corriendo.
Las piernas no parecían estar de acuerdo con su cerebro. Torpemente se pisó la falda y allí mismo, sin apenas moverse unos centímetros, cayó al suelo.
Horroriozada miró a los perros que cada vez estaban mas cerca. Aquello era lo que menos necesitaba su frágil corazón. Sintió una opresión en el pecho que la hizo encogerse.
Una ráfaga de aire fresco copn olor a jazmín la envolvió, trasmitiéndole una sensación de protección y bienestar.
Los perros callaron al instante. El mas pequeño dio media vuelta y se marchó. El grande pareció dudar y ladró un par de veces. Al ver que no sucedía nada se volvió a encarar con la muchacha, ahora con mas rabia. Se le aproximó demasiado, pero de pronto, sin saber como, salió lanzado por los aires y cayó a unos metros. Asustado, aullando, se levantó y salio corriendo en dirección a alguna parte.
Irene no sabía lo que había ocurrido. Se sentía bien, tranquila, sin miedo. Algo le estaba trasmitiendo paz y se sentía protegida. Como si un ángel hubiera desplegado sus alas, acogiendola amorosamente.
No veía a nadie, pero intuía la presencia, de alguien o de algo. Miró al cielo. Algo se interpuso entre el sol y ella. Aguzó la vista, no, no era una nube. Pudo distinguir una sombra, bajó con su mano el frontal de su sombrero, para que el sol no le diera de lleno en los ojos y poder distinguir mejor lo que tenía delante. Sí, ahora ya lo podía ver mejor, esa sombra era la silueta de un hombre.
Sin el mínimo temor, le preguntó:
-¿Quien eres? -Nadie respondió
-Me estas observando y protegiendo desde hace muchos días. No te tengo miedo, se que no me vas a hacer daño. ¿Quien eres, o que eres?
Esta vez alguien le contestó:
-Solamente soy un alma en pena.
-¿Que quieres decir con que eres un alma en pena?, ¿que eres un fantasma, un espíritu?
-Si, hermosa mujercita. Soy una pobre alma desamparada y triste, condenada a vagar por este mundo, por los siglos de los siglos.
-Pero... ¿por qué?
-Es el castigo que yo mismo me impuse el día de mi muerte, por haber sido causante de la pérdida de la mujer que amaba.
-¿Hace mucho tiempo?
-182 años.
-¿Puedo saber tu nombre?
-Marcos de Urdiciaín y Goicoetxea.
-Y, ¿que haces por aqui? Siempre estás cerca.
-La casa en donde vive con su hermana, ha sido siempre de la familia Urdiciain. En ella viví los tres mejores años de mi vida junto a mi amada Estíbaliz. Hasta que por una torpeza mía murió. Después viví unos meses desolado, atormentado, y desesperado por tanto sufrimiento decidí terminar con mis penas y yo mismo me causé la muerte, no sin antes jurarme a mi mismo que mi penitencia sería vagar por ese mundo para siempre.
-Y, ¿vas a estar siempre aqui?
-En realidad no lo sé. La verdad es que no hay nada mas largo que la eternidad. Ya son muchos años y me siento cansado. Aunque Él, benevolente, me ha dado una oportunidad para que algún día pueda descansar en paz conmigo mismo.
-¿Una oportunidad?
-Sí. El me concederá la gracia del descanso eterno si encuentro una mujer que se enamore de mi y me ame con toda lafuerza de su corazón.
-¡Oh! ¡Que romantico!
-Si, pero que dificil de conseguir.
Se hizo un silencio. Por mas que Irene intentaba ver las facciones de aquel hombre no lo conseguía.
-¿Por que no puedo verte bien? eres como un borrón. ¿puedes mostrarte tal y como eres? me gustaría verte.
-Si que puedo, y me seguirá oyendo, pero no intente tocarme, porque no lo conseguirá. Esa es otra de mis desventajas. Si me muestro tal y como soy, no se me puede tocar, mi imagen se desvanecerá si lo intenta, si me mantengo como ahora, se me puede sentir y tocar pero no me podrá ver. No puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Irene entendió entonces que aquel era el principe azul que la besó en el inverndero. Por eso no pudo verlo, pero si sintió sus caricias y su tierno beso.
-No me importa. Deseo verte.
-Me parece mentira que está hablando con usted, y que no se asuste de mí.
-¿Por que me tengo que asustar? Si lo único que haces es protegerme. No entiendo por que lo haces, pero me gusta.
-Puedo mostrarme ahora si lo desea.
-Sí, por favor, y no me llames de usted, me siento violenta, mi nombre es Irene. -Le pidió, mientras se levantaba del suelo.
Ahora frente a frente, poco a poco, aquella figura iba tomando forma humana. El momento álgido de emoción fue cuando su cra comenzó a distinguirse con nitidez. Si, era verdaderamente como ella lo había imaginado, alto, fuerte, moreno, con expresión agradable, ojos negros y bien parecido.
-¿Puedo preguntarte algo? -Le preguntó Irene.
El asintió.
-¿Por que cuidas de mi?
-Te pareces mucho a Estíbaliz. Era tan guapa, dulce y frágil como tu. Me quedé prendado de ti, desde el primer instante en que te ví.
-Ayer, en el invernadero... ¿Por qué me besaste?
-Lo siento si te molesté. No era esa mi intención. Pero te vi tan hermosa, apoyada contra el cristal, con los ojos cerrados, medio dormida. Que vi la oportunidad única para acercarme lo máxiomo a ti. Necesitaba oler tu piel, sentir el calor de un cuerpo humano, tocar tu pelo. Me acerqué tanto que podía respirar tu propio aliento... y tenía tan cerca tus lindos labios que no pude evitar besarlos. ¡Hacía tanto tiempo que no besaba a nadie, que no tenía contacto alguno con un ser humano! Lo siento mucho. Tal vez no debí hacerlo, pero con ello conseguí sentirme un poco vivo.
-Es tarde, debo marcharme, mi hermana estará preocupada. Pero me gustaría volver a hablar contido.No se como puedo conseguirlo.
-Muy fácil, yo estaré pendiente de ti. Pero si en algún momento me necesitas con urgencia, solamente tienes que repetir mi nombre y acudiré a donde tu estés. ¡'Ah!, solamente hay un sitio en el cual no puedo entrar, y ese es tu dormitorio, no puedo entrar en el dormitorio de una doncella, mientras ella esté en el, me está prohibido. Tenlo en cuenta cuando me llames.
-Antes de marcharme, ¿me dejas hacer una cosa?
-Sí. -Le contestó sorprendido. Nopodía imaginar que era lo que debia dejarle hacer.
Irene se acercó a el e intentó tocarle la cara. En un segundo su imagen se desvaneció.
********************* IV ******************
Día tras día Irene acudía a sus citas con Marcos en el invernadero. No se atrevía a contarle nada a su hermana. No le comentó el incidente con los perros sucedido varias jornadas antes para no preocuparla. Y no le habló de la presencia de Marcos. Si lo hacía,Ana, pensaría que se había vuelto loca de verdad. ¿Cómo explicarle que tenía un amigo "fantasma"? No, decididamente no se lo contaría.
Desde el día en que lo conoció, tal vez por las circunstancias que desencadenaron aquella situación, Irene no se encontraba muy bien, se fatigaba mas, tenía menos apetito y de vez en cuando notaba una ligera sensación de angustia, y se preocupaba por ello. Delante de Ana procuraba fingir que tenía apetito y comía a la fuerza para no inquietarla.
Con Marcos se mostraba tal y como era. Le hacía partícipe de su triste realidad. Le mostraba su miedo a la muerte, que por cierto, hasta entonces no le había preocupado.
Aquel día se encontraba algo triste y abatida.Marcos intentaba consolarla y convencerla de que la vida no acababa cuando una persona muere.
-¡Mi querida niña! No me gusta verte así. -Le dijo sentándose en el banco, junto a ella.- Tienes la demostración delante de ti, mirame, quiero ver esos lindos ojos.
Irene levantó la cabeza y lo miró. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que no se atrevían a saltar la barrera de sus pestañas.
-No estés triste. Si ese momento llega, no te asustes, no pasa nada, parece que todo se acaba, pero en realidad continúa.
-No puedo evitarlo, sabes que no me encuentro muy bien, creo que ya me queda poco, y... ¡me voy a dejar tantas cosas por vivir!
-Pero puedes experimentar otras. Y además,¿quien te ha dicho que no puedas seguir "viviendo" otra vida?
Irene lo miró.
-Tu no me engañarías ¿verdad?.
-Por supuesto que no, princesa. ¡Venga! levanta ese ánimo, no te rindas. No quiero ver mas lágrimas en tus ojos. -Marcos se desvaneció en un instante quedando en el aire el aroma a jazmín.
-¿A donde vas? -Preguntó inquieta Irene, temerosa de que la dejara sola en aquel momento.
-No me voy. Tan solo quiero hacer esto...
Irene sintió como el cogía las manos y las besaba.
-No quiero que sufras innecesariamente. Escuchame con atención. Cuando llegue la hora, no temas, ten esperanza, y entonces emergerás de tu propio cuerpo, llena de vitalidad y alegría, con todo un futuro bello por delante.
-¿De verdad es bello el futuro queme espera?. -Preguntó reflejando toda su esperanza en su mirada.
-Si, pequeña.Un mundo sin igual te espera para hacerte feliz, y en el cual podrás vivir todas la situaciones que quieras, y experimentar todas las sensaciones que desees. Solo te pido que no te rindas como hice yo, porque lo estropearías todo.
Le acarició la cara y le secó las lágrimas que ya resbalaban sin control por sus mejillas.
-Cuando ese día llegue, y tu alma abandone tu cuerpo, no te reveles, acepta tu situación y espera, pues a continuación tendrás un tiempo de paz y serenidad en el cual tendrás que crear tu misma tu futuro... El futuro y el mundo en el que quieras vivir para siempre. No tengas prisa, tendrás tiempo suficiente para hacerlo, no te precipites, pues lo que elijas será para siempre, y ya te he dicho mil veces que la eternidad es muy larga.
Irene sintió como sus brazos la rodeaban y la acercaba a su pecho. Un corazón latía con fuerza, ¿era el de Marcos?. No, los espíritus carecen de corazón, como órgano motor, era el suyo que latía con fuerza emocionado por las palabras de aliento y de esperanza de Marcos. ¡Que bien se encontraba entre sus brazos! ¡Cuando amor desprendían! ¡Cuanta ternura!
Una enorme emoción la invadía poco a poco. El calor de Marcos, su aroma, el contacto con su pecho le hizo desear un beso. Un beso igual que el que recibió cuando aún no lo conocía. Un beso como aquel que nunca olvidaría.
Marcos parecía saber en todo momento lo que ella pensaba y lo que deseaba. Con mucha ternura le retiró el pelo y le paso una mano por la nuca, y sin dejar de abrazarla, con sus cuerpos muy juntos, acercó sus labios a los de Irene y depositó en ellos un beso lleno de amor.
Irene volvió a llorar, pero esta vez no de tristeza, sino porque se sentía intensamente
****************** V *****************
La primavera dio paso al verano. Marcos era la sombra protectora de Irene, sabía al instante lo que ella pensaba, sentía o deseaba y procuraba siempre complacerla dándole en cada momento lo que necesitaba.
Se seguían viendo todas las mañanas, a escondidas de Ana, en el invernadero. Hicieron de aquel lugar lleno de contraluces su pequeño nido de amor, pues el cariño y la amistad se habían convertido poco a poco en pasión y deseo.
Las tardes, Irene, las dedicaba a su hermana. Unas veces leían, otras bordaban, paseaban recogiendo flores silvestres, o simplemente charlaban.. Lo que Ana no o sabía es que siempre siempre sed hallaban bajo la vigilancia de Marcos, quien, estuvieran donde estuvieran, en la cocina, en el comedor, en el jardín, siempre se encontraba con ellas. Irene lo sabía y en ocasiones había sentido la necesidad de hacer partícipe de su presencia a Ana, pero luego desistía. Tenia que hacer grandes esfuerzos para controlarse y no hablar a Marcos en presencia de su hermana, casi siempre lo conseguía, pero en alguna ocasión se le escapaba algún comentario o una pregunta que no venía a cuento, que Ana no comprendía y a lo que ludía con una sonrisa preguntándole:
-¡Que! ¿Otra vez hablando sola?
-Unas veces le salvaba un:
-¡Ya sabes como soy!
Otras le cogía desprevenida y se inquietaba pues no sabía que contestarle. Entonces sentía las manos de Marcos sobre sus hombros transmitiéndole calma y le contestaba:
-No me hagas caso, estaba pensando en voz alta.
Por las noches, a solas con sus pensamientos, recordaba las palabras de Marcos, e intentaba imaginar y proyectar su futura vida, para que cuando llegase el momento no la cogiera por sorpresa.
No podía imaginar la eternidad sin la presencia de su amado. Sentía miedo y decidió que lo mejor seria trasmitirle a Marcos su temor, pues si no podía pasar con el, el resto de su "vida", esa vida era mejor no vivirla.
Mediaba el mes de Julio. El sol del verano se colaba entre las hojas de los ficus, haciendo visibles las perfectas redes doradas que las arañas habían tejido durante los dos últimos meses.
-Mira, Marcos, están haciendo como yo. -Le dijo aquella mañana- Estoy tejiendo mi futuro poco a poco, para, como tu me advertiste, no estropearlo con mis prisas. Pero... tengo una duda... ¿tu podrás estar en el?. Porque si no...
Marcos selló sus labios con un dedo haciéndola callar y se desvaneció en el aire.
-Por supuesto que estaré si tu quieres que lo esté.
-No concibo la eternidad sin ti. ¡Te amo tanto!. ¡Te necesito tanto!
Sintió como los brazo de Marcos la rodeaban y la acercaban a su cuerpo.
-No temas, siempre estaré contigo. ¿Como podría seguir vagando por este mundo sin ti?- Le besó la frente, luego los párpados. -No se que hubiera sido de mi cansada alma si tu no te hubieras enamorado de mi.
-Tenía tanto miedo de que no pudieras acompañarme...
-¡Pequeña!. Ten por seguro que eligieras la vida que eligieras, yo te seguiría hasta ella. Tu me has sacado de la monotonía. Has aliviado mi pesar y mi cansancio, me has devuelto la ilusión. Ahora veo un futuro agradable y placentero, contigo, lleno de amor...
Se hizo el silencio. Aquel mágico invernadero estaba lleno de sentimientos, amor y de ternura, y no les hacían falta las palabras para demostrarse el amor que se tenían.
-Querido mio, este es un momento de los que, aunque estés conmigo, te echo mucho de menos. ¡Como me gustaría poder verte y abrazarte al mismo tiempo!.
El no poder ver y tocar a la vez a Marcos la sacaba momentáneamente de quicio.
-Cielo, no sufras.Ese día llegará y podremos disfrutar entonces plenamente el uno del otro. Pero no tengas prisa, yo puedo esperar.
-¿Por que esperar? Desearía terminar ya, ahora mismo, y poder ver tu cara cuando me besas, tus ojos y tus manos cuando me acaricias. Ver tus labios cuando me dicen bonitas palabras de amor...
-¡Cuanto te quiero, pequeña!. Pero... calla, no quiero que sufras deseando algo que no depende de ti ni de mi.
El sabía muy bien que pronto el deseo de Irene se cumpliría.
-Marcos, abrázame fuerte y bésame.
********************** VI **********************
Ana llevaba varios días preocupada por la salud de su hermana. Irene no se quejaba , pero aunque tratara de ocultarlo, se le veía el cansancio reflejado en el rostro. Poco a poco aquella linda flor se marchitaba.
Durante la sobremesa se sintió algo mareada.Ana se alarmó.
-No me asustes.¡Chiquilla! ¿que te notas?
-Estoy algo mareada, siento nauseas. Seguramente me habrá sentado mal la comida.
-Te ayudaré a subir a tu habitación, será mejor que descanses un ratito en la cama, y mientras te prepararé una manzanilla, a ver si te entona un poco ese estómago.
Irene rechazó la idea de su hermana, por nada del mundo se iría a la cama, si lo hacía y entraba en su habitación, tendría que prescindir de la presencia de Marcos, él no podría entrar y hacerle compañía, prefería quedarse donde estaba y así permanecer cerca de su amado.
-No, Ana, no te preocupes, ya verás, no será nada, solo un corte de digestión.Aceptaré con gusto esa manzanilla, pero no quiero acostarme, prefiero quedarme aquí, en el salón y que me leas alguna poesía de esas que tanto te gustan.
-¡Niña testaruda! ¿Algún día me harás caso?
-No me atosigues por favor, anda, ve y preparame esa manzanilla.
Murmurando algo inteligible, Ana desapareció del salón en dirección a la cocina. Puso agua a hervir, y cuando esta llegó a ebullición echó las hierbas. Mientras esperaba, no podía dejar de pensar en su hermana.
-¡Pobre criatura! Se está apagando por momentos, tal vez sería mejor volver a casa y que la viera el doctor... pero... realmente ¿para qué?, claramente nos dijo a papá y a mi que ya no se podía hacer nada mas por ella. ¡Pobrecita, es una niña tan hermosa!.- Se lamentó mientras una lágrima incontrolada resbalaba por su cara.
Llevó la tisana e Irene la tomó toda. Ana recolocó los cojines sobre el diván e hizo recostar a su hermana. A sus pies velaba Marcos. Ana leyó para su hermana tiernas poesías de amor durante largo rato, hasta que se dio cuenta de que Irene sed había quedado dormida.
-Descansa, niña. Te sentará bien. -Dijo mientras la cubría con un chal.
Aquella noche no quiso cenar, tan solo tomó un poco de leche con miel obligada por la insistencia de su hermana. Después, Ana, la acompañó hasta su dormitorio.
-Duerme, pequeña, y sueña con los ángeles. Ya verás como mañana estarás mejor.
Depositó un beso lleno de ternura sobre la frente de su hermana.
-Ana, te quiero mucho, eres muy buena conmigo. -Le dijo abrazándola.
-¡Calla, niña, no seas zalamera! -Le replicó intentando que no se diera cuenta de que aquello casi le hizo llorar.No la dejó hasta que la vio bien acomodada y arropada, pues aunque había comenzado el mes de Agosto, por las noches, en aquella vieja casa, se notaba algo de fresco.
Irene miró hacia la ventana, un nuevo día amanecía. Ya no se notaba mareada, al revés, se sentía descansada, llena de vitalidad y alegría. Se desperezó y se sentó en la orilla de la cama.
-¡Vaya!. Presiento que hoy va a ser un día maravilloso. -Dijo en voz alta.
-Por supuesto que si. -Una voz le contestó desde el otro lado de la habitación. Era Marcos.
-¡Marcos!. Tu me dijiste que no podías entrar en mi habitación. ¿Que haces aquí?. -Preguntó sorprendida.
El contestó con otra pregunta:
-¿Sabes que día es hoy?
-Creo que si, ¿cuatro de Agosto?
-Si, pero también es el primer día del comiendo del resto de nuestras vidas. ¡Querida mía! Hoy es ese día que has anhelado en tantas ocasiones... -Dijo sonriendole.
-No comprendo lo que me dices. -Se levantó y se acercó a el.
Elle cogió las manos y las besó.
-¡Dios mio, no te has desvanecido! Puedo verte y tocarte... -Dijo mientras tocaba con sus temblorosas manos la cara de Marcos.
El alargó su mano señalando hacia la cama. Irene se volvió y dirigió su mirada hacía el lecho... Y descubrió que su cuerpo yacía en el.
Miró a Marcos, y lejos de asustarse le sonrió, ya no tenía miedo.
-Ven aquí pequeña. Llevo mucho rato esperándote.
-Si, querido... abrazame y comencemos a vivir.
Irene aproximó su cuerpo al de su amado, y se hundió entre sus brazos. Ambos buscaron sus labios y se besaron.
Una ráfaga de aire fresco con olor a jazmín inundó la estancia, y ellos se fueron desvaneciendo poco a poco, abrazados y unidos para toda la eternidad.

FIN
Por Marisa Bazán. 1997

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