martes, 1 de febrero de 2011

EL PROFESOR DE PIANO. Mi 1ª novela corta


Queridos amigos y blogeros:
Hace unos años, cuando todavía tenía la mente estabilada, no como ahora que las pocas neuronas que me quedan están en permanente periodo de vacaciones, me dio por escribir este relato o novela corta para presentarla a un concurso de mi ciudad. La escribí deprisa y corriendo, en un mes porque no tenía tiempo... y así salió. Como me limitaban la cantidad de folios a escribir no pude enredarme mucho en detalles, veréis que falta "miga", pero es lo que hay. No obstante con ella tengo la base para poco a poco, si me neurona única me lo permite alguna vez, ir ampliando la historia e ir metiendo detalles y explicaciones.
Solo os diré una cosa, es una historia fácil de leer y que contiene un secreto que no se revela mas que por deducción en las últimas páginas. No hagais trampa y os adelanteis, solo deciros que será una sorpresa.
Espero que os guste, o por lo menos os entretenga.



****** El profesor de piano. ******


Por Marisa Bazán. 1.997



Lunes, 4 de Marzo de 1.861

Hoy es un día feliz en mi vida. Cumplo 19 años. Esta tarde celebraremos en casa una gran fiesta de cumpleaños, a la cual acudirán todas mis amigas y amigos acompañados por sus distinguidas familias.
Mi madre disfrutará hoy de uno de los días más maravillosos de su vida. Está muy ilusionada y yo también. Me gusta verla tan activa, animada y alegre.
Hemos adornado la entrada y el hall con grandes arcos de laurel y lazos azules. En el pasamanos de las escaleras hemos colocado plantas de enredadera formando una pared verde que llega desde el hall hasta la planta superior y, para que todo quede más bonito, hemos intercalado detalles florales blancos, unos en forma de circulo o corona y otros en herradura.
Ana está preparando el ponche. Está muy nerviosa también y espero que este nerviosismo no le haga pasarse con la dosis de ron. De vez en cuando deja lo que está haciendo, se limpia las manos y viene hacia mí lloriqueando, emocionada, y me abraza y besuquea como si fuera un bebé.
Hay un gran ajetreo en la casa. El resto del servicio va de un lado para otro intentando que todo esté perfecto, limpio, y, además, que resulte armonioso.
Rachel, nuestra cocinera, se afana en la cocina preparándonos una opípara cena a base de venado que, como siempre, hará las delicias de todos los comensales. Creo que, incluso, ha preparado un enorme pastel de arándanos y frutos silvestres.
Hemos tenido que retirar las mesitas repletas de pequeños adornos, marcos espejitos para dar mayor amplitud a la sala, e incluso, tendremos que dejar abiertas las puertas de algunos de los salones colindantes.
Mi madre ha contratado una pequeña orquesta que nos amenizará la tarde y parte de la noche.
Estarán todas las personas importantes de mi vida, todas menos una... y desearía que hoy estuviera también a mi lado. Todavía le echo de menos. Todo lo que soy se lo debo a él... ¡Cuánto me gustaría poder volver a hablar con él ya como dos personas adultas!.
Tal vez, en estos tres últimos años, haya adquirido más madurez de la que me corresponde por mi edad. Eso se lo debo a los sucesos acaecidos durante este periodo de tiempo, que no han sido pocos, y sobre todo, a esa persona tan especial y extraordinaria que pasó por mi vida siendo yo adolescente y que me marcó para siempre.
Todo empezó cuando transcurría el año 1.858, exactamente el tres de Abril, y voy a intentar relatar lo más fielmente posible lo sucedido.



I

Sábado, 3 de Abril de 1.858

Una vez más acompañé a mi madre a casa de la señora Leona Boyle, sitio en dónde acostumbrábamos a pasar las tardes de los sábados.
Era una casa grande, de estilo colonial, con un enorme porche sostenido por cuatro gruesas columnas, situada en las afueras de nuestra pequeña ciudad, rodeada de un gran jardín que llegaba hasta el bosque. Desde la puerta principal partía un sendero, que a unos cincuenta metros se bifurcaba en dos caminos: uno llevaba hasta las caballerizas, y el otro hasta un estanque ovalado lleno de peces en el que crecían gran cantidad de plantas acuáticas y preciosos nenúfares.
En élla se reunían varias señoras de acomodada posición social, todas viudas y acompañadas por sus hijos e hijas. Se conversaba de un sinfín de temas, se comentaba la última moda que siempre llegaba de Europa, se discutía el sermón que el joven reverendo Duncan Harley había dado durante la celebración de la última reunión religiosa, y se intentaba adivinar el tema que dicho reverendo iba a tratar al día siguiente, pues era domingo y como todos los domingos acudíamos a la iglesia, según la señora Kalmus, para purificar nuestras almas. Se criticaba a fulanita y a menganito, se tomaban unas pastas con té o café, y posteriormente pasábamos los retoños a amenizar el fin de la tarde cada cual con su gracia especial.
Todos nosotros éramos adolescentes de entre catorce y dieciséis años.
El 4 de Marzo había cumplido los dieciséis, hacía justamente un mes, y me sentía feliz por ser de los más mayores.
No me disgustaba acudir con élla, pues así podía mantener la amistad con las hijas e hijos de estas señoras. Nuestras casas estaban alejadas las unas de las otras y solo nos veíamos en estas ocasiones o en la celebración del cumpleaños de alguno de nosotros y en alguna fiesta local o benéfica.
Yo era una persona introvertida y, tal vez, mi forma de ser así fuese condicionada por un padre autoritario y por el hecho de no haber tenido la compañía de hermanos con quien compartir pensamientos, juegos, alegrías y penas.
Desde que murió mi padre, hacía por entonces tres años, mi vida cambió un poco. Mi madre era todo lo contrario a mi padre. Estaba llena de amor y lo regalaba.
Recuerdo perfectamente aquéllos días, nunca se borrarán de mi mente. Comenzaba la primavera. A mi padre, Arthur Wheeler, le comunicaron que en días próximos llegaría a Mobile un barco procedente de África cargado de esclavos y que se subastarían nada mas llegar a puerto, y pensó que le vendría muy bien el adquirir algunos de ellos con vistas a la recolección del verano. Así pues, dispuso su viaje, y junto con un par de amigos y vecinos, se trasladó hasta Mobile. Regresó con seis hombres jóvenes y fuertes; negros como el azabache y con nombres muy raros; ni que decir tiene, que aquí se les pusieron nombres más habituales para reconocerlos y recordarlos fácilmente.
A mamá no le agradaba la idea de que las personas se pudiesen comprar y vender, pero no tenía más remedio que acatar las decisiones que tomaba mi padre.
Pasados unos días y en una de sus habituales visitas a las casitas de la plantación y por mediación de Thomas, uno de nuestros esclavos más viejos, que hablaba bastante bien nuestro idioma, pudo comunicarse con ellos. Quería saber si necesitaban algo y si se encontraban bien de salud. Todos estaban muy asustados con su nueva y extraña situación. Dos de ellos estaban, además, muy tristes; en el barco con ellos venían sus mujeres y sus hijos. Al llegar a puerto los separaron
y estas mujeres y niños fueron vendidos a otros compradores. Mamá no comprendía cómo podían haber separado a esas familias. Les prometió que haría todo cuanto estuviera en sus manos para conseguir reunirlos de nuevo.
Nunca había visto a mamá tan enfadada. Se reunió con mi padre en la biblioteca.
Mi padre era un hombre alto, fornido, muy autoritario e intransigente y, a veces, algo agresivo; núnca llegó a maltratarnos físicamente pero sí había mostrado en ocasiones ataques de violencia descargando su ira sobre objetos y también sobre la servidumbre.
Mamá le acusó de cruel, de mal hombre, aludiendo a que ninguna persona de buen corazón y en su sano juicio hubiera separado a los miembros de una familia. Ella no comprendía que para él los negros no eran personas, solo los consideraba herramientas de trabajo. Al ver que mi padre se irritaba, intentó suavizar la situación rogándole que hiciese todo lo posible por encontrar a esas mujeres y sobre todo a los niños, y le pidió que los trajera a la plantación. A mi padre le pareció una petición estúpida y absurda, y se negó a hacerlo. Mamá le amenazó con formar un escándalo y también con no volverle a hablar en la vida; incluso le llegó a decir que si no cambiaba su actitud, élla y yo nos marcharíamos a Nueva Orleans con los abuelos. Era la primera vez que se había enfrentado a mi padre; mi madre nunca le había levantado la voz, siempre acataba las decisiones que él tomaba por crueles o erróneas que fueran, era su esposa y así por lo visto debía de ser. Esto le sentó muy mal a mi padre.
Yo, desde la puerta, escuchaba los gritos de ambos. De pronto todo cesó, sólo oí los gritos de auxilio de mi madre y pensé que mi padre le estaba haciendo daño; empujé la puerta y entré. Mi padre yacía en el suelo, mi madre se encontraba de rodillas junto a él. Me pidió angustiada que avisase al cochero para que trajera al médico y al servicio para que la ayudaran a trasladar a mi padre hasta su habitación. Así lo hice.
Cuando el Dr. O’Neil llegó a casa, ya era demasiado tarde. A mi padre le había dado un ataque al corazón y había muerto casi al instante.
Lo primero que hizo tras la muerte de mi padre, fue buscar y reunir a estas familias; le costó casi tres meses, pero finalmente lo consiguió, aunque para ello tuvo que hacer lo que nunca creyó que pudiera hacer: comprar a unas personas. Después liberó a los "esclavos" que trabajaban nuestras tierras y también al servicio de la casa. La mayoría se quedaron trabajando para nosotros, y desde aquel momento no hemos tenido ningún problema con éllos. Mamá siempre les trató con amabilidad y respeto que es lo que se merecían como seres humanos. Si tenían algún problema, intentaba solucionárselo. Si enfermaban, les daba la asistencia médica necesaria.
Estaba siempre al tanto de mis caprichos y procuraba que fuese siempre lo más feliz posible. Fue entonces, tras un riguroso periodo de luto, cuando empezó a relacionarse con estas señoras y se iniciaron las tertulias de los sábados. Había encajado muy bien en este círculo de damas, pues sus formas de ser y de pensar eran afines a las de élla.
No es fácil encontrar apoyo en una sociedad llena de prejuicios sociales y raciales, pero nosotros tuvimos mucha suerte al encontrar personas a las que no les importaba lo que el resto de la gente pensara de éllas, ni les dieran importancia a las críticas y desaires que recibían por parte de la gente vieja y conservadora del lugar.
En algunas ocasiones, cuando había demasiados cotilleos que comentar y ellas no querían que los jóvenes nos enterásemos de la conversación, nos mandaban al jardín con la excusa de que hacía un día precioso para disfrutar del sol, o con la de que nos acercásemos al estanque a ver los peces de colores, o simplemente nos pedían que cogiéramos unas cuantas flores para después adornar el salón.
Cuando la tertulia discurría normalmente, nos agrupábamos alrededor de una mesa, al otro lado de la sala, y disfrutábamos de algún juego. Charlábamos mucho, sobre todo, los más pequeños y Hattie.
Al fondo de la sala había un piano, y era allí dónde las señoras colocaban sus sillas y butacas dispuestas en semicírculo creando así una especie de escenario.
Una vez sentado el "público", uno tras otro, íbamos saliendo al centro para deleitar a nuestras madres, que dicho sea de paso, era un público muy benevolente, pues por mal que alguno de nosotros lo hiciésemos, siempre nos aplaudían con entusiasmo.
La señora Boyle disponía el orden de aparición. Por supuesto su hija Hattie era siempre la primera; comenzó a tocar su flauta, parecía que la sala se hubiese llenado de ruiseñores. Era una muchacha muy bonita, de ondulados cabellos dorados y ojos de color violeta, graciosa, amable, tenía un año menos que yo y realmente tocaba muy bien. Ella me enseñó a tocar un poquito. Nos llevábamos muy bien, teníamos una gran amistad. Hattie, que poseía una gran imaginación y la sigue teniendo en la actualidad, siempre andaba escribiendo cuentos fantásticos y relatos cortitos llenos de ingenio y fantasía. También escribía sus pensamientos, temores y dudas. Yo la alentaba para que en el futuro se hiciera escritora, pues realmente creía que tenía dotes suficientes para éllo. De vez en cuando, nos deleitaba con sus narraciones y cuando lo hacía su madre la presentaba como Hattie “la fantástica”.
Después actuaron George y Fred, los hijos gemelos de la señora Bárbara Kalmus, pelirrojos y pecotosos, idénticos como dos gotas de agua, eran los más jóvenes del grupo, acababan de cumplir los catorce años.
George tocaba el banjo de oídas, pues no había estudiado solfeo ni había recibido clases para aprender a tocarlo, y de vez en cuando se le escapaba alguna nota. Fred cantaba para acompañarle y también desentonaba lo suyo. Nunca llegamos a saber si lo hacía a idea para hacernos reír, o es que realmente le salían espontáneamente aquellos gorgoritos. Resultaba un dúo muy cómico y entretenido.
George y Fred eran los hijos más pequeños de una familia numerosa. Su padre, Travis Kalmus, había sido el comerciante más importante de nuestra ciudad. Acostumbraba a viajar mucho por el resto del mundo. Fundó una empresa de importación y alcanzó el éxito con ello. En uno de sus viajes contrajo una extraña enfermedad que le hacía padecer unas fiebres muy altas y temblores hasta que en una crisis falleció. Los negocios pasaron a llevarlos sus dos hijos mayores John y James.
La diferencia de edad entre George y Fred con sus hermanos mayores era notable. John contaba por entonces con 23 años y James con 21. Entre estos se encontraba la única hermana, Lisa, de 19 años, que acababa de contraer matrimonio con Dylan Wayne, un apuesto joven, hijo de un acomodado ganadero de Biloxi. Había sido, por lo tanto, lo que se llama una buena boda, pues su situación social era tan buena que tenían asegurado el futuro económico de por vida.
Esta boda había afectado notablemente a la señora Kalmus, quien se veía obligada a prescindir de su única hija. Al principio no le pareció muy bien que se casara y abandonase su casa para ir a residir fuera, al estado vecino de Mississippi, aunque realmente la distancia no era mucha, tan solo unas pocas millas las separaba. Al final la señora Kalmus recapacitó y tuvo que aceptar la decisión de Lisa, al fin y al cabo, élla hizo lo mismo cuando era joven. Se enamoró locamente del señor Kalmus durante una travesía en vapor por el río que da nombre precisamente al estado al que se había trasladado a vivir su hija. Y a pesar de las negativas de sus padres, consiguió casarse con el, después de dos largos años de tortuoso noviazgo. Ella también abandonó su casa de Birmingham para vivir junto a su amado Travis. Sus padres pasaron, pues, por una situación similar a la que a élla le tocaba vivir ahora. Se dió cuenta a tiempo de que el amor es algo tan importante que puede con todos los contratiempos; y sobre todo lo que élla sería incapaz es de mortificar a su querida Lisa negándose a que contrajera matrimonio con Dylan. Lisa tenía todo el derecho del mundo a ser feliz y no era capaz de negarles la felicidad.
A continuación le llegó el turno a Evelyn, que era hija de la señora Olivia Stacey. Evelyn era una jovencita de mi misma edad. Alta, muy morena, algo desgarbada y un poco feilla, pero cantaba como los ángeles.
Desde muy pequeñita formaba parte del coro de la iglesia. Su padre, el predicador metodista Andrew Stacey, había fallecido unos cuantos años antes en extrañas circunstancias. Lo encontraron una mañana en su despacho con un tiro en la sien. Una de las versiones que se divulgaron contaba que lo había matado un supuesto ladrón que entró en la casa con ánimo de robar y que al verse sorprendido por el predicador le disparó para poder escapar, matándolo en el acto. El revólver se encontró junto al cadáver y esto echaba abajo la hipótesis del asesinato , pues no se veía justificación a que el asesino dejase el arma en el lugar del crimen. Otra de las versiones apuntaba hacia un suicidio, cosa que tampoco quedó aclarada, pues el predicador no había dejado ninguna nota que explicase los motivos que le habían inducido a proceder de aquella manera. Las malas lenguas decían que por medio había otra mujer. La verdad es que nunca se llegó a saber lo que realmente sucedió.
La muerte del predicador Stacey las dejó en unas condiciones económicas bastante precarias. Salieron adelante gracias a que la señora Stacey procedía de buena familia y le ayudaron a remontar aquel momento trágico y difícil. Posteriormente heredó, junto con su hermano, parte de la empresa exportadora de madera de Alabama, propiedad de su difunto padre. Y en la actualidad siguen subsistiendo de forma muy holgada gracias a los beneficios que obtienen de sus negocios.
Tras un pequeño receso para que las madres elogiaran a sus retoños y comentaran los progresos que observaban en éllos, prosiguió el acto. Le tocó el turno a Víctor, gran amigo mío, hijo de la señora Loraine Kern.
Víctor era un joven rubio de ojos grises, bien parecido. Tan solo es unos meses menor que yo. Su casa es la que está más cerca de la mía y, tal vez, por eso, nos podemos relacionar más.
Tocó su violín con mucho sentimiento y logró sacar unas notas maravillosas emocionando a todo el grupo. Tocaba muy bien porque tomaba clases desde los ocho años. En su casa siempre habían sido unos apasionados de la música. Tenían la costumbre de reunirse toda la familia los viernes por la noche y tocaban uno tras otro durante horas. Su padre, el banquero Ronald Kern, tocaba el violín, de ahí la afición de Víctor que siguió los pasos de su progenitor. Su abuelo paterno, Richard Kern, tocaba el piano, y su madre alternaba el arpa con la guitarra española, dos instrumentos que a mi me parecían muy curiosos.
El Sr. Kern, que falleció un año antes que mi padre, se ahogó en el cercano río Alabama al que tantas veces había acudido a pescar con su hijo, por intentar salvar a dos pequeños que arrastraba el agua sin control. Era un buen nadador y nos resultó casi imposible el comprender cómo podía haber ocurrido un accidente así; posiblemente se golpease con alguna roca o le diera un calambre inmovilizándolo, en fin, no es momento de ponerse a pensar en que le pudo ocurrir.
Víctor vivió unos momentos muy difíciles porque estaba muy unido a su padre. Hattie y yo estuvimos a su lado en todo momento.
Tras la interpretación de Víctor, hubo muchos y merecidos aplausos, incluso algún ¡bravo!... y me tocó a mí.
A mí también me había gustado la música desde muy temprana edad. Creía que la música era como un sentimiento más que llevaba dentro de mi alma, pero que yo no sabía ni podía exteriorizar, si bien, gracias a mi padre, tampoco había tenido la oportunidad de hacerlo y ni siquiera de intentarlo.
Yo solo sabía recitar. Quienes me habían oído siempre, me comentaban que lo hacía bien. Que tenía una bonita voz y que vivía lo que recitaba, transmitiéndoles a ellos la misma emoción que yo sentía en ese momento.
Aquel día recité unos versos cortos: unos dedicados a la vida, otros al amor y otros a la muerte, por ese mismo orden, que me parecía el más adecuado, pues nuestras madres acababan siempre emocionadas soltando algunas lagrimitas.
Alguna vez intercalaba algún verso mío encubierto entre los de poetas ya bien conocidos, pero nadie parecía darse cuenta, cosa que a mi me halagaba enormemente pues me hacía suponer que mis creaciones eran de gran calidad.
En el preámbulo de las despedidas, alguien comentó que era una lástima que ninguno de nosotros tocase el piano. Y tenían razón. Si yo lo pudiera tocar... Siempre me había llamado la atención aquel piano solitario. Nadie lo había tocado desde que el señor Boyle falleció.
En una ocasión, durante un paseo por el campo con Hattie, conversamos. Me dijo que echaba mucho de menos a su padre, al que adoraba de niña; que recordaba cómo jugaba con élla, cómo se dejaba peinar el bigote, cómo la lanzaba a lo alto y la recogía, cómo le enseñó a cabalgar sobre un potrillo blanco, cómo bailaba con ella en brazos y, sobre todo, cómo la abrazaba y la besaba diciéndole cuánto la quería y llamándola princesita.
Warren Boyle fue el mayor accionista de una compañía de ferrocarril. Había sido un hombre afable, bonachón, muy agradable en el trato y al que la gente apreciaba fácilmente. Solía participar en las fiestas locales y benéficas con gran entusiasmo, a pesar de su importante posición social, disfrutaba de las pequeñas cosas igual que el resto de la gente de nuestra pequeña ciudad. Fue en una de estas fiestas campestres en la que el azar le hizo perder tontamente la vida. Se organizó una carrera de calesas. El Sr. Boyle participaba en élla como todos los años, incluso llegó a ganarla en dos ocasiones. Al tomar una curva se rompió una de las ruedas y la calesa volcó con tal mala suerte que el Sr. Boyle fue a golpear con la cabeza contra uno de los muros de piedra que delimitaban el camino. Quedó conmocionado y falleció dos días después. Hattie era muy pequeña por entonces, tenía solamente cinco años cuando ésto ocurrió y los recuerdos que le quedaron de su padre fueron tiernos y entrañables.
De vuelta a casa mamá me comentó la posibilidad de que yo pudiera tomar clases de piano, parecía que siempre me leía el pensamiento. Me preguntó si me apetecería aprender a tocarlo. Me pareció muy bien, me ilusionó la idea de poder exteriorizar por fin con música mis sentimientos.
Esa noche me dormí tarde. Estuve pensando que si llegase un día en que pudiera ponerle "mi música" a mis versos, o viceversa, sería magnífico, excitante.
El martes siguiente nos trajeron el piano. Me pareció precioso. Lo llevaron al salón rojo. Lo llamábamos así porque, tanto las cortinas como la tapicería y las alfombras, eran de color granate. Ya que iba a ser yo quien lo utilizara en el futuro, lo hicimos colocar entre el ventanal y la chimenea. Tuvimos que reajustar el resto del mobiliario, pero al final el conjunto resultó armonioso. Lo afinaron, y allí quedó. Todo para mí. Majestuoso, el rey del salón, negro y grande. Levanté la tapa y paseé mis dedos por el teclado de marfil. No sé qué notas salieron, pero me gustó su sonido.
Deseaba aprender cuanto antes y se lo comenté a mamá. Me contestó que se iba a poner en contacto con un profesor, recomendado por la señora Boyle, que, según élla, tenía un gran talento musical y una facilidad especial para conectar con la gente joven y enseñar a sus alumnos.
Casi no pude comer. Continuamente iba al salón y lo contemplaba unas veces desde la puerta, otras me acercaba y lo tocaba, lo acariciaba, iba a ser mi amigo del alma. En la última visita me crucé en la puerta con Ana, nuestra sirvienta más antigua, frunció el ceño y con cara de enfado me gruñó:
-Lo acabo de limpiar y brilla como el ébano. ¡No se le ocurra dejar los dedos marcados en la tapa o lo tendrá que limpiar usted!.
Me llamaba de usted a pesar de mi corta edad y de que me había visto nacer. Pero la sociedad tiene unas “normas” y se deben respetar.
Ana es una gran mujer, y no lo digo tan solo por su gran corazón, si no también por su gran tamaño. Es una enorme mujer negra que impone respeto tan sólo con mirarla. Es seria y muy trabajadora. Nos quiere mucho a mi madre y a mi, y aunque a veces se muestra muy severa conmigo, pues me riñe constantemente por todo, después se desvive por complacerme, es lo más parecido a una abuela, o por lo menos yo la considero así.
Por la tarde mamá salió. El cochero la acercó hasta una población cercana para entrevistarse con dicho profesor y ver la posibilidad de que él se trasladase hasta nuestra casa para darme clases aunque fuese solo dos tardes a la semana.
Al regreso me confirmó que todo estaba arreglado. El vendría los lunes, miércoles y viernes hasta que yo aprendiese a tocar perfectamente. Abracé a mi madre y le di un beso, mi entusiasmo llegó al máximo, pues, en vez de dos días a la semana, iban a ser tres y así podría aprender más pronto. Me iba a costar un gran esfuerzo, pero merecía la pena. Tendría que tomar las clases por la tarde, pues las mañanas tenía clase de matemáticas, literatura y francés con el viejo profesor Lemon.
Esa noche la pasé casi en blanco, tan apenas pude dormir pensando que faltaban cinco días todavía hasta el lunes.

II

Al día siguiente, sobre las cuatro de la tarde, Ana golpeó en la puerta de mi habitación y me gritó:
- ¡Que dice su madre que se arregle y baje al salón rojo!. ¡Que le quiere presentar a un caballero!.
Estaba en mitad del sopor de la siesta, no sabía bien si lo oía o lo estaba soñando... Al no oír respuesta, Ana insistió, golpeó con más fuerza y me gritó:
- ¿Me ha oído usted?. ¡Que baje al salón rojo!.
Ahora oí su potente voz claramente. Le contesté desde la cama:
- Ya te he oído, Ana; di a mamá que bajo enseguida.
Primero remoloneé un poco, había dormido tan mal la noche anterior que en ese momento no me apetecía lo más mínimo el levantarme, pero si mamá requería mi presencia debía ser por algo importante, así que me desperecé, me levanté, me aseé y tras vestirme, me cepillé el pelo. Mientras hacía todo esto, pensaba en que Ana me había dicho que mamá quería presentarme a un caballero. ¿Quién podría ser?. Que yo supiera no teníamos prevista la visita de ningún amigo de la familia. Tampoco podía ser ningún familiar, puesto que yo ya los conocía a todos. ¡Un pretendiente!. Eso era... un pretendiente. ¡Vaya! ¿Podría ser verdad que mamá volviese a la vida totalmente? Sería maravilloso que hubiese encontrado una persona que le amase y la hiciese sentir completamente feliz. El amor da alegría y ganas de vivir, y yo tenía tantas ganas de volver a ver contenta a mamá, volver a oír su musical risa, de verla bailar y canturrear por la casa. Desde que murió mi padre su vida la había limitado a la casa y a mí. Creo que se sintió culpable de su muerte y sería estupendo que por fin lo superase y volviese a disfrutar completamente de la vida y a amar.
Bajé rápidamente las escaleras, por cierto no eran pocas, pues comenzaban en la planta superior y bajaban rodeando todo el hall, hasta parar justo frente al salón rojo. Hubiera bajado deslizándome por el pasamanos, pero desistí de hacerlo porque si Ana me sorprendía en éllo me reñiría diciéndome que era peligroso y que además yo ya no tenía edad para hacer esas tonterías.
Me paré un instante en la puerta, arreglé de nuevo mi pelo, pues fuera quien fuese aquella persona, quería causarle buena impresión; llamé y entré.
Delante del ventanal descubrí las siluetas de mi madre y la del caballero, a trasluz, porque el resol se colaba entre las cortinas entreabiertas. Oí la voz de mi madre:
- Pasa, cielo; ven, quiero presentarte a este caballero.
Me acerqué, y, mientras lo iba haciendo, fui descubriendo el aspecto de aquel hombre. Era alto, moreno de piel. Me llamó la atención su pelo, mas largo de lo habitual, y éso no estaba bien visto por la “alta sociedad”, aunque poco a poco se iba aceptando esta tendencia llegada del oeste del país. Además me pareció que era demasiado joven para ser pretendiente de mamá..., aunque si digo la verdad, en aquel momento no me hubiera importado que él fuera más joven que élla con tal de que la amase y la hiciese feliz.
-Te presento al señor Oscar Martinelli, él va a ser tu profesor de piano.
Me quedé de piedra, fue una total sorpresa. El me sonrió y alargó su mano hacia mí, yo le di la mía y nos las estrechamos.
Mamá dispuso un improvisado café y los tres nos sentamos a conversar un poco para conocernos mejor.
Yo no tomé nada, pues intenté sostener una taza y me temblaban tanto las manos que prescindí de éllo para no llamar la atención. No me agradaba pensar que mi futuro profesor pudiera confundir mi nerviosismo con torpeza.
Nos contó parte de su vida. Oscar, como puede deducirse por su apellido es italiano, su madre era norteamericana, de buena familia, que un buen día, en un viaje
a Europa, se enamoró perdidamente de su padre y ya no regresó a su tierra natal. Oscar llevaba ocho años en nuestro país, había residido en distintas ciudades, y, al final, fijó su residencia en la ciudad que había nacido su madre. Salió de Italia muy joven, nos dijo que a los dieciocho años, dándoles un gran disgusto a sus padres, pero él sentía la necesidad de escapar, vivir, ver mundo, conocer gentes, aprender...
En su niñez no había tenido carencias económicas, su familia estaba en buena posición, le dieron una educación excelente. De niño le embrujó la música e hizo de ella su vida. Componía alguna pieza, daba algún recital y, a ratos libres, impartía clases, sobretodo a jóvenes porque en éllos veía más facilidad de aprendizaje.
Mientras él hablaba, en perfecto inglés, yo le observaba. En sus ojos negros le descubrí una mirada intensa pero triste.
Me hizo unas cuantas preguntas sobre mi interés por la música..., si sabía solfeo, si tocaba algún instrumento, etc.
Todo el solfeo que yo sabía me lo había enseñado Hattie y le dije que tocaba bastante mal la flauta.
Sonrió, tenía una sonrisa agradable y algo tímida.
-!Bien, tendremos que empezar de cero, pero creo que merecerá la pena!.
Mamá hizo retirar la bandeja, se disculpó y..., nos dejó solos. No entendí lo que pasaba... ¡Claro, era miércoles y yo iba a empezar mi primera clase!. El nerviosismo se apoderó de mi, comencé a sudar, me temblaron las manos y las piernas. El se dió cuenta.
-No se asuste, no acostumbro a ser duro con mis alumnos.
Volvió a sonreír.
-Perdone que me comporte de esta forma tan extraña, pero es que ha sido una total sorpresa; mi madre no me había dicho que usted vendría hoy y mucho menos que empezaríamos las clases.
-Su madre sabe lo impaciente que está usted por comenzar las clases y creyó conveniente no hacerle esperar más. Ella le quiere mucho...., igual que me quiso a mí la mía, siempre me daba sorpresas agradables cuando sabía que yo tenía ilusión por algo...
Pude observar cómo su mirada se volvía todavía más triste y sus ojos más brillantes.
Abrió una especie de portafolios y sacó unas cuartillas, las extendió sobre la mesa y nos sentamos. Empezamos a repasar notas. Me sirvió de gran ayuda todo lo que me había enseñado Hattie, por lo menos, no me hizo sentir demasiado ignorante.
Me pidió que moviera las manos, luego los dedos, cosa que en un principio me pareció una estupidez. El pareció leerme el pensamiento.
-No es una estupidez. -Me recriminó- Mueva los dedos tan rápidamente como pueda, quiero ver la agilidad que tienen.
Movílos, pues, y pareció quedar satisfecho.
Convinimos que pasaríamos unos días repasando solfeo antes de intentar tocar el piano en serio. Iban a ser unos días largos para mí, pues estaba impaciente por lograr que mis manos hiciesen hablar al piano.
Antes de marcharse le pedí que me hiciera el favor personal de interpretar alguna pieza. Necesitaba oírle y verle tocar. Me sonrió, pareció comprender mi impaciencia y aceptó. Se sentó tranquilo. Levantó la tapa y colocó sus dedos sobre las teclas... No reconocí la pieza musical que tocó, no la había escuchado nunca, pero fue maravilloso, todo el salón se convirtió en una enorme caja de música. Mientras tocaba yo lo observaba, su posición, sus movimientos. Sus manos se deslizaban con enorme soltura, suavidad, y a la vez con firmeza sobre el teclado; su cara reflejaba gran sentimiento, se notaba cómo las notas le surgían del alma.
Me estremecí, una sensación extraña se me puso en el estómago, lo que estaba sintiendo era extraordinario y en ese momento supe sin ninguna duda que yo iba a lograr tocar como él.
Cuando acabó, y con gran emoción por mi parte, le di las gracias, él me contestó que las gracias me las daba él a mí por escucharle con tanta atención.
Pasamos dos semanas entre fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas... Alternábamos las lecturas de las partituras con clases prácticas sobre el teclado. Poco a poco fui aprendiendo la posición de las teclas y a relacionarlas con su sonido. Me enseñó a colocar los pies sobre los pedales. Paulatinamente fui adquiriendo soltura y confianza.
Oscar resultó, en verdad, un buen profesor. Era atento y amable. Dejamos pronto las formalidades a un lado y pasamos con gran naturalidad a tutearnos, así nos encontrábamos mas cómodos.
Llegó el día en que tras la clase, me hizo sentar, junto a él, al piano. Me cogió las manos fuertemente y mirándome directo a los ojos me dijo:
-Hoy vas a tocar tu primera pieza.
Noté una sensación extraña, como si cientos de mariposas revoloteasen por mi estomago.
-¿Crees que podrás hacerlo?. -Yo asentí con la cabeza.
Me colocó las manos en la posición adecuada y me hizo tocar la escala varias veces.
Me enseñó un tema sencillo y repetitivo, pero al mismo tiempo agradable y alegre. Lo tocamos juntos y luego me dejó a mí en solitario.
Había aprendido que cada nota tiene su tiempo, su espacio, a no correr demasiado, y a hacerlo cuando era preciso.
Me dijo que aprendía muy deprisa, que asimilaba muy bien todo lo que él me explicaba, pues no me tenía que repetir las explicaciones una segunda vez, y que éso denotaba en mí, además de una gran capacidad de aprendizaje, las ganas que tenía para expresar todos los sentimientos que llevaba escondidos dentro.
Oscar seguía viniendo a casa, ahora ya nos conocíamos mejor; poco a poco habíamos forjado una gran amistad, la basamos en la sinceridad. Disfrutábamos juntos de la música, y tras las clases acostumbrábamos a dar largos paseos y a conversar. Hablábamos de él, de sus pensamientos, de mí y de los míos.
Coincidíamos en nuestra forma de ser y de sentir. Yo tenía a mis amigos de siempre, pero nunca llegué a tener con ellos la confianza que tenía con Oscar.
Me di cuenta entonces de que la amistad no se adquiere solo a base de tiempo, si no que es cuestión de compatibilidad de caracteres, compenetración, comprensión y tolerancia mutuas.
El ya sabía mi secreto; los dos sabíamos que éramos almas gemelas, nos gustaba la libertad y odiábamos la injusticia; disfrutábamos con cualquier cosa, un paisaje, una flor, una nota, una frase... Comentábamos situaciones vividas, errores cometidos; hablábamos de nuestros miedos. Yo lo admiraba por su extraordinario don, y él me admiraba por saber expresar tantos sentimientos con mis poemas.
A veces nos sentábamos bajo los álamos y me pedía que le recitase algún verso mío. Unas veces recitaba para él algunos que ya tenía compuestos y que recordaba perfectamente porque eran mis favoritos. Otras veces improvisaba sobre la marcha y extrañamente me salían unos versos cortitos, muy bellos y sobre todo muy románticos.
-Eres algo especial. -Me dijo un día- Tienes que seguir adelante, tú tienes capacidad para lograr lo que quieras. ¿Quieres hacer música?. ¡Házla!. Si yo puedo, tú también puedes. ¿Quieres poner música a tus versos?, pues no lo digas, hazlo. No te imaginas la satisfacción que sentirás. ¡Dios mío, eres tan joven!. Tienes tanta belleza interior como exterior...
Había tanta emoción y ternura en esas palabras que me turbó; en ese momento no sé explicar lo que sentí; sus palabras me calaron hasta lo más profundo de mi ser.
A solas en mi habitación, en la oscuridad de la noche, recapacitaba sobre mis sentimientos. Oscar era especial, joven, maravilloso, con un gran corazón; me encontraba muy a gusto en su compañía; podía contarle cualquier cosa, contarle sin vergüenza todos mis sentimientos sin temor al ridículo, él los comprendía perfectamente.
Era una persona solitaria, algo triste a veces, sensible y melancólica que despertaba compasión y afecto. Frente a otras personas, se mostraba más alejado y frío, incluso, parecía muy seguro de sí mismo. Pero yo sabía que era una máscara que utilizaba como coraza; no se mostraba como realmente era, tal vez, para evitar que le hicieran daño o lo tildaran de blando y cursi. Había levantado un muro de protección a su alrededor que solamente a mí me dejaba atravesar.
¿Qué era lo que yo sentía?. ¿Podría ser amor?. Pero... ¿qué clase de amor?. No podía ser, era algo que no encajaba en mi cabeza. Verdad era que me había volcado más en lograr su amistad que en conservar las que ya tenía. Pero por una persona como Oscar, merecía la pena el arriesgarlo todo.
En alguna ocasión Hattie se había quejado de mi falta de atención hacia élla y nuestros amigos de siempre.
Yo seguía asistiendo a las reuniones de los sábados. Seguía recitando, pero como todos sabían que había aprendido a tocar el piano, me solicitaban, de vez en cuando, que les tocase algo. Siempre les tocaba la última melodía que me había enseñado Oscar. Recordé los reproches de Víctor; se sentía desplazado, yo diría que algo celoso; se quejaba de que tan apenas nos veíamos; que ya no salíamos a cabalgar juntos; que me estaba aislando de él y del resto del grupo.
La verdad era, que cuando nos reuníamos, yo les debía aburrir bastante hablándoles constantemente de mi piano, contándoles los pormenores de mis clases y, tal vez, elogiase a Oscar demasiado. Hattie decía que no paraba de hablar de él.
Que cuando lo nombraba, se me llenaba de miel la boca.
Tal vez éllos tenían razón. Tal vez éllos se habían dado cuenta de algo de lo que yo no me había percatado...
En aquel momento comprendí a Hattie cuando aquella vez, que a solas, me preguntó con gran dulzura y preocupación:
-¿Qué estás haciendo?. ¿En qué lío te estás metiendo?. Ten mucho cuidado. No me gustaría que te hicieras ni te hicieran daño...
No la entendí entonces, pero en ese momento me di cuenta de lo que había querido decirme.
Durante los meses de verano suspendíamos las clases de las mañanas. Tanto Víctor, como Hattie y yo compartíamos profesor, claro está, a diferentes días y horas. Ahora tendríamos más tiempo libre y decidí compartirlo más con ellos.
Eran mis amigos; recapacité y comprendí que se merecían que yo les prestase más atención. Me enmendaría y procuraría en adelante compensarles el tiempo que les había restado.

III

Víctor llegó de mañana; vino a buscarme montado en uno de sus bonitos caballos. Lo llamaba Sol, era marrón, con crines rubias. A pesar de que no me apetecía mucho salir, me acerqué hasta los establos a recoger a Niebla, mi caballo gris, un poco viejo, pero seguía siendo mi favorito.
Salimos a cabalgar. Era un bonito y soleado día de verano.
Poco a poco volvimos a ser los de siempre; hablamos y pude convencerle de que su amistad seguía siendo importante para mí. Bromeamos, reímos.
Atravesamos el bosque y llegamos hasta la plantación. El paisaje era precioso. Grandes extensiones de verde y blanco amarfilado. Se estaba empezando a recolectar el algodón. Nuestra plantación es una de las más extensas de la zona.
Hombres y mujeres recogían y portaban el algodón hasta los carros, que tirados por bueyes, lo transportaban hasta los almacenes.
Nos paramos en el camino. Mientras trabajaban, cantaban, y lo hacían de tal forma, que se erizaba el vello. Nos gustaba oírlos y a ellos no les importaba nuestra presencia. Yo creo, que incluso cantaban con más entusiasmo.
Por el camino se acercaba una muchacha, tiraba de un buey ya cargado, era Sara, la sobrina de Ana, tenía nuestra misma edad, la conocíamos de siempre, pues había nacido en nuestras tierras. Vestía blusa y falda grises. La falda la había recogido por los lados hacia arriba para facilitar el paso entre las matas de algodón. Llevaba recogida su melena rizada con un pañuelo blanco que resaltaba su salvaje belleza negra. Su piel y su pelo brillaban retadoras al sol.
Al cruzarnos, Víctor la saludo, élla sonrió y bajó la cabeza; prosiguió su camino.
-Cada día está más preciosa. -Comentó siguiéndola con la mirada- ¡Es una perla!, ¡una perla negra...!
Yo no era la persona más adecuada para darle consejos, pero le recomendé que tuviera cuidado, no porque a mí me pareciese mal, nunca he tenido prejuicios contra los negros, yo nunca hubiera aprobado la esclavitud, sino porque el relacionarse de “cierta manera” con éllos está mal visto y le podía acarrear grandes problemas. Si lo que se siente es sólo deseo, la sociedad lo tolera, en ocasiones, incluso, se considera como normal, pero si un blanco llega a enamorarse de una negra éso es imperdonable.
Yo no sé con qué derecho a estas personas se las rapta, se las saca de su tierra en la cual viven libres disfrutando de la naturaleza, alegres, tranquilos, y se les trae como animales, hacinados, en malas condiciones, en barcos sucios y malolientes, hasta este país, que yo siento como mío, aunque realmente no es nuestro, pues ya estaba aquí antes de que lo colonizáramos escoceses, irlandeses y demás europeos. La mayoría de ellos perecen en el largo viaje, otros enferman. Se les trae para explotarlos y maltratarlos física y psicológicamente, se les limitan sus derechos como humanos. Se les considera de inferior categoría. Los varones, podríamos decir, que quedan mejor parados en esta historia, trabajan de sol a sol las tierras y a éso se limitan sus quehaceres. Las mujeres además de trabajar, si tienen la mala suerte de ser bonitas, son acosadas por sus amos, quienes creen que por haberlas comprado les pertenecen también físicamente y tienen plenos derechos sobre ellas; las obligan a someterse a todos sus caprichos y deseos sexuales, y si alguna se resiste, es azotada y después tomada por la fuerza.
No comprendo cómo se les dice lo que pueden o no pueden hacer, cómo se les impone unas normas estúpidas sólo porque tienen oscura la piel. Para mí los negros siempre han sido personas con el mismo derecho al respeto que los blancos. Las personas sólo somos éso, personas, da igual de qué color tengan la piel o la religión que profesen; ante Dios todos somos iguales, todos estamos en el mundo para el mismo fin. Todos sufrimos, amamos, lloramos, enfermamos y deberíamos disfrutar de la vida igualmente. A todos nos calienta y alumbra el mismo sol y todos respiramos el mismo aire.
Nosotros acostumbrábamos a ir a la plantación bastante a menudo y éramos bien recibidos. Nunca les habíamos causado daño alguno y se mostraban agradecidos por ello. A veces, nos acompañaba Hattie, pues le gustaba jugar con los niños. A escondidas les enseñaba las letras y los números. A los tres nos gustaba hablar con el viejo Thomas, abuelo de Sara, quien nos contaba historias de cuando él era joven, nos ponía al corriente de sus costumbres. Nos explicaba cómo había sido su vida hasta que lo trajeron a Alabama junto con su familia. Nos contaba también cómo cazaba con su padre a los terribles devoradores de hombres, así llamaba él a los leones, que tenían aterrorizados a las gentes de su aldea. Nos describía los salvajes paisajes de su tierra, nos hablaba de una montaña que en pleno verano mantenía su cumbre con nieve y de una gran cueva cuyas paredes estaban repletas de piedras de color verde azulado. Nos cantaba canciones, incluso, una vez llegó a bailar para nosotros una danza de movimientos convulsivos, que según él, bailaban de noche, alrededor de una hoguera en época de sequía para que el tiempo cambiase y lloviese. Danzaban al dios del bien, al del mal, al que castiga y al que cura. También lo hacían antes de salir de caza y cuando volvían con sus trofeos. Tenían hechiceros que curaban con pócimas mágicas extraídas de las raíces de las plantas. Pasábamos muy buenos ratos escuchando boquiabiertos al viejo. En algunas ocasiones, Sara nos acompañaba, pues también disfrutaba oyéndole contar estas historias, ritos, mitos y leyendas, que al fin y al cabo, eran sus raíces.
Aquel día pasamos el rato tan agradablemente que se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta. En casa ya habrían almorzado. Mi madre estaría preocupada con nuestra tardanza, así que pusimos nuestros caballos al galope, y, en vez de regresar por el camino, decidimos hacerlo por el bosque para atajar.
Víctor saltó un árbol caído cruzado en el trayecto, yo quise seguirle, pero al intentar saltar, Niebla se asustó e hizo un movimiento brusco. No llegó a desmontarme pero sentí un dolor intenso en la espalda. Tuvimos que aflojar el paso hasta llegar a la casa.
Me tuvo que ayudar a bajar del caballo. Mamá se asustó, entre los dos me llevaron a mi dormitorio.
Enseguida envió al cochero a buscar al médico de la familia. El Dr. O'Neil nos atendía desde que emigró de Irlanda, incluso antes de que yo naciera. Era el típico irlandés, alto, fuerte, pelirrojo con grandes patillas, con aspecto de bruto pero en realidad era una persona amable y afectuosa, y, sobre todo, lo más importante, un buen médico.
No parecía ser grave, pero a pesar de éllo, dispuso que sería conveniente dos semanas de reposo en cama , unas cataplasmas calientes que tendría que sufrir tres veces al día y un ungüento maloliente.
¡Dos semanas!. Pero, ¿qué castigo era ése?. Dos semanas sin mi piano. Dos semanas sin Oscar.
Mamá mandó una nota a Oscar comunicándole que no podría tomar clases durante dos semanas y explicándole el motivo que había ocasionado esta obligada suspensión de las clases.
Ana preparaba las cataplasmas, y como un reloj, cada ocho horas en punto me las colocaba. Estaban tan calientes que creo que se me peló la espalda. Mi madre se encargaba de extenderme el ungüento.
Durante los dos primeros días el dolor fue insoportable. Tras el tercero los dolores fueron remitiendo, quedándose en una molestia continua, con alguna crisis de dolor intenso; sobre todo cuando intentaba incorporarme o, sin querer, hacía un movimiento brusco. Era viernes. Por la tarde recibí una visita inesperada. Oscar vino a interesarse por mi salud. Sentí una inmensa alegría.
A solas me confesó que hubiese venido el primer día nada más enterarse, pero que no lo creyó conveniente, ya que mi madre le había comunicado la suspensión de las clases al ser primeros días muy dolorosos, y no quería importunarme, agravando mi dolencia con su visita a destiempo. Al verme triste me confortó, me dió ánimos. Me convenció para que escribiera.
-Ahora tienes mucho tiempo. Aprovéchalo. Intenta ahora escribir música.
-Es muy difícil crear música. -Le repliqué.
-Sobre todo si no lo intentas. Ten por seguro que puedes hacerlo y seguramente más fácilmente de lo que tú crees, sólo necesitas tres cosas: papel, pluma e imaginación, y afortunadamente tú tienes mucha.
Estuvo conmigo hora y media. Cuando se despidió, aún sentado en el borde de la cama, con un gesto cariñoso y una sonrisa, me apartó el pelo de la frente, acarició mi mejilla con el revés de sus dedos y me dijo:
-Cuídate. Volveré pronto a verte.
A pesar del dolor que me suponía el hacerlo, lo abracé y le di las gracias. Se marchó.
Entre el sábado y el domingo vinieron a visitarme todas mis amistades. Unos se mostraban muy preocupados por mi salud, otros le quitaban importancia a mi dolencia para darme ánimos. Yo comprendía a unos y a otros.
Durante esos dos días tuve siempre compañía y recibí constantes muestras de cariño, pero me faltaba lo esencial, la presencia de Oscar. Lo echaba mucho de menos. Es extraño cómo una persona se puede sentir sola entre tanta gente.
La fatiga se apoderó de mí, y por primera vez en muchos días, caí en un profundo sueño, agradable y reparador.
IV

Me desperté de madrugada. Con precaución me levanté, recogí unas cuartillas y la pluma de mi escritorio. Volví a la cama, intentaría componer algo.
-¡Imaginación, imaginación!, qué fácil era decirlo. ¿Cómo imaginarse la música?.
Cerré los ojos con el deseo de que las notas acudieran a mi mente. No se me ocurría nada.
Empezaba a amanecer. Hasta mis oídos llegaban los trinos de los pájaros más madrugadores. Las contraventanas estaban abiertas. Ana se había olvidado de cerrarlas la noche anterior. La luz del sol comenzó a aparecer en el horizonte, parte del cielo se mostraba rojizo y el resto tomaba su color habitual, un azul intenso.
Volví a cerrar los ojos. Me imaginé que tocaba mi piano y poco a poco logré encadenar unas notas a otras. De vez en cuando, abría los ojos y procedía a anotar en el papel los sonidos que mi cabeza me dictaba. Logré componer una pieza corta. En mi cabeza sonaba bastante bien, pero... ¿cómo sonaría al piano?.
Ana me trajo el desayuno y me riñó por haberme levantado. Después llegó mamá a darme los buenos días, y me riñó también por no haberme tomado todo. No les hice caso a ninguna. Ya me encontraba mejor.
Por la tarde volvió a visitarme Oscar. Lo sentí muy satisfecho y emocionado cuando le dije que había compuesto "algo", que aunque era un poco corto, me gustaba. Lo llamé "El amanecer". Le comenté que me daba vergüenza enseñárselo porque no creía que fuese demasiado bueno, un pianista como él estaba acostumbrado a leer e interpretar música de gran calidad y no creía que lo que yo había creado tuviese comparación con lo que él acostumbraba a oír.
Me riñó. Esa mañana todo el mundo me reñía.
Tímidamente, y sin dejar de mirar su expresión, le alargué las cuartillas. Las ojeó. No hizo ningún comentario, ningún gesto, nada...
Se puso de pie, abrió la puerta de mi habitación y desapareció dejándola abierta, de par en par.
En mi rostro se dibujó un gesto de perplejidad. ¿Qué hacía?. ¿A dónde iba?.
Pronto lo supe. A mis oídos llegaban las notas que Oscar estaba tocando en mi piano. Era mi música y sonaba asombrosamente bien.
Regresó satisfecho y sonriente.
- ¿Lo has escuchado bien?.
- Perfectamente, y me ha parecido más bonito que en el papel.
-Tiene algo especial, diferente; es sencilla y refinada pero, a la vez, tiene fuerza, matices violentos; creo que expresa muy bien tu estado de ánimo actual. Pero... ¿cómo has podido crear ésto solamente en el fin de semana?.
- Lo he escrito esta madrugada, mientras amanecía.
Se le iluminaron los ojos. Su rostro denotaba emoción. Sonriente se sentó sobre el borde de mi cama.
- Es maravilloso. ¡Qué imaginación tienes, qué poder creativo!.
Animado y alegre, por cierto, en contadas ocasiones lo había visto yo así, me relató cómo él en su infancia, en periodos vacacionales, viajaba junto a sus padres por Europa. En cierta ocasión, allá por el año 40, cuando tan sólo contaba con ocho años de edad, fue llevado a París. Allí pudo conocer y escuchar a la persona que hizo que su amor por la música se hiciera más intenso y eterno.
Me contó que un tal Frédéric Chopin, de origen polaco pero afincado en París, era un creador maravilloso, único e inigualable. Se notaba en su forma de hablar de él que le había impactado, que le había hecho sentir emociones especiales.Parece ser, que este tal Chopin empezó a componer a los ocho años y dió su primer concierto a los nueve. Por lo tanto, era realmente un genio. A los veinte años dejo su patria y se instaló en París. Allí encajó bien con la aristocracia y se lo disputaban como profesor de piano. Unos cuantos años después y enamorado de una baronesa llamada Aurore Dupint, una novelista, un tanto revolucionaria y mal vista por la sociedad francesa, que firmaba sus obras literarias con un seudónimo y que acostumbraba a vestirse con ropa de hombre, marcharon a Mallorca, una isla del Mediterráneo y se alojaron en la cartuja de un pequeño pueblecito llamado Valldemosa. Sólo pasaron allí un invierno, y, durante este corto tiempo, compuso la mayor parte de sus preludios.
Cuando volvieron a París ya no fueron tan bien recibidos. Una vez más la sociedad puritana hizo acto de presencia complicándoles la vida. Aun así su romance duró diez años.
Oscar tuvo la oportunidad de oírle por última vez cuando tenía catorce años, y según me explicaba, lo que sintió en aquella ocasión no había sido igualado nunca.
-Tuve la suerte de escuchar los nocturnos y preludios que escribió en Mallorca. Son maravillosos. Me enamoré de éllos. Tanto me atraparon que deseaba tener esas partituras más que nada en el mundo... Fué una obsesión, no comía, no dormía, estaba irritable...
- ¿Tánto te hizo sentir?
- Me atrevería a decir, que sentí lo mismo que tú al escuchar su vals en do sostenido menor.
- ¿Yo he oído éso?.
- Sí, la primera vez que me pediste que tocara una pieza para tí.
Recordé y comprendí.
Se puso serio y con voz queda me dijo:
-Te voy a confesar algo que nadie sabe. Tal era mi desasosiego que la única forma de calmarlo que ví, fué el robar aquellas partituras.
No me escandalicé, comprendía perfectamente lo que tuvo que sentir y sufrir para llegar a comportarse de aquella forma. De otra manera, nunca habría llegado a sus manos aquéllo que tánto deseaba.
-Nadie se enteró de quién había sido. Afortunadamente para mí y sobre todo para mi familia.
-Ahora tendrá una obra más completa. Habrá compuesto infinidad de piezas. ¿No te gustaría volver a escucharle de nuevo?.
- No es posible, él estaba muy enfermo y murió hace doce años. Tenía tan sólo 39 años. ¡Era tan joven todavía!. Sólo Dios sabe por qué se lo llevó sin dejarle expresar lo que todavía le quedaba dentro.
Intercambiamos ideas y opiniones sobre la vida y la muerte y llegamos a la conclusión de que la vida era tan importante que debíamos disfrutarla al máximo posible.
Cambiamos de tema. Siguió animándome para que continuase componiendo.
Me prometió, que cada vez que viniera a verme, tocaría para mí distintas piezas de su admirado Chopin.
Pasaron los días y lo que prometió fue cumplido. Tenía razón, fue maravilloso, día tras día me deleitaba con su música, unas veces sonatas, otras mazurcas, polonesas, valses y nocturnos.
Tras mi total recuperación volví a mi vida cotidiana.
Oscar seguía dándome clases, aunque me repetía constantemente que ya poco más podía enseñarme.
Le pedí que me ayudara a perfeccionarme.
-La perfección no existe. Cada cual es como es, y toca y compone como siente. Si tú sientes de un modo y así lo expresas, éso debe ser la perfección para tí.

V

Aquel verano estuvo plagado de acontecimientos.
Uno de ellos fueron las contínuas visitas a mi madre del Dr. O’Neil, que al principio me hicieron sospechar que a mamá le pasaba algo. Llegué a pensar que mi madre padecía una grave enfermedad.
Una tarde, después de que el doctor se marchara, no pude contener mi temor por más tiempo y le pregunté directamente a mi madre. Le pedí que no me engañara y que me contase exactamente lo que ocurría. Mamá enrojeció, pareció dudar, pero al final conseguí que se sincerase conmigo. Su respuesta me cogió de sorpresa, me comentó que el Dr. O’Neil la pretendía, y que ya lo había hecho en tiempos en los cuales los dos estaban solteros, pero que élla eligió a mi padre como esposo y el Dr. O’Neil galantemente aceptó esa decisión, quedándose al margen, si bien siempre se había sentido atraído por élla. Ahora ya había transcurrido un tiempo prudencial desde el fallecimiento de mi padre y de nuevo la pretendía. Me dijo que se sentía muy a gusto con él, que le parecía un hombre bueno y admirable, que también se sentía atraída por él, pero que no quería precipitarse en su decisión hasta que no tuviera bien aclaradas las ideas y sobre todo sus sentimientos.
Me pareció maravilloso que mamá hubiera dejado atrás sus miedos y temores y, sobre todo, aquel sentimiento de culpabilidad que había arrastrado desde que mi padre murió. Su corazón volvía a latir con fuerza y volvía de nuevo a la vida. Deseé con todas mis fuerzas, que aquella relación que comenzaba de nuevo, llegase a buen fin. Mamá se merecía toda la felicidad del mundo y yo no me iba a oponer a que la consiguiera, al contrario si en algo podía ayudar yo lo haría con gusto.
Se acercaba el fin del verano. Nuestra casa es una gran mansión de dos plantas, con un largo y ancho porche sostenido por ocho columnas. En la parte central se encuentra la puerta principal y a cada lado de ella hay tres grandes ventanales que llegan hasta el suelo. Desde la puerta bajan unos cuantos escalones hasta el jardín. Está protegida por ambos lados y por detrás por un bosquecillo de árboles de distintas especies. En la parte trasera de la casa se encuentra la cocina, y es también dónde se alojan Ana y el resto del servicio.
Todavía hacía buen tiempo y acostumbrábamos a desayunar, un poco tarde, en el porche, disfrutando del fresquito de la mañana. Era un día muy soleado y prometía ser también muy caluroso. Desde allí podíamos disfrutar con la vista de nuestro cuidado jardín, formado por dos círculos alineados casi formando un ocho. El primer círculo, mas próximo a la casa, es un seto de hierba rasa, y el segundo, mas alejado, alberga una fuente surtidor rodeada de matorrales y flores. De ahí parten dos caminos, uno que lleva a los establos y el otro que nos acerca hasta el cenador.
Aquella mañana, a principios de Septiembre, Víctor vino a verme, quería hablar conmigo en privado. Mi madre le invitó a que se sentara con nosotros y así lo hizo. Tan apenas tomó nada, tan solo un poco de pan con confitura de frambuesa que dejó a mitad. Se le veía nervioso y agitado así que apuré mi leche y me disculpé con mamá.
Anduvimos unos cuantos metros hasta encontrarnos algo alejados de la casa para ocultarnos y no poder ser vigilados, así podríamos conversar tranquilamente. Nos sentamos en uno de los bancos situados entre el cenador y la fuente.
-Y bien...Tu dirás. -Le incité para que hablase.
-Estoy muy preocupado. No te hice caso cuando me recomendaste que tuviera cuidado.
-No comprendo lo que quieres decirme.
-Pues es muy fácil de deducir. Mírame, ¿no me ves cara de tonto?. Ya no tengo remedio.
No sabía qué pensar. Víctor me estaba diciendo cosas que no comprendía. ¿Acaso se había vuelto loco?. Lo miré con curiosidad.
-Víctor, ¿te encuentras bien?. ¿Que te pasa?. ¿En que lío te has metido esta vez?
-En el peor de los líos... Me he enamorado.
-Pero éso no es un lío, es algo natural y maravilloso... A no ser que lo hayas hecho de la persona equivocada...
Se me quedó mirando con expresión lánguida.
-¡Oh, Dios mío!. No me digas que te has enamorado de...
Víctor asintió con la cabeza sin cambiar de expresión. Daba pena contemplarlo.
-De Sara, y no es sólo éso, si no que además ella me corresponde.
Nos mantuvimos callados unos instantes. Yo rompí el silencio.
-Y ¿qué vais a hacer?.
-No tengo ni idea. Pensé que tú me darías alguna, que me aconsejarías, que me ayudarías...
-Por supuesto que si necesitas mi ayuda la tendrás, pero no sé cómo puedo ayudaros. Aconsejarte, no puedo porque todo lo que yo te diga tú seguro que ya lo sabes. Lo tenéis muy difícil. ¿Estás seguro de que la amas?.
-Sin ninguna duda.
-Solamente se me ocurre recomendaros que seáis prudentes; no os precipitéis, tenéis mucho tiempo por delante. Víctor, aún no has cumplido los 16, sois muy jóvenes.
-Los cumpliré muy pronto.
-¿Y qué?. Te repito que eres muy joven, acéptalo.
-Perdona, tienes razón. Pero... es que Sara me tiene loco. No como, no duermo; cuando cierro los ojos la veo a ella, veo sus ojos, sus labios sonriéndome...
Le recalqué que tenía que estar muy seguro de lo que sentía antes de seguir adelante con aquella relación. Podían tener muchos problemas tanto él como élla.
-Pero tú me has dicho que me ayudarías.
-Y lo mantengo, pero yo no puedo cambiar la forma de pensar de la gente. Con mi madre y conmigo no vais a tener problemas, pues sabes que aunque Sara pertenece a nuestra plantación, es muy libre de elegir su destino. Pero...¿y los demás?. ¿En tu casa te apoyarán?.
-De éso es de lo que tengo miedo. Mi madre siempre se ha mostrado comprensiva con estos temas, sabes que siempre ha tratado bien a los negros, incluso los ha defendido a capa y espada enfrentándose a los dueños de las otras plantaciones, pero temo que una cosa es lo que piense y otra lo que en un momento dado pueda hacer, sobre todo afectándole tan directamente. Recordé cómo el año anterior la señora Kern se enfrentó a su vecino Donald Hollister. Fue la comidilla de aquellos días. Lo sorprendió en mitad del camino azotando a un pobre e indefenso negro, le había deshecho la espalda. La señora Kern le llamó la atención al ver que lo estaba matando a golpes. Por lo visto había tratado de escaparse. La señora Kern intentó convencerle de que si los tratase como personas y no los torturase, ninguno de éllos querría escapar. El señor Hollister se encaró con élla diciéndole que se metiera en sus asuntos, que él hacía con sus negros lo que le venía en gana. Después la insultó y continuó su tarea. Loraine Kern sacó su látigo y descargó su ira y desesperación sobre su vecino. Como consecuencia de aquello a Donald Hollister le quedó una fea cicatriz en la cara. Aquel acto le trajo numerosos problemas. Por supuesto, que Hollister no volvió a dirigirle la palabra, tampoco Frank Potters y Howard Stone, los dos amigos que se encontraban con él cuando ésto sucedió. Al día siguiente supimos que aquel pobre negro había sido ahorcado delante de todos los negros de la plantación Hollister. Posteriormente parte de la plantación de los Kern ardió sin motivo alguno. Todos sabíamos quien había provocado el fuego. Desde entonces aprovechaba cualquier ocasión para causarles molestias.
Le recomendé que no tuviera prisa, que viviera tranquilamente su amor, que dejase venir los acontecimientos y que no gritara a los cuatro vientos su amor por Sara..., por lo menos, de momento, pues la vida da mil vueltas y quién sabe lo que en el futuro puede suceder.
Me prometió esperar, que no diría nada en su casa, y que si para ser felices tenían que ocultar su relación, así lo harían.
No podía sospechar los problemas que le iba a acarrear ese amor.
Por la tarde, durante mi clase, Oscar me llamó la atención en varias ocasiones, pues estaba cometiendo errores que ni en mis primeras clases había cometido.
Me preguntó qué era lo que me ocurría.
Le conté la visita de Víctor y le hablé de su problema. Oscar se preocupó mucho.
-Pero, ¡por Dios!, ¿es que no se dan cuenta del lío en el que se están metiendo?.
-Se lamentó.- Pero si tan sólo son un par de críos...
Se retiró el pelo que le caía sobre el rostro con ambas manos y después cruzó los brazos sobre su pecho. Soltó un gran suspiro.
-¿Y qué van a hacer?.
-Nada. Yo les he recomendado que dejen pasar el tiempo y que, de momento, oculten lo más posible su relación. ¿Crees que he hecho bien?.
-Creo que tu consejo es acertado, pero... ¡es tan difícil ocultar los sentimientos!.
Conversamos largamente sobre el tema. Oscar se brindó amablemente a ayudar en lo que a él le fuera posible. Se ofreció para hablar con éllos o viceversa; los escucharía cuando les fuese necesario e intentaría aconsejarles lo mejor posible.
Decidimos dejar la clase para otro día, yo no tenía ánimos para tocar. Le pedí que tocase para mí. El como siempre accedió complaciente.
Se sentó al piano y comenzó a tocar. ¡Cuánto admiraba a aquel hombre, que sentado junto a mí, me enseñaba con tanta paciencia y cariño todo lo que sabía! Admiraba su dedicación.
Me gustaba oírle hablar y, sobre todo, verle tocar; sus manos tenían para mi una atracción especial.

VI

Los días transcurrieron con tranquilidad, sin novedades, hasta que Víctor se volvió a presentar en mi casa; esta vez era con un motivo diferente. Iba a celebrar su cumpleaños y venía a traer la invitación personalmente.
Aprovechando su visita, le dije que había hablado con Oscar, que le había comentado su situación y que él se había ofrecido para ayudarlos en la medida de sus posibilidades. Víctor se sorprendió, después reaccionó y comentó que lo agradecía mucho. Le satisfizo saber que contaba con otro aliado. Me preguntó si Oscar aceptaría acudir a su fiesta de cumpleaños. Le contesté que no veía motivo alguno para que no aceptase. Me rogó que le hiciera llegar su invitación a lo que accedí gustosamente. Le prometí hacerlo aquel mismo día, pues por la tarde tenía clase de piano.
Oscar llegó un poco tarde, había tenido un pequeño percance. Venía herido, magullado y polvoriento.
Me alarmé al verlo; llevaba una mano ensangrentada y una brecha en la ceja derecha que sangraba abundantemente.
Antes de que yo abriera la boca él me tranquilizó:
-No te asustes, no es nada. Ya sabes que la sangre es muy escandalosa. Lo que tengo no es para tanto.
-Pero, ¡que dices!, si te estás desangrando.
Mi madre no estaba en casa, había ido a la ciudad a realizar unas compras, así que no vi otra salida que llamar a Ana para que lo socorriera.
-¡Ana!. ¡Ana!. Por favor, Ana, ven enseguida. -Grité con todas mis fuerzas.
Ana llegó refunfuñando a toda prisa.
-¡Ana, por aquí!. ¡Ana, por allá!. No la dejan a una ni un instante quieta. ¿Qué es lo que ocurre para tener tanta urgencia?.
En cuanto vió a Oscar se quedó paralizada. Abrió enormemente los ojos y se llevó las manos a la cabeza.
-¡Pero, Dios mío!. Señor Martinelli, ¿que le ha pasado?. ¡Siéntese!, siéntese que Ana le va a curar esas heridas.
Lo acompañó, bueno, mejor dicho, casi lo arrastró hasta una de las butacas de hall. Me miró arqueando una ceja como si yo hubiera tenido la culpa. Me defendí levantando las manos inocentemente, diciéndole, antes de que ella abriera la boca para renegarme:
-Ha venido así, yo no he tenido nada que ver, Ana, lo prometo.
-Bien, no se mueva de aquí. Ahora vuelvo con algo para asearle y curarle.
Cuando nos quedamos a solas, yo ya me había tranquilizado. Me senté frente a él y le pregunté qué le había ocurrido.
-Venía hacia aquí, al galope, pues salí un poco tarde de casa; me entretuve terminando unas partituras, y en el camino, ya muy cerca, se me cruzó una serpiente y mi caballo se asustó, hizo un quiebro y me lanzó por los aires. Puse la mano para intentar parar el golpe, por éso la tengo así; después golpeé con la cara en el suelo.
-¿No te habrás roto la mano?.
-No, me duele un poco la muñeca pero la puedo mover bien, ¿lo ves?.
Movió la mano, al parecer, sin ninguna dificultad.
Ana volvió enseguida con un recipiente con agua, jabón y un paño limpio para que se aseara.
-Vamos a ver, señor Martinelli, quítese la levita, luego se la limpiaré.
Oscar hizo lo que Ana le mandó. Se desabrocho los puños de su camisa y se remangó. Procedió a lavarse las manos y la cara, y una vez limpias y secas, Ana le extendió uno de sus maravillosos ungüentos sobre los nudillos y posteriormente los cubrió con una venda.
-No le pongas tanta venda, Ana, que no va a poder tocar. -Le reproché viendo que Ana daba vueltas y más vueltas sobre su mano.
-Si no puede tocar en un par de días, tampoco le va a pasar nada -Refunfuñó.
Preferimos no llevarle la contraria.
Después, con un pañuelo, le limpió la ceja. La verdad es que la herida afortunadamente no tenía la importancia que aparentaba en un principio. Aún así, debía dolerle bastante porque la cara de Oscar reflejó un gesto de dolor.
-¡Vamos! ¡Vamos, señor Martinelli!, no me sea cobarde. Esto no es nada. Y si le duele, así tendrá más cuidado la próxima vez.
Le explicamos que él no había tenido la culpa de aquel accidente, pero aún así, no pudimos convencerla.
-Si no hubiera perdido el tiempo antes, no hubiera tenido que venir al galope, y, seguramente, no se le habría cruzado en el camino esa serpiente.
No quisimos hacer ningún comentario pues sabíamos que no nos iba a llevar a ninguna parte. Una vez que Ana había dicho algo, ahí quedaba, sin poder rebatir sus opiniones ni sus sentencias.
-Ana, que le estás haciendo daño...
-Si usted cree que puede hacerlo mejor, hágalo. -Me dijo tendiéndome el pañuelo.
Decliné su ofrecimiento.
-Esta juventud de hoy es una alocada. -Se lamentó lanzando un profundo suspiro.- Parece que se les escapa el tiempo, todo lo hacen con prisas, y, claro, así les salen las cosas. Usted, señor Martinelli, ya no es tán jovencito, ya va siendo hora de que siente la cabeza y se busque una buena mujer con la que compartir su vida. Se le ve muy solo.
-Ana, estoy muy bien como estoy, déjate de pamplinas. Además, ¿quien me va a querer a mi?. Soy un lobo solitario.
Ana terminó de curarlo. Le pidió que mantuviera unos minutos el pañuelo presionando sobre la herida. Siguió hablando.
-Usted dirá que es un solitario, pero hay varias jovencitas que se volverían locas de contento si usted se dignase pretenderlas.
-Ana, por favor, deja a Oscar en paz. No me digas que ahora vas a hacer de casamentera. -Le renegué, pero ella siguió con su charla.
-Es usted muy atractivo. Si prestase atención y mirase a su alrededor vería que es usted muy admirado. Encontraría varias candidatas fácilmente. Ahí tiene, sin ir mas lejos, a la señorita Hattie, se está convirtiendo en una mujercita muy guapa...
-Ya basta, Ana, déjalo ya. -Le rogué.- Hattie es muy joven todavía.
-No lo olvide, señor Martinelli. -Insistió mientras se alejaba- Tenga en cuenta que no es bueno que el hombre esté solo.
Los dos la seguimos con la mirada hasta que desapareció de nuestra vista. Nos miramos y soltamos un sonoro soplido de alivio, después nos dió la risa.
-Hoy tiene un día tonto. -Le aclaré.
-Ya lo he notado. ¡Mira que querer emparejarme con Hattie...!
No hice ningún comentario al respecto, pero no se por qué, aquella idea me desagradaba. Cambié de tema.
-No vas a poder tocar con esa mano.
-Eso parece, Ana me la ha dejado inutilizada.
-Mejor dedicaremos hoy el tiempo exclusivamente a tocar y disfrutar de la música. ¿Te parece bien?.
-Estupendo, pero yo voy a poder hacer poco.
-Si tu pones una, yo pondré la otra. Seré la mano que te falta.
Fue una tarde mágica y maravillosa. Disfrutamos sin las obligaciones que las clases conllevaban; sin prisas, tranquilamente, inundándonos de notas, de sonidos suaves y relajantes.
Aun no siendo una clase, aquel día aprendí que se puede tocar a una mano, a dos y a tres si pones empeño en éllo. Fue como un juego musical muy gratificante. Oscar tocaba, yo le seguía; de pronto paraba e interpretaba algo improvisado que yo tenía que terminar.
Nos compenetrábamos totalmente, parecía que compartíamos el mismo alma.
Casi sin darnos cuenta, acabó la tarde. Mamá volvió de la ciudad con sus compras, llevaba varios paquetes que, por la forma, se adivinaba que eran sombreros, Ana le ayudaba a entrarlos en casa. Llamó al resto del servicio para que entrasen unas enormes piezas de tela.
-¡Hola, cariño!. ¿Que tal, señor Martinelli?. -Saludó- Pero, ¿qué le ha ocurrido? ¡Está usted horrible!.
-Muchas gracias, señora Wheeler. Nada de importancia, me caí del caballo.
-¡Oh, perdone!, he sido muy grosera. Es que vengo rendida. He comprado media tienda.
Le pregunté para que quería tantas telas.
-Mañana las llevaremos a la plantación. Trabajan mucho y bien. Se merecen que tenga una atención con éllos. Así se podrán hacer ropa nueva. He visto a algunas mujeres con los vestidos un poco radidos..., y, sobre todo, los niños que no paran de crecer y necesitan pantaloncitos nuevos.
-Es un gesto admirable, señora Wheeler. -Comentó Oscar.
Amablemente mamá le invitó a que se quedase a cenar. Por desgracia no pudo quedarse más tiempo, tenía varias ideas en la cabeza que quería escribir antes de que se olvidaran. Hubiera sido maravilloso que se hubiera quedado y poder así disfrutar un ratito más de su compañía. Lo echaba tánto de menos cuando no estaba conmigo...
Ana le trajo la levita, que había intentado limpiar sin mucho éxito. Le comentó que tenía un roto y que se lo había cosido. Oscar le dió las gracias.
Tras las despedidas, lo acompañé hasta su caballo. Por el camino le transmití la invitación de Víctor.
-¿Crees que debo ir?.
-¿Por qué no?. El te ha invitado y desde luego no lo hace con cualquiera. Te ve como un amigo y te agradece que te hayas ofrecido a ayudarle.
-Bien. De acuerdo, acudiré a su fiesta.
Contuve mi alegría, no quería que se me notase demasiado. Iba a asistir a una fiesta con mi gran amigo y éso era algo estupendo.
Antes de que se marchara, le sugerí que sería conveniente que un médico le viera la mano. Me contestó que así lo haría, pues le dolía más que al principio de la tarde. Debió ver en mi cara un signo de inquietud y me pidió que no me preocupase mas por él.
Al día siguiente nos acercamos con la carreta hasta la plantación. Las mujeres se mostraron muy contentas con las telas y enseguida se las repartieron. Dimos una vuelta por las casitas. Saludamos a Thomas y a Sara; con éllos se encontraba una niñita pequeña, que, al vernos, se agarró a la mano de Sara intimidada por nuestra presencia y se escondió tímidamente detrás de su falda. Mamá preguntó a Thomas por el resto de su familia. El le contestó que todos estaban bien.
-Bien, Thomas. Si en algún momento usted, su familia o el resto de la gente necesita algo, sea lo que sea, por favor, no dude en pedirlo.
Mamá tenía mucho respeto a Thomas. Era una persona fuerte, de gran carácter, que influía mucho en el resto de la gente de la plantación. Todos le querían y si tenían algún problema se lo contaban, y él trataba de aconsejarles. Era la persona encargada de mantener la armonía, de repartir y controlar el trabajo. Todos acataban sus órdenes que siempre eran justas. En otras plantaciones los capataces eran hombres blancos, en la nuestra Thomas era quien realizaba, a su manera, aquella tarea.
Antes de marcharnos, mamá le dijo que en días próximos mandaría a un médico para que examinase a los niños. Le rogó que se lo comunicara al resto de la gente de la plantación.
El le dió las gracias y se aseguró que así lo haría.
Llegó el miércoles y Oscar vino a casa. Estaba muy contrariado. Tuvimos que suspender las clases, pues su mano estaba peor. Lo había examinado el Dr. O’Neil y, al ver que su muñeca se inflamaba cada vez más, le recetó unos medicamentos y le aconsejó que mantuviera inmóvil la mano durante unos días.
-De qué forma más estúpida se le complica la vida a uno. Ahora, ¿qué vamos a hacer?; tú tienes que seguir tocando.
-Y tú también, así que haz el favor de seguir el consejo del médico y procura no mover esa mano. Yo puedo esperar.
Oscar vivía solo. No tenía servicio en su casa. Nos preguntó si conocíamos a alguien que quisiera trasladarse hasta su casa y le atendiese hasta que pudiera mover la mano. Mi madre pensó en un principio pedir a alguien de nuestro servicio que lo acompañase durante unos días, pero después lo pensó mejor y le ofreció la posibilidad de que fuera él quien se trasladara a nuestra casa, hasta que se solucionara su problema. Al principio Oscar se negó.
-Se lo agradezco mucho, señora Wheeler, pero éso sería abusar de su amabilidad.
-Por favor, acepte quedarse, estaremos todos más tranquilos si lo hace. Tenemos unas estupendas habitaciones para invitados, y nos honraría que aceptase nuestro ofrecimiento, no se sienta usted cohibido.
-No me gustaría causarles molestias...
-¡No se hable más!. -Atajó mamá con decisión- Se quedará hasta que el Dr. O’Neil diga que ya se encuentra en condiciones.
A continuación hice enganchar la calesa y Oscar y yo salimos hacia su casa.
Necesitaba recoger algo de ropa. Se lamentó de no poder escribir porque últimamente estaba muy atareado componiendo varias piezas para piano; se sentía muy inspirado. Ahora tendría que dejar de hacerlo y, tal vez, después esa inspiración desapareciese. Yo me brindé una vez mas a ser la mano que le faltaba. Yo le escribiría todo lo que el me dictase con mucho agrado.
Me miró, guardó silencio y después me dijo:
-Eres un encanto de criatura. No cambies nunca.
Me hacía mucha ilusión ayudarle y mucho más me agradaba el que Oscar me necesitase.
Recogimos en dos maletines lo que él creyó necesario. Para la hora de la cena ya estabamos de vuelta en casa.

VII

Llegó por fin el 16 de Septiembre, todos en casa nos vestimos con nuestras mejores prendas y salimos hacia la casa de Víctor.
Al pasar por nuestra plantación, Sara nos esperaba sentada en una de las vallas. Me hizo un gesto y paré el carruaje. Oscar detuvo su caballo. Mamá preguntó por qué paraba. Le contesté que tenía que hablar un momento con Sara, pero que no nos entretendríamos. Me acerqué a ella, intuí que quería darme un mensaje para Víctor, y así era.
-Toma. -Me dijo, dándome con disimulo un pequeño paquetito- Dáselo a Víctor de mi parte, es un pañuelo, dile que se lo he hecho con mucho cariño. Y dile también que lo quiero, que aunque no esté presente en su fiesta estaré con el pensamiento junto a él hasta que acabe el día.
Volví junto a mi madre y emprendimos de nuevo el camino.
Cuando llegamos a la finca Kern, la madre de Víctor, salió personalmente a recibirnos.
-Querida Susan, estoy encantada de que hayáis podido venir. ¡Oh, éste debe de ser el señor Martinelli!. -Dijo, tendiéndole la mano. Oscar hizo una leve inclinación y se la acercó a los labios.
-Es un honor para mi haber sido invitado a esta fiesta.
-Víctor se va a poner muy contento. No hay nada que le agrade más que el contar con todas las personas que el desea que le acompañen en su cumpleaños.
Nos hizo entrar en la casa. Había un gran alboroto, ya habían llegado casi todos los invitados. En un lado se encontraban George, Fred, Evelyn y unos cuantos primos y primas de Víctor; al fondo del salón las personas adultas formaban grupitos y no paraban de hablar, gritar y reír.
En cuanto Víctor nos vió, vino a saludarnos. Dió las gracias a Oscar por aceptar su invitación. Los dejé solos para que pudieran hablar tranquilos. Me acerqué a mis amigos y me uní al grupo. No habían pasado diez minutos cuando llegaron Hattie y su madre. Estaba encantadora, se había dejado el pelo suelto y llevaba puesto un vestido de color turquesa que resaltaba su belleza. Verdaderamente Ana tenía razón, se estaba convirtiendo en una mujercita maravillosa.
En cuanto vió a Víctor, acudió a felicitarlo. Un criado le portaba su pesado regalo. Víctor hizo que lo trasladaran hasta la biblioteca, lugar en el cual se iban almacenando todos los presentes hasta la hora de abrirlos.
Hattie saludó a Oscar. Después vino hacia nosotros. Nos besó a todos.
Transcurrió la tarde. Todos disfrutamos muchísimo. Llegó la hora de abrir los regalos. Dejamos a los mayores en el salón y los jóvenes nos trasladamos a la biblioteca. Víctor decidió que abriría los regalos, según su tamaño, empezando por el más pequeño hasta llegar al más grande. Mi regalo era tan grande y original que no lo pudimos introducir en la casa, así que le advertí que sería el último.
Comenzó pues, había obsequios para todos los gustos. Uno de los primeros fué el de Oscar, era un maravilloso estuche para violín. Evelyn le regaló una fusta; George y Fred dos pares de botas, unas marrones y otras negras; Hattie una silla de montar. Había sombreros, ropa, incluso una cadena de oro para el reloj.
-Bien, ahora vamos a ver el tuyo, ¿dónde lo has dejado?.
-Justo delante de la puerta principal.
Todos acudimos en tropel hasta la entrada. Salimos al porche.
-Ahí sólo está tu calesa.
-Mi calesa y tu regalo. Va atado detrás.
En la parte de atrás estaba atado un potro negro y brillante.
-¡Guau!. ¡Es precioso!. ¿Ese es mi regalo?.
Todos soltaron sus exclamaciones de admiración. Nos acercamos a el. Era muy joven e inquieto. Yo sabía la pasión que tenía Víctor por lo caballos y di en la diana al elegir aquel regalo.
-¿Tiene nombre?.
Le dije que no, que el honor de bautizar a aquella belleza le correspondía a el.
-Lo llamaré “Salvaje”.
A todos los presentes les pareció un nombre muy adecuado.
Una ráfaga de viento hizo que nos refugiásemos de nuevo en la casa. Con gran algarabía entraron todos en el salón para describir a los mayores los obsequios que Víctor había recibido.
Antes de que Víctor entrase lo sujeté por el brazo y le pedí que entrásemos de nuevo en la biblioteca, tenía que darle algo muy personal.
Una vez dentro cerré la puerta. Víctor me miró con curiosidad. Saqué el pequeño paquetito de Sara.
-Toma, es el regalo que te faltaba, y yo casi puedo asegurar que es el que más ilusión te va a hacer. Es de Sara, lo ha hecho élla para ti.
Alargó la mano, le temblaba.
-Es una lástima que élla no pueda estar compartiendo este día conmigo.
-Ella sabe que tú desearías que estuviese aquí. Ten por seguro que está contigo en todo momento, así me ha pedido que te lo dijese.
-¿Te ha dicho algo más?.
-Sí, que te quiere.
Víctor se emocionó. Noté como un nudo en la garganta le impedía hablar; consideré que lo mejor en aquel momento era dejarlo solo y así lo hice. Abandoné la biblioteca para reunirme con el resto de los invitados.
Al entrar en el gran salón, el jolgorio ya se había calmado. Todo volvía a ser como antes; mi madre conversaba con la señora Kern y la señora Boyle, las tres tenían edades similares, eran las madres mas jóvenes del grupo. Nuevamente se habían formado grupitos de gente que charlaban ya más calmados. Al fondo se encontraban George, Fred y varios de los primos de Víctor. Me sorprendió no ver a ninguna de las chicas. Pregunté a George por ellas.
-Están todas con Oscar.
-Pero, ¿dónde? No las veo.
Me dejé guiar por el sonido de las risas femeninas y las descubrí en un rincón del salón que hasta entonces había estado fuera de mi campo visual, ocultadas por un gran grupo de familiares de Víctor. Me acerque hasta ellas.
Oscar se encontraba sentado resignadamente en un diván; a su derecha se sentaba Gladys, una de las primas mayores de Víctor; a su izquierda estaba Hattie, y alrededor, todas las demás féminas de la reunión. Unas de pie detrás, otras sentadas en el suelo sobre la verde y tupida alfombra; entre estas últimas Evelyn, que aquella tarde iba más arreglada que de costumbre, yo diría que incluso estaba atractiva; me sorprendió porque no era una chica agraciada, pero aquel día estaba agradablemente cambiada.
-Cuéntenos más cosas, señor Martinelli... -Rogó Melanie, la prima cursi de Víctor- ¡Su vida es tan interesante...!
-¿Está usted comprometido? -Preguntó Emily, la mas indiscreta.
Las demás la hicieron callar reprochándole aquella pregunta, que, por otro lado, todas deseaban que contestase.
Hattie cambió de tema tratando que no se encontrase violento. Le preguntó por su mano. El le contestó que se encontraba mejor, pero que todavía tardaría unos cuantos días en poder moverla como antes.
-Es una pena que tenga así la mano. No nos ha podido deleitar con su música. Hubiera sido el colofón ideal para esta fiesta. -Se lamentó Evelyn.- Espero poder oírle tocar en otra ocasión.
Comenzaron a hablar todas a la vez, parece ser que todas estarían encantadas de oírle tocar para éllas.
En cuanto Oscar me vio acercarme, me lanzó una mirada de socorro.
-Disculpadme que me lo lleve y os prive de su compañía, pero tengo que hablar con Oscar de algo muy importante.
Todas protestaron. Oscar se levantó, hizo una inclinación y se disculpó por abandonarlas, les aseguró que se había encontrado muy a gusto en su compañía.
Ya a parte me dio las gracias por haberle salvado.
-Me estaban acorralando.Ya no sabía qué decirles. De qué hablarles ni qué ni que contestarles. Me han preguntado de todo, que dónde vivo, que si me voy a quedar mucho tiempo, que cuántos años tengo, que si me he enamorado alguna vez...
-Y ¿lo has hecho? -Le pregunté intentando dar un tono gracioso a mi voz.
-No me vengas tú ahora con éso, ya me han preguntado bastante por hoy.
La verdad era que me hubiera gustado saberlo. Nunca me había atrevido a preguntárselo directamente. A pesar de nuestra amistad, aquella era una pregunta muy íntima que siempre me había dado respeto planteársela. Por otra parte, pensaba que si él quería hablar de éllo, ya llegaría la ocasión y, sobre todo, que saldría de él el hacerlo.
Poco a poco los invitados se fueron despidiendo, y cada uno nos volvimos a nuestras casas, no sin antes haberles transmitido a nuestros anfitriones las gracias por habernos hecho pasar una tarde tan agradable.
Nada más llegar a casa, mamá comentó que estaba muy cansada, Oscar dijo lo mismo, y cada uno nos dirigimos a nuestras habitaciones.
Yo tardé bastante en dormirme. Pensaba en la fiesta, en el pobre Víctor que realmente languidecía de amor, en Hattie que estaba maravillosa, y en Oscar. ¿Realmente estaba cansado?. Podía haber sido un pretexto para no quedarse a hablar un rato conmigo. Intuí que pensó, que si se retiraba a tiempo, yo no le volvería a hacer aquella última e indiscreta pregunta. Me angustió pensar que le había importunado haciéndole sentirse incómodo. Pensé en disculparme por la mañana, después lo medité mejor y llegué a la conclusión que lo mejor sería olvidarlo, como si nunca hubiera sucedido. Seguí dándole vueltas a la cabeza.
Mamá seguro que estaría ya dormida. A mí ya me estaba entrando el sueño. ¿Y Oscar?, ¿que estaría haciendo Oscar?. ¿Estaría ya dormido?. No, seguro que no, estaría pensando igual que yo. Había sido nuestra primera fiesta juntos y no habíamos podido disfrutar durante élla el uno del otro. Bostecé y cerré los ojos, ya había pensado bastante por esa noche, me dejé llevar hasta lo más profundo del sueño.
Los días siguientes fueron para mi estupendos. Durante todo el día disfrutaba de la compañía de Oscar. Nos levantábamos muy temprano y las primeras horas de la mañana las pasábamos encerrados en el salón rojo. Nos sentábamos uno frente al otro, sobre la mesa dejábamos las plumillas, el tintero y el papel pautado. El cerraba los ojos, a veces apoyaba los codos sobre la mesa y llevaba sus maravillosas manos hasta su frente intentando concentrarse, gesto con el cual ocultaba parte de su rostro. Yo prefería que apoyase la barbilla sobre sus manos, pues así podía verle el resto de la cara. A veces la inspiración tardaba en llegarle, yo esperaba pacientemente a que se le ocurriera algo. De vez en cuando movía negativamente la cabeza desechando alguna idea. De repente abría los ojos y me sonreía soltando un: “¡Ya lo tengo!. Escribe, por favor.” Yo procedía a llenar aquel papel vacío con las notas que el me dictaba. Después pasaba a sentarme al piano y tocaba para él lo que había compuesto. Unas veces quedaba satisfecho, otras teníamos que retocar algún tramo de la composición. Continuamente se disculpaba por darme tanto trabajo y me daba las gracias por mi ayuda; yo le decía que a mí también me beneficiaba aquéllo, que era otra forma de aprender, y que sobre todo no me costaba ningún esfuerzo el hacerlo; al revés, me causaba un enorme placer el poder ayudarle.
A mitad de la mañana, casi siempre, recibíamos la visita de Hattie. A la hora del almuerzo acudía Víctor.
Por las tardes mamá solía salir a pasear con el Dr. O’Neil, y nosotros aprovechábamos para charlar. Hattie acostumbraba a leernos algunos de sus relatos, y yo hacía lo mismo con mis poemas.
Víctor nos hacía partícipes de sus miedos, nos contaba cómo iba su relación con Sara. Todos le apoyábamos. Oscar le aconsejaba lo mejor que podía. Le aseguró que siempre los comienzos de una relación son duros y mucho más en su caso.
-Cuando una relación comienza, por una parte sientes una gran alegría, una emoción interior indescriptible que no se puede comparar a ninguna sensación vivida anteriormente. Deseas estar siempre al lado de la persona a quien amas con locura, y, por otro lado, sufres mucho cuando por un motivo u otro no puedes estar con ella. Parece imposible que tanto amor llegue a causar una situación tan dolorosa como la que se crea cuando la persona amada se encuentra en otro lugar, aunque este lugar sea muy cerca de tí. Notas su ausencia. Anhelas su compañía hasta límites insospechados. Te llegas a desesperar, a veces sientes que se te parte el alma, que tu corazón la llama a gritos.
En aquel momento comprendí que sí, Oscar sí había estado enamorado.
-Vosotros todavía lo tenéis más difícil, seguro que aunque aceptéis la situación algo dentro de vosotros se revela, es lógico y normal.
-Es tan difícil aceptarla... -Se lamentó Víctor- Tengo miedo de que nuestra relación termine mal. Sé que lo mejor para los dos hubiera sido el no empezarla. Ahora ya no tiene remedio. Sara lo está pasando muy mal. Yo os tengo a vosotros y puedo hablaros con toda libertad, pero ella... ella está aterrorizada, no lo ha comentado con nadie, ni siquiera con su abuelo.
-Tienes razón. -Intervino Hattie- Sara lo tiene que estar pasando realmente fatal. Es terrible estar enamorada de una persona y no poder exteriorizar ese sentimiento.
La voz de Hattie sonaba afectada, como si ella también hubiera sentido lo mismo en alguna ocasión. Tal vez estuviera enamorada. Pero élla tenía tanta facilidad de adaptarse a cualquier situación, tenía tanta imaginación que quise suponer que simplemente se estaba poniendo en el lugar de Sara.
-Tarde o temprano se lo tendrá que contar a Thomas. -Comenté yo.
-Supongo que si, -contestó Víctor- y yo estaré a su lado cuando lo haga.
-Vais a tener que luchar contra el resto de la gente. Vais a tener que ser muy fuertes. -Advirtió una vez más Oscar.
-Sí, pero no nos queda otra salida.
-Sí os queda otra salida. Pero sólo la tenéis que utilizar como último recurso.
Todos miramos a Oscar esperando que terminase de hablar, nos había dejado intrigados.
-Siempre os podéis marchar fuera, a otro país. Pero eso tendría que ser cuando fuérais un poco más mayores. Podríais ir a Europa, a Italia, incluso a España, allí no tendríais tanto problemas como aquí. Tal vez tuviérais que seguir ocultando vuestro amor, pero podríais vivir juntos, en vuestra casa, sin dar explicaciones a nadie. Allí la gente es mas tolerante, o por lo menos, no sienten tanto desprecio por los negros como aquí.
A Víctor se le iluminaron los ojos. Oscar le había dado una salida y eso era lo que estaba necesitando.
-Os aseguro que voy a luchar con todas mis fuerzas por este amor, y creo que al final conseguiremos vivir en paz y armonía con el resto de la sociedad, aunque tenga que ser en Europa.
A principios de Octubre Oscar ya estaba totalmente recuperado. Volvió a manejar su mano como antes. Se trasladó a su domicilio con gran pesar por mi parte.
Volvimos todos a nuestras vidas cotidianas. Comenzamos de nuevo las clases de las mañanas con el profesor Lemon, y yo reanudé las de piano por las tardes.

VIII

A mitad de Diciembre, Oscar se reunió con mi madre. Le comunicó que su labor como profesor ya no era necesaria puesto que yo no tenía nada más que aprender. Me había enseñado todo lo que sabía, tán solo en nueve meses había asimilado todas sus enseñanzas, había aprovechado al máximo todas sus clases y consejos. Le dijo también que jamás había tenido ningún alumno que aprendiera con tanta facilidad y entusiasmo. Que yo era una persona especial. Le pidió que nunca intentara alejarme de mi piano porque había comprobado que mi futuro era la música.
A mi madre le pareció admirable la honradez de Oscar. Parece ser que estuvieron largo tiempo charlando y cambiando impresiones sobre mí y mi futuro musical. Ella comprendió que entre los dos había surgido una fuerte y provechosa amistad que no quería romper al interrumpir las clases, y le ofreció nuestra casa, ya como amigo personal mío. Oscar siempre sería bien recibido en nuestro hogar.
Llegaron esos días entrañables de la Navidad. Todo era paz, amor, tranquilidad y armonía, se respiraba el espíritu navideño por todas partes. La casa estaba adornada desde la puerta principal, pasando por el hall y los salones hasta la planta superior. Había muérdago por todas partes, formando coronas y también en ramos sujetos con lazos rojos.
Oscar pasó esos días tan señalados con nosotros, era considerado como parte de nuestra reducida familia.
En esas fechas la gente acostumbra a reunirse con sus amigos y familiares, cenar, y después celebrar alguna fiesta para recibir el año nuevo. Nosotros lo celebramos tranquilamente, invitamos solamente al Dr. O’Neil, a la señora Boyle y a Hattie, y como no, a Oscar. Víctor y su madre se disculparon por no poder acudir. Habían recibido la visita de su familia de Georgia, a la que hacía varios años que no veían y era normal que celebrasen con ellos la Navidad.
Los primeros segundos del año 59 los pasamos todos abrazándonos y besándonos, deseándonos toda clase de felicidad para aquel año recién estrenado.
Ese mismo mes, el día 20, Oscar cumpliría 27 años.
Pasé casi todo el mes pensando en el regalo que podría hacerle. Por un lado quería sorprenderle con algo original y por otro lado me apetecía regalarle algo útil. Algo muy personal y que usase habitualmente.
Oscar no tenía costumbre de celebrar su cumpleaños con una fiesta como nosotros. Decía que ya no tenía edad para esos festejos. Prefería que ese día pasara inadvertido, no le gustaba la idea de ir acumulando años.
Hablé con Hattie y con Víctor. Entre los tres pensamos sorprenderle en su casa.
Aquel año, el día 20, cayó en jueves. Ninguno de nosotros teníamos compromisos adquiridos con anterioridad que nos impidiese traladarnos hasta la población vecina. Hattie me recogió con su calesa. Víctor venía detrás montado orgulloso a “Salvaje”. Hattie y Víctor llevaban sus instrumentos; a mi no me hacía falta el mío porque además de que hubiera sido imposible trasladarlo hasta su casa, Oscar tenía un piano en el salón que yo podía tocar.
Llegamos sobre las cinco de la tarde. Oscar vivía en una casa de dos plantas a cuya puerta principal se accedía por un callejón de suelo empedrado y sin salida. Al otro lado de la calle, casi frente por frente, había otra casa de similares características que estaba habitada por dos señoras mayores, algo fisgonas, que en cuanto oían algún ruido procedente de la calle, se asomaban disimuladamente a las ventanas, tratando de ocultarse tras las cortinas sin mucho éxito, para poder ver y espiar a las personas que acudían a visitar a su vecino, y que en aquella ocasión éramos nosotros.
Hattie miró de reojo hacia las ventanas y me sonrió.
-Nos tienen controlados. -Me dijo.
A continuación se volvió hacia ellas y les dirigió un ligero saludo con la mano. Una soltó asustada la cortina y se ocultó. La otra respondió al gesto de Hattie con un leve movimiento de mano.
-¿Veis?. Ya nos hemos hecho amigas. -Comentó.
-Eres terrible y muy atrevida. -Le reproché.
Atamos a los caballos y llamamos a la puerta de Oscar.
Enseguida nos abrió. Se quedó sorprendido unos instantes, luego nos preguntó si ocurría algo.
-Pues claro que ocurre algo... Es tu cumpleaños. Así que hazte a un lado y déjanos pasar que no tenemos el tiempo para perderlo en la puerta.
No le quedó más remedio que apartarse y dejarnos entrar. Casi lo empujamos hasta el salón. Al entrar nos dimos cuenta de que estaba trabajando. Víctor se disculpó por haberle interrumpido.
-No te preocupes. Esta tarde no me sentía muy inspirado.
Hattie lo agarró por el brazo y lo acomodó en una butaca junto a la chimenea.
Le pedí permiso para tocar su piano y me lo concedió.
Mis amigos sacaron sus instrumentos.
-Como no sabíamos qué regalarte, te rogamos que aceptes esta interpretación como nuestro presente por tu cumpleaños. -Le dijo Víctor.
Le interpretamos con mucho entusiasmo una alegre y típica melodía de cumpleaños, que todo el mundo conocía. Nos aplaudió encantado.
-¡Estáis locos!. Venir hasta aquí solamente para tocarme una canción..., es algo impensable.
Estuvimos charlando, nos enseñó las partituras en las que estaba trabajando. Disimuladamente en un instante en que nadie me prestaba atención a mi, dejé sobre una de las butacas el regalo que yo había traído para Oscar. Mis amigos no lo sabían, no quise decírselo por que no deseaba que se sintieran incómodos por no haberle comprado ellos ningún presente. Era un estuche con varias plumillas de plata, no las compré, eran mías. Me hacía mucha ilusión que todas sus creaciones las reflejase en las partituras con mis plumillas.
Se nos hizo tarde, emprendimos el camino de regreso. Víctor nos adelantó pues su caballo era más veloz que nuestra calesa.
Cuando llegamos a mi casa mi madre nos llamó la atención por haber tardado tanto. Le pidió a Hattie que se quedase a cenar y a dormir en casa, había anochecido y no quería que continuase sola el viaje de regreso hasta su casa. Envió a un criado a caballo con una nota hasta la finca Boyle para que la madre de Hattie, que de seguro estaría preocupada por la tardanza de su hija, se tranquilizase y supiera que estaba en nuestra casa y a salvo de los peligros de la noche.
Al sábado siguiente nos reunimos de nuevo en casa de Hattie.
En aquella ocasión las señoras hablaban cuchicheando. Nosotros con disimulo intentábamos entender algo de la conversación.
-Sí, sí, querida, lo que oyes, -dijo la señora Stacey- se lo he oído comentar a Julia Steel, y ella está siempre muy bien informada.
-Pero si el predicador Harley lleva tan poco tiempo aquí...
-Se debían conocer de antes. -Aclaró la señora Stacey.
-Toda la ciudad comenta ya su inminente boda.
-Pues no sé qué le habrá visto a Katherin Holm, es tán poquita cosa, y además es tán sosa la pobre...
-Pues a mi me parece bien. -Comentó mi madre.
-¡Claro!. ¿Qué vas a decir tú?. Si pronto tendremos que acudir a tu boda... -Le increpó la señora Boyle.
-Pero, Leona... ¿qué dices?. -Protestó mamá sonrojada.
-Ahora disimula, pero todas sabemos, y no porque tú nos lo hayas dicho, que el Dr. O’Neil ronda mucho por tu casa últimamente.
-Leona, sabes que Brian es sólo un buen amigo.
-¿Ves?, ya lo llamas Brian. -Le dijo apuntándole con un dedo.
- Y a tí, Leona, y no por éso me voy a casar contigo. -Le atajó mamá.
-No os pongáis así. -Dijo la señora Kern intentando poner paz- Además a nosotras ¿qué nos importa?. Vive y deja vivir, ese es mi lema y creía hasta ahora que también era el vuestro.
-Si no me parece mal, -Aclaró la señora Boyle- es que ha sido todo tan rápido. ¿No crees tú lo mismo Bárbara?.
La señora Kalmus estaba presente, pero no parecía prestar atención a la conversación.
-Bárbara, querida, desde que vas a ser abuela, estas trastornada.
-Perdona, Leona, es que estoy muy preocupada. La fecha se acerca. Cuando estuvimos con Lisa, en Navidad, estaba ya muy gorda... Tengo miedo de que tenga al bebé antes de tiempo y no poder estar a su lado en ese momento par ayudarla.
-No te preocupes tanto. Ella está muy bien atendida. Tiene allí a su suegra.
-Si, pero no es lo mismo que una madre. Creo que adelantaré el viaje, lo arreglaré todo para poder salir la próxima semana.
La señora Kalmus era la madre de más edad del grupo, rondaba por los cincuenta, y eso iba dejándose notar. De vez en cuando se le veía distraída. La señora Stacey la provocaba y le decía que chocheaba, cosa que no le gustaba nada oír y le respondía siempre que no se las diera de jovencita, que tán sólo tenía ocho años menos que élla.
El domingo, a la salida de la iglesia, mamá se quedó hablando con el reverendo Harley. En la sombra no se estaba demasiado bien así que Hattie, Víctor y yo nos acercamos hasta un soleado banco y nos sentamos a esperar a que los mayores se despidieran los unos de los otros. Aquel día Oscar no había acudido a la iglesia. Apareció de pronto, montado en su caballo blanco. Se apeó delante mismo de nosotros, saludó a mis amigos y después con tono autoritario se dirigió a mi.
-Necesito hablar contigo. Por favor acompáñame un momento.
Sin preguntarle nada, me levanté y le acompañé hasta donde él creyó oportuno parar, fuera de las miradas de los demás. Me miró muy serio. Yo no me atreví a preguntarle qué era lo que le ocurría. ¿Estaba enfadado?.
-Escúchame bien. -Me dijo- Primero tengo que darte las gracias por tu obsequio. Pero te pido que en adelante no lo vuelvas a hacer. Nuestra amistad no hay que reforzarla con regalos materiales, a tí y a mí eso no nos hace falta. Vuestra visita fue por sí sola un obsequio maravilloso. Tu presente es muy valioso, yo no merezco que te gastes tu dinero en regalos para mi. El mejor regalo que me diste fue tu compañía, amistad y afecto, y eso no me lo das solo en mi cumpleaños, me lo regalas todos los días. Yo no necesito nada más.
-No me gasté ni un centavo en las plumillas. Eran mías. Me hacía mucha ilusión que tú las tuvieras y las utilizaras. Pensé que podía ser una forma de estar cerca de tí aunque estuviéramos lejos el uno del otro.
Guardó silencio. Pareció desconcertado.
-Siento que tú lo tomases así. -Me lamenté- En ningún momento quise ofenderte. Claro que la culpa es mía, debí dejarte una nota con el paquete explicándote el motivo que me movió a hacerte ese regalo.
Seguía desconcertado, no sabía qué hacer, me miró y poco a poco su expresión fue cambiando.
-Perdóname. No he querido ser brusco ni grosero.
Hizo una pausa para retirarse el pelo que el viento continuamente le desordenaba.
-¡Dios mío!. Soy un estúpido. Eres realmente una persona encantadora, tan tierna que debí imaginármelo. Te he debido causar mucho daño con mis palabras, de verdad que lo siento. ¿Podrás perdonarme?.
-No tengo nada que perdonarte Oscar, yo sé que tú también lo has pasado mal.
-¡Criatura!. Ten por seguro que yo jamás te causaría intencionadamente daño alguno. Estoy pasando unos días malos. Me encontraba tan confuso..., llevaba varios días sin salir de casa, encerrado en aquel salón intentando componer algo bueno, que creo que me estaba trastornando. Tú no te mereces que nadie te hable y te trate como yo lo he hecho hoy, lo siento mucho.
Tuve que aceptar sus disculpas para que se sintiese aliviado. La verdad es que se le veía muy afectado.
Unos gritos llamaron nuestra atención. Volvimos hacia la iglesia. Se había formado un gran grupo de gente que chillaba y aplaudía. Nos acercamos. En el centro se encontraban George y Fred. No, no es que estuvieran haciendo alguna gracia, es que acababan de recibir la noticia de que por fin ya eran tíos. Estaban alborotados, no paraban de gritar y de dar saltos. ¡Eran unos críos!. La noticia la trajo uno de sus hermanos mayores. Lisa había tenido dos niñas y tanto ellas como la madre se encontraban perfectamente.
Cuando todos se calmaron, cada familia regresó a sus hogares.
Busqué a Oscar con la mirada, lo vi charlar con Hattie. Me intrigó ver que llevaban una conversación algo agitada; gesticulaban, no paraban de hablar; algunas veces lo hacían los dos a la vez. Oscar tan pronto asentía como movía negativamente la cabeza. Cuando no pude aguantar más mi curiosidad me acerqué hasta ellos, para ver si captaba algo de la conversación.
-Hattie, mamá y yo nos vamos a casa. Quiere despedirse de ti. -Le comenté.
-¡Oh, sí, por supuesto!. Ahora mismo voy. Estaba cambiando impresiones con Oscar, no me di cuenta de que el tiempo pasaba.
-Sí, se os veía muy animados. ¿De qué hablabais?.
-De nada importante. Además... ¡La curiosidad mató al gato!. -Me contestó Hattie sonriéndome. Dejó sin satisfacer mi intriga. Como siempre jugaba conmigo.
Se despidió de Oscar y yo hice lo mismo, no sin antes preguntarle cuándo volvería a verle. Me aseguró que pronto nos haría una visita. Oscar era un hombre de palabra y lo que ofrecía siempre lo cumplía. Tarde sí; otra no, se acercaba hasta nuestra casa y compartía parte de su tiempo conmigo.
Los días fueron pasando y se acercaba el cumpleaños de Hattie. Consulté con mamá el regalo que podíamos hacerle.
-Regálale un sombrero. -Me contestó mamá. Me pareció poca cosa para ella. Era tan maravillosa y bonita que se merecía algo más importante.

IX

Llegó el 10 de Febrero y Hattie celebró su 16 cumpleaños. Todas las fiestas de cumpleaños discurrían más o menos bajo el mismo ritual. Habitualmente los regalos se abrían todos a la vez, la única diferencia en la casa Boyle era la forma que tenía Hattie de abrir sus obsequios. En cuanto recibía uno, destrozaba el envoltorio y lo abría al instante, llenándolo todo de papeles, cartones, lazos, cajas y material de embalaje. El mío le dió poco trabajo. Era una gargantilla de oro de la quel pendía un azabache perfectamente tallado en forma de lágrima. Le gustó muchísimo, casi se me come a besos.
Transcurrido un tiempo, me percaté de que Oscar, aunque había sido invitado, no había acudido todavía, o, tal vez, sí hubiera llegado y yo no me había percatado de ello. Así que comencé a mezclarme con la gente escudriñando cada rincón del salón, los divanes, las butacas, intentando encontrar la figura de Oscar. Allá donde veía grupitos de señoras me acercaba, pues Oscar las atraía como la miel a las moscas. Hattie me sorprendió intentando meterme entre un grupo de señoras todas ellas bastante gruesas.
-Pero...¿qué haces?.Si te metes ahí, como te coja tía Harriet, te va a poner moradas las mejillas a pellizcos, tiene esa mala costumbre y, además, como le caigas en gracia, te querrá dar uno de sus mortales abrazos. Te aseguro que eso es horrible, te aconsejo que no sigas intentándolo.
Viendo a la voluminosa tía Harriet, desistí en mi intento.
-¿A quien buscas?. Seguro que a Oscar. ¿Verdad?.
-Sí, es que no le he visto llegar. Es difícil encontrarlo entre tanta gente. Hay que ver cuánta familia tienes.
-No lo busques más. No va a venir, mandó una nota disculpándose a primera hora de la mañana con el criado de sus vecinas, aquellas señoras tan curiosas, ¿te acuerdas de éllas?.
Asentí con la cabeza.
-No lo entiendo... Ayer mismo estuvimos juntos y no me dijo nada de que no fuera a venir.
-Le habrá surgido algún imprevisto.
-Tal vez esté enfermo. -Me alarmé.
-¡Por Dios!. ¡Qué fatalista eres!. Tienes una obsesión enfermiza con tu Oscar. Parece que no haya nadie en el mundo más importante que él. -Pude comprobar un tono de desagrado en la voz de Hattie- No sé por qué va a tener que estar enfermo. Estará ocupado o tendrá algún otro compromiso. ¡Venga, alegra esa cara! Es mi fiesta y no voy a tolerar que me la estropees poniendo caras largas.
Con gran pena tuve que aceptar el hecho de que aquel día no disfrutaría de la compañía de Oscar. Intenté comportarme lo mejor posible, pero durante el resto de la fiesta no pude sentir otra cosa que un gran vacío.
Los días pasaron y, aunque le pregunté a Oscar en varias ocasiones el motivo que le hizo cambiar de opinión y no acudir al cumpleaños de Hattie, ninguna de sus respuestas me satisfizo.
Y llegó Marzo, y con él mi cumpleaños. El Domingo anterior al salir de la iglesia advertí a Oscar que ni se le ocurriera faltar en esta ocasión. Era mi fiesta y una de las cosas que más deseaba en el mundo era su asistencia. Para evitar que se negase, tuve que decirle que a mamá le complacería que el tocase durante el festejo, así seguro que se sentiría obligado hacia mi madre y no se podría negar a asistir a la fiesta. Me aseguró que no faltaría. Estaba tan extraño últimamente que no sé por qué llegué a dudar de su palabra.
Llegó el día 4. Como siempre, por la mañana lo preparamos todo. Víctor y Hattie acudieron a primera hora y se quedaron a almorzar en casa.
Las fiestas de cumpleaños de Víctor eran ordenadas, alegres y animadas, las de Hattie eran un total desorden y bullicio, y las mías en cambio eran muy tranquilas. A sus fiestas acudían además de todos sus amigos con sus respectivas
madres, toda su familia, a la mía no. Mi cumpleaños era algo tan personal e íntimo para mí que sólo necesitaba la compañía de mis amigos.
A mitad de tarde se incorporaron sus madres, luego llegaron George, Fred, Evelyn y la señora Stacey. Bárbara Kalmus seguía en Biloxi junto a Lisa y las pequeñas, así que en esa ocasión prescindimos de su compañía.
Rachel nos había preparado unos deliciosos dulces y nos hallábamos degustándolos cuando llegó Oscar. Saludó primero a mamá y a las señoras, y después vino a felicitarme.
En aquella ocasión pensé que si que podría disfrutar de su compañía y de su amena conversación. Estaba amable y encantador con todos. En un momento de la reunión mamá requirió mi presencia al otro lado del salón, donde se encontraba con Loraine Kern y la señora Stacey, acudí a su llamada.
Cuando regresé, Oscar estaba sentado al piano, a su lado estaba Hattie. Hablaban. Hattie por su expresión parecía preocupada. Oscar estaba serio y parecía darle explicaciones de algo. Me alarmé. ¿Qué estaba ocurriendo?. Podría ser que Hattie estuviera enamorada de Oscar. Ya era la segunda vez que los sorprendía hablando a solas. Me acerqué a ellos.
-¿Me estoy perdiendo algo?. - Pregunté de pronto.
Parecieron sobresaltarse. Seguro que había interrumpido algo importante, tal vez algo secreto.
-Parecíais un par de enamorados. -Dejé caer aquellas palabras y ver sus reacciones.
-¡No digas tonterías!. -Protestó Hattie- Hablábamos de tí.
-Pues, más bien parecía una discusión que una charla amigable. -Le repliqué.
Nos interrumpió Evelyn, vino a pedirle a Oscar que tocase algo expresamente para ella. Oscar accedió encantado.
En el instante en que comenzó a tocar, las señoras acercaron sus butacas y sillones situándolos más cerca del piano. Durante mucho tiempo nos deleitó con su magistral forma de tocar.
Hattie se sintió sedienta, se acercó a Ana para pedirle que le trajera algo de beber, entonces me decidí a hablar con élla y le salí al paso.
-Hattie, tengo que hablar contigo. -Me sonrió- Necesito que me digas de qué hablabas con Oscar. Sí, ya sé que de mi, pero qué era exactamente lo que hablabais.
Su rostro cambió de expresión. Se puso seria.
-Me tienes muy preocupada. Le dedicas mucho tiempo a Oscar. Sí, sí, ya sé que es tu amigo, pero es que vuestra relación parece algo más que amistad. Hablaba de éllo con Oscar, no quiero que te haga daño. El es mayor y tú muy joven. Se os ve tan compenetrados... tan cautivos el uno del otro... Dependes mucho de él. ¿Has pensado alguna vez lo que pasará cuando él se vaya?. Si, seguro que tú lo sabes bien, siempre has sido una persona inteligente y sensata, en cambio ahora...
Hattie me estaba diciendo lo que yo cientos de veces había pensado y me negaba a aceptar. No quería ni pensar en la penosa situación en que me hallaría si algún día Oscar desapareciese de mi vida.
-Lo que yo quería saber, -continuó- es si estaba jugando con tus sentimientos, y éso me lo ha dejado bien claro. El no te quiere causar daño alguno, te aprecia demasiado. Aun así, no me siento tranquila, yo también te quiero mucho y es normal que me preocupes.
Con aquellas palabras Hattie me desarmó. No podía tranquilizarla, ni decirle que no ocurría nada, no pude ni siquiera negarle lo que para ella era tan evidente, tenía toda la razón y éso me asustaba.
Parecía que se había creado un complot para estropearme todas las fiestas.
Durante la tarde no logré centrarme. Estaba ausente. Víctor me vino a animar.
-¡Venga!. ¿Qué te pasa?. Si no fuera por George y Fred, esto parecería un funeral.
-Lo siento, Víctor, no tengo humor, Hattie me ha dejado la moral por los suelos.
-Hattie puede ser muy dura cuando quiere. Te habrá dicho alguna barbaridad, a veces es muy descarada. Ya la conoces.
-No, Víctor, Hattie sólo me ha dicho verdades y ya sabes que la verdad a veces duele.
Víctor pensó que lo mejor que podía hacer en aquel momento, al ver que yo no quería conversación, era alejarse. Fue hacia Oscar, seguro que le pidió que hablara conmigo, porque acto seguido se acercó hasta mí y se sentó a mi lado.
-¿Qué te ocurre?. El cumplir 17 años todavía no es motivo para que te deprimas.
-He estado hablando con Hattie. Le pregunté de qué estábais hablando antes, y me ha contado vuestra conversación.
-Comprendo. -Me dijo suspirando profundamente- Sé como te sientes.
-¿De verdad sabes cómo me siento?. No, no creo que lo sepas. Tengo la cabeza hecha un lío, ya no sé lo que pienso ni lo que siento. No sé nada..., procuro evitar pensar en el futuro porque si lo hago me siento mal, me invade la tristeza y el miedo.
-Te aseguro que sé lo que sientes, pues algo parecido siento yo. Yo también tengo miedo, no soy distinto a ti.
Nos miramos. Al instante comprendí que decía la verdad.
El resto de la velada solamente se animó en el momento que me obligaron a abrir los regalos. Oscar me obsequió una pequeña colección de partituras; no eran una simples partituras, correspondían a cuatro de los temas que llevaba semanas componiendo, me aseguró que aquellos se los había inspirado yo.
Cuando la fiesta acabó y todos se marcharon, me retiré a mi habitación. Me dejé caer sobre la cama sin desvestirme siquiera. Las palabras de Hattie sonaban en mi cabeza una y otra vez, después lo hacían las de Oscar. Era tal mi cansancio y agotamiento psíquico que ya no podía ni quería seguir pensando. Me dolía la cabeza. Sólo deseaba dormir y olvidarme de aquel horrible día. Sin saber muy bien por qué, las lágrimas inundaron mis ojos. En aquel momento ya no tenía fuerzas para sentir nada. Los cerré e intenté olvidarme de todo.

X

Durante los meses siguientes traté de encubrir las citas de Víctor y Sara. Las tardes que pasaban juntos, yo me acercaba a buscarlos hasta el bosque. Allí esperaba hasta que llegaban. Sara volvía a la plantación y Víctor se venía conmigo hasta mi casa, saludaba a mamá, que siempre nos preguntaba qué tal lo habíamos pasado, y después de dejarse ver, emprendía el camino a su casa.
Víctor y Sara se retrasaban, así que até mi caballo a un árbol y me senté a su sombra. Estuve contemplando el paisaje, observé a las hormigas, miré al cielo, las nubes aparecían y desaparecían entre las ramas del árbol. Con gran aburrimiento cogí el vástago de una rama seca del suelo y comencé a juguetear con él. Distraídamente dibujé un pájaro en la tierra. Un ruido detrás de mi me hizo volver la cabeza, no ví a nadie. Seguí jugueteando con el palo y escribí mi nombre con letras mayúsculas. Una vocecita me dijo:
-¿Eso es una A?.
Me volví con sorpresa. Una niñita negra me miraba semioculta detrás del tronco. Asomaba tímidamente su graciosa carita.
-¡Hola!. -Le contesté- ¿Me estabas espiando?.
Asintió con la cabeza. Me hizo mucha gracia su inocencia.
-Ven, acércate, siéntate aquí conmigo.
Pareció dudar, pero al final la curiosidad pudo con ella y se acercó. Se sentó a mi lado.
-¿Eso es una A?. -Volvió a repetir, señalando con su gordezuelo dedo índice una e las letras que yo había escrito.
-Si, ¿cómo lo sabes?.
-La señorita Hattie me las enseña, ya me sé la A, la I y la O.
-Y ¿no te ha dicho la señorita Hattie que no digas a nadie que estás aprendiendo las letras?.
Ella asintió de nuevo.
-Bien, pues no lo olvides, es muy importante que no se lo digas a nadie. Es un secreto. ¿De acuerdo?.
Me miró y se sonrió. Observé que tenía los dientes de arriba algo separados y que se le colaba la lengüecita entre ellos cuando hablaba o se reía. ¡Era preciosa!.
-Yo a tí te conozco. -Me dijo- Te he visto a tí y al chico de pelo amarillo muchas veces con Sara.
-¿Ah, sí?. Y, ¿tú quién eres?. ¿Como te llamas?.
No me contestó, solo se reía. Había estado muy comunicativa y en cambio ahora no quería decirme su nombre.
-Bien, si no me dices como te llamas te llamaré...”Carbonilla”, ¿te gusta?.
Se encogió de hombros. Volvió a reírse.
La observé, era una niña encantadora, inquieta, muy alegre y llena de vida. No era tán oscura como otros niños de la plantación, tenía un negro más bonito, como con reflejos dorados, el pelito corto, rizado, y recogido en dos minúsculas coletitas, y unos ojos preciosos de color azul.
-¿Qué haces aquí tanto rato?. -Me preguntó.
-Espero a mi amigo y a Sara.
-Pues no los esperes porque se han ido al río.
-¿Al río?. -Pregunté con asombro. Me parecía imposible que Víctor hubiera ido al río. No se acercaba a el desde que su padre se ahogó en sus aguas.
-Bien, pues tendré que marcharme sin verlos. Me levanté y me sacudí la ropa. Me acerqué hasta mi caballo.
-Vamos, Niebla, nos volvemos a casa.
-¿Hablas con tu caballo?.
-Sï, es muy bueno. ¿Quieres tocarlo?.
-Ella soltó una risita nerviosa y dijo que sí con la cabeza. La cogí en brazos y la acerqué a Niebla.
-Acarícialo, no te va a hacer nada.
Pasó su manita por la cabeza del caballo y llegó hasta su hocico.
-¡Qué nariz más gorda tiene!.
Era tan espontánea que con su comentario me hizo reír.
-Si quieres, otro día te enseñaré a montar en él. ¿No tendrás miedo?. Pareces una niña muy valiente.
-¿De verdad me enseñarás a montar?.
-¿Sabes lo que vamos a hacer?. Te voy a montar ahora mismo y te llevaré hasta tu casa.
La pequeña aplaudió entusiasmada. La coloqué sobre la silla, yo me acomodé detrás, le pasé los brazos protegiendo y sujetando su cuerpecito y cogí las riendas.
-No te asustes aunque se mueva, yo no te dejaré caer.
Me miró con aquellos preciosos ojos y se rió de nuevo.
-¡Vamos!. ¡Vamos!.
Era encantadora. No recordaba haberla visto antes. Claro que los niños de la plantación, más o menos de su edad, de no destacar por algo en especial, me parecían todos iguales.
Le pregunté nuevamente por su nombre. No me quiso contestar. Estaba jugando conmigo.
-Bien, Carbonilla, díme, pues, cuántos años tienes.
Me enseñó una mano con todos los deditos extendidos.
-¿Cinco?.
Ella asintió con la cabeza.
-¿También te ha enseñado Hattie los números?
-No, solo el cinco. Parece una serpiente.
Hattie acostumbraba a enseñarles los números asemejándolos a animales u objetos. El cinco parecía una serpiente, el cuatro una silla, el uno un palo, el cero una rueda y así con el resto de los números hasta que los niños los aprendían jugando.
Entré con la niña en el recinto de las casitas. Dos mujeres cuchichearon al vernos. Una de ellas corrió a casa de Thomas. Algo debía de pasar, aunque no me imaginé lo que podía ser.
Paré mi caballo donde la pequeña me indicó.
-Esa es mi casa. -Dijo señalando una de las casitas, la única que tenía la puerta de color rojo.
Bajé y la apeé del caballo. Se mostraba encantada.
Thomas llegó hasta mí.
-Espero que la niña no le haya causado molestias. -Me dijo, como tratando de disculpar su comportamiento.
-¡Oh, no, Thomas!. Es un encanto de niña.
Una mujer delgada y muy demacrada salió de la casa.
-¡Carrie!. ¿Dónde has estado?. Te he dicho muchas veces que no te alejes sola de la plantación, y que no molestes a los blancos.
La pequeña echó a correr y entró en la casa.
-No me ha molestado en absoluto, señora. -La calmé yo, no me gustaba el tono que estaba empleando con la niña.
-Es su madre, se llama Loreta. -Me aclaró Thomas- Es lógico que se preocupe por ella.
-Sí, pero no tiene que gritarle. Thomas, ¿te acuerdas de mi padre?. El también nos gritaba a todos y el recuerdo que me queda de aquello no es nada agradable. No soporto que se grite y mucho menos a los niños.
Thomas asintió, seguro que recordaba perfectamente el comportamiento de mi padre.
-Está muy enferma. Su mal no tiene curación.
-¿Seguro?. ¿La ha visto el médico?.
-Sí, y dice que le queda poco de vida, como mucho un par de meses.
-¡Es terrible!. ¿Y el padre?.
-No tiene padre.
-¿Quién cuidará de la pequeña cuando su madre no esté?.
-Ahora se ocupa de ella casi siempre Sara. Luego supongo que entre todos cuidaremos de ella.
-¿Sabe mamá lo enferma que está Loreta?.
Thomas hizo un movimiento negativo con la cabeza.
-¡Pero... tiene que saberlo!.
-Es mejor no decirle nada, la preocuparíamos con algo que no tiene remedio.
-Thomas, yo creo que debía saberlo. -Insistí- Se enfadará cuando se entere.
-Hágame caso, por favor, tengo mis razones para pedirle ésto, no le diga nada a su madre... se lo ruego.
Vi tan afectado a Thomas que le prometí, que de momento, aunque no entendía el por qué, le haría caso y no diría nada a mamá.

XI

Una mañana a finales de Abril, me encontraba repasando las últimas lecciones de matemáticas que me seguía impartiendo el profesor Lemon, cuando Ana vino a rescatarme de los números.
Mamá no se encontraba en casa, había ido a la plantación.
-Ha venido el Dr. O’Neil, quiere hablar con usted.
-¿Le has dicho que mamá no está?.
-Si, pero él ha insistido en que es con usted con quien quiere hablar.
Ana y yo nos miramos. No se por qué intuimos el motivo de su inesperada visita.
-Bien, Ana. Hazle pasar a la biblioteca y dile que bajo enseguida.
En cuanto Ana desapareció, cerré los libros. Deseé con todas mis fuerzas que mi presentimiento fuera cierto. Tenía que bajar enseguida, no podía aguantar más mi nerviosismo. Me arreglé como pude y bajé a toda prisa hacia la biblioteca. Di un golpe en la puerta y entré. El Dr. O’Neil se encontraba de pié, al verme se acercó hacia mí, nos saludamos y le pedí que se sentara. Eligió una butaca, yo hice lo mismo. Tuvo problemas hasta que logró acomodarse en la suya, pues parecía que no encontraba la posición adecuada. Estaba más nervioso que yo.
-Bien. Usted dirá que le trae por aquí. -Le dije iniciando la conversación.
- Sí, verás, es que es un asunto muy difícil de abordar y muy delicado, y no se como comenzar, tampoco sé como vas a reaccionar cuando te lo cuente.
-Tal vez no sea tan difícil. -Le alenté.
Comenzó a frotarse nerviosamente las manos, no sabía qué hacer con ellas.
Sobre la mesita teníamos una caja de cigarros, le ofrecí uno, así, por lo menos, tendría una de ellas ocupada y, tal vez, se calmase un poco.
-Verás... Se trata de tu madre, pero no te preocupes, ésto no tiene nada que ver con su salud. Afortunadamente Susan está muy sana.
Hizo una pequeña pausa. Tragó saliva.
-No sé si ella te habrá comentado algo. No sé hasta que punto os comunicáis...
Lo noté tan violento que intenté echarle una mano.
-Dr. O’Neil, si lo que intenta decirme es que pretende a mi madre, no se esfuerce, ya lo sé. Mamá me lo dijo hace tiempo, además se nota demasiado para no haberme dado cuenta.
Recordé todos sus paseos por el jardín y por la orilla del río, sus excursiones y sus meriendas en el campo.
-¡Oh, entiendo!. Eres su única familia directa; bueno, están también sus padres pero Nueva Orleans está lejos y pienso que ha llegado el momento de hablar contigo, de cambiar impresiones y, sobre todo, necesito saber lo que tú piensas de esta situación.
-Dr. O’Neil, mamá también me contó que usted la pretendía ya en su juventud, que ella eligió a mi padre como esposo y que usted fue tan caballeroso que aceptó la decisión de mi madre. También sé que nunca llegó a olvidarse de ella, que la amaba en silencio. Su comportamiento con nosotros ha sido siempre correcto e intachable y éso dice mucho en su favor.
-Estoy comprobando que todo lo que tu madre cuenta de tí es cierto. Eres una persona muy sensata y más madura de lo que a tu edad corresponde. Cuando llegué aquí estaba hecho un manojo de nervios, tú me has ayudado mucho, has hecho que me calme y creo que ahora ya puedo hablar con tranquilidad.
-Dr. O’Neil, ¿usted ama de verdad a mi madre?.
-Con toda el alma. No te puedes imaginar lo que he sufrido por ella. Primero cuando me rechazó, después cuando se casó, luego naciste tú. No sabes lo que sentí la primera vez que te tuve entre mis brazos. Hubiera deseado tánto que aquel bebé de Susan fuese también mío...
Me estaba emocionando con sus palabras. En ese momento no supe qué decirle. Dejé que siguiera hablando.
-No sé cómo te va a sentar ésto, pero tu padre no estaba lleno de virtudes. Me consumía ver a tu madre acatar todas sus órdenes y decisiones, y verte a ti crecer en un ambiente que a mí no me parecía el adecuado. Las situaciones que se viven, igual que sean buenas como malas, marcan mucho y sobre todo a los niños pequeños que no tienen su cabecita centrada y tienen que aprender a distinguir los actos buenos de los malos. Tuve que alejarme un poco de vosotros, pues el ver a tu madre anulada como persona, me dolía tánto que en ocasiones pensé cometer alguna tontería. Afortunadamente tú solamente asimilaste la bondad de tu madre.
Yo le escuchaba con toda atención. No, sus palabras no me hacían daño, nadie mejor que yo sabía cómo había sido mi padre. Al revés, lo que estaba sintiendo era una gran emoción interior que la causaba el saber cuánto, sin yo saberlo, nos había querido aquel hombre. Siempre le había admirado y ahora empezaba a comprender el por qué.
-Cuando murió tu padre, -prosiguió- siento tener que decir esto, pero me sentí aliviado, no ya por mi, sino por vosotros. Pensé que aquello sería el inicio de vuestras vidas. De las vuestras y también, ¿por que no?, de la mía; si tenía que esperar, esperaría. ¡Había esperado ya 14 años!, unos pocos más no me suponían ningún esfuerzo, si lo que esperas conseguir al final es el amor y la felicidad.
-¿Le ha dicho a mamá que vendría a hablar conmigo?.
-No. Se lo diré después, cuando encuentre el momento oportuno. Yo solo quería saber si tú veías con buenos ojos esta relación. Quería preguntarte si te importaría que le pidiese a tu madre que se casara conmigo.
Lo miré fijamente. Su mirada en aquel momento aguantó la mía.
-Mi madre tiene plena libertad para elegir ella misma a la persona con quien quiere compartir su vida, me guste a mí o no. Pero tengo la gran satisfacción de poder decirle que si ella acepta casarse con usted, yo sería muy feliz. Creo que por fin ha encontrado al hombre ideal, bueno y cabal, capaz de hacerle olvidar los momentos tristes vividos y de llenar su vida de alegría, ternura y amor.
-El próximo día 10 es su cumpleaños. Necesito que la convenzas para que dé una gran fiesta. Le pediré entonces que se case conmigo y si ella acepta y le parece oportuno, aprovecharemos el momento y lo anunciaremos durante el festejo. ¿Qué te parece?.
Me asombró su entusiasmo. Parecía un jovencito enamorado y muy ilusionado, a pesar de que ya tenía 45 años.
-Me parece la ocasión ideal. Es muy romántico. Pero... ¿ha pensado en lo que pasaría si ella le dice que no?.
-En esta ocasión albergo la esperanza de que su respuesta será afirmativa. Se que no le soy indiferente.
Le prometí que intentaría convencer a mi madre para que diera aquella fiesta.
Lo acompañé hasta la puerta. Me pidió que dejase de dirigirme a él como Dr. O’Neil y lo llamase Brian. Acepté su petición. Antes de marcharse le deseé suerte.
Tras su marcha no pude más que intentar comprender cómo mi madre pudo elegir a mi padre por esposo, pudiendo haber elegido al Dr. O’Neil. Tal vez vió en él, al ser doce años mayor que ella, a la persona que más seguridad económica le podía dar, obviando el cariño, el amor y la pasión que Brian le ofrecía. Después deseché aquella idea, pues, si algo mi madre nunca había sido, era egoísta. Jamás había pensado en ella en primer término, siempre estaban antes los demás. Llegué a la conclusión de que si se había casado con mi padre era porque realmente lo quería y le cegaba tánto el amor que no vió a tiempo la clase de hombre que era.
Me costó mucho el convencer a mamá de que celebrase su 37 cumpleaños con una fiesta por todo lo alto. Ana, como buena aliada mía, me ayudó a convencerla. Al principio se lo sugerimos, después se lo rogamos y como último recurso la amenazamos con encargarnos personalmente de organizar la fiesta con o sin su consentimiento. Insistímos tanto que al final no tuvo más remedio que acceder a nuestras súplicas.
Por fin llegó el esperado 10 de Mayo. Teníamos todo a punto. Engalanamos el jardín, pues hacía tan buen tiempo que la primera parte de la fiesta la celebraríamos al aire libre, posteriormente pasaríamos a la casa y se comenzaría el baile. La emoción me invadía. No había comenzado todavía el festejo y yo ya deseaba que hubiera transcurrido la mitad, así ya sabría la respuesta que mamá le diera a Brian.
A medida que transcurría el tiempo mamá se fue animando, y ahora se mostraba alegre e ilusionada. ¡Hacía tánto tiempo que no participaba en ningún baile!.
Ana estuvo ayudándola a vestirse. Se había comprado un vestido nuevo para aquella ocasión. Era de gasa, muy vaporoso, de color crudo y adornado con flores sobrepuestas de color rosa pálido. El cuerpo muy ceñido realzaba su bonito busto y dejaba ver sus descubiertos hombros. Se había retirado el pelo y adornaba el recogido con unas diminutas florecitas rosas de tela, a juego con las del vestido, que le daban un encanto especial. Me di cuenta de que tenía una madre tan bella por dentro como por fuera. ¡Estaba resplandeciente!.
Comenzó a llegar la gente, el juez Coleman, el alcalde, banqueros, comerciantes, dueños de otras plantaciones, todos acompañados de sus esposas y de los hijos e hijas en edades comprendidas dentro del limite que les permitía acceder al baile. Llegó también el reverendo Harley con su prometida, después lo hicieron la señora Kern que vino acompañada de su suegro y de Víctor; Hattie con su madre, Bárbara Kalmus con todos sus hijos y esposas de los mismos, la señora Stacey con Evelyn.
Mamá estaba inquieta. Brian no había llegado todavía, yo, igual que mi madre, me preocupaba por la tardanza de Oscar. Respiramos tranquilizándonos cuando los vimos aparecer, se habían encontrado por el camino y llegaron los dos a la vez.
Para mí era la primera fiesta de ese tipo, y me encontraba un poco fuera de lugar con tanta gente a mi alrededor. A unos los conocía, pero a otros no los había visto en la vida. De inmediato me uní al grupo de mis amigos.
La fiesta discurría normalmente, muy animada, todos parecían pasarlo muy bien. Hablé con Oscar y le puse al corriente de lo que iba a suceder aquella tarde. Le pedí que me disculpase si no le prestaba la debida atención, pues estaba muy pendiente de los movimientos de mamá y de Brian.
Mamá pidió a Ana que rogase a los invitados que fueran entrando en la casa, pues ya comenzaba a ponerse el sol. Aprovechando el momento del tumulto que formaba la gente para ir entrando en la casa, vi a Brian dirigirse a mi madre, observé cómo le pedía que le cogiese del brazo y los seguí con la mirada mientras se dirigían a un lugar apartado del bullicio de la gente.
Todos entraron. Yo me quedé esperándolos en el porche. A los pocos minutos apareció Brian, vino hacia mí muy serio, pensé que mamá otra vez lo había rechazado. Se paró delante de mi, me guiñó un ojo y mostró una amplia sonrisa.
-¡Ha dicho que sí!.
Nos abrazamos con gran emoción y entramos en la casa. Me dijo que ella tardaría un poco en entrar, se había emocionado tanto que no pudo controlar el llanto, y quería que cuando volviera a la fiesta no se le notase que había estado llorando.
La orquesta se había colocado al fondo del hall y estaba preparada para comenzar a tocar en cuanto mamá diera la señal. Tardó como quince minutos en entrar y dar la orden. Abrió el baile junto a Brian. Al terminar la primera pieza y con el
consentimiento de mamá, Brian llamó la atención de los invitados, subió casi hasta la mitad de la escalera y se dispuso a hablar. Todos estaban expectantes. No se imaginaban lo que sucedía. Enseguida todo quedó aclarado.
-Distinguidos amigos, mi querida Susan y yo, -dijo tendiendo la mano a mi madre para que se colocase junto a él, cosa que hizo rápidamente- tenemos el gusto de comunicarles que hace unos momentos nos hemos prometido en matrimonio.
Se formó un gran alboroto. Miré a Ana que observaba desde la puerta de la biblioteca. Vi su alegría, me buscó con la mirada y me sonrió.
-Solamente queda fijar la fecha de la boda, y eso le corresponde a Susan.
Dijo cogiéndole tiernamente la mano y besándola.
-¿Que te parece el próximo Diciembre, antes de Navidad?.
-Me parece perfecto, aunque estos meses me van a parecer eternos.
Todos aplaudieron entusiasmados. A continuación los invitados se abalanzaron sobre ellos, los felicitaron, abrazaron y besaron. Mi madre pudo escaparse un momento y vino a abrazarme.
-Cariño, ¿te parece bien?.
-Me parece estupendo. Ya era hora de que volvieras a ser feliz. Lo que todavía no comprendo es cómo lo dejaste escapar hace años.
-Si no lo hubiera hecho, ten en cuenta que tú no estarías aquí. Todo tiene sus pros y sus contras, en aquel momento realmente amaba a tu padre.
-Mamá, vuelve con él, te está esperando.
Me volvió a besar y se mezcló de nuevo con los invitados. Mis amigos vinieron a felicitarme. Todos menos Víctor que había desaparecido, aunque yo sabía donde estaba. Para la fiesta necesitamos la ayuda y colaboración de muchas personas. Tuvimos que pedir a la gente de la plantación que vinieran a casa y atendiesen a los invitados, procurando que no faltase comida ni bebida en ningún momento. Sara fue una de las personas que se brindaron a ayudar, por dos motivos, el primero porque así vería a Víctor, y el segundo porque era una jovencita maravillosa dispuesta a ayudarnos en cualquier momento que la necesitásemos.
Salí al jardín y me dirigí a los establos, quería comunicarles la gran noticia. Por el camino oí como la orquesta volvía a tocar, la música se percibía perfectamente desde las caballerizas. Empujé la puerta y enseguida los vi. Estaban bailando, sus cuerpos muy juntos, desprendían amor. Víctor le apartó el pelo y la besó. No quise interrumpirlos, di media vuelta y volví a la casa. Ya tendrían tiempo de enterarse. Ahora lo que tenían que hacer es aprovechar ese tiempo que la casualidad les había concedido y disfrutarlo, pues pocas oportunidades como aquella tendrían en el futuro. Aquella noche fue inolvidable para todos. Todo salió bien. Nada ni nadie la estropeó.

XII

Una vez más me encontraba en el bosquecillo situado detrás de nuestra plantación. Había quedado en recoger a Víctor y a Sara, que como siempre llegaban tarde. Tenían tan pocas ocasiones para estar juntos que siempre apuraban hasta el último minuto.
Entre los árboles vi acercarse la diminuta figura de Carbonilla.
-¡Hola!. -Me dijo risueña- ¿Otra vez esperas a tu amigo?.
-Sí, bonita. ¿Me haces compañía hasta que venga?.
Ella asintió con la cabeza.
-Oye, me prometiste que me enseñarías a montar. ¿Por qué no lo haces ahora?
Me pareció bien, así que la monté en el caballo y yo lo hice detrás. La sujeté bien, le enseñé a coger las riendas y a tirar de ellas para que Niebla se dirigiese a un lado o al otro. Después me bajé y a paso lento y dirigiéndola yo, la dejé que paseara sola. Era una niña muy despierta, aprendió enseguida. Ella me avisó de que alguien se acercaba a caballo. Me volví, era Oscar. Paró junto a nosotros.
-¿Es amigo tuyo?. -Me preguntó Carrie.
Yo le dije que sí. La bajé del caballo, ella me cogió de la mano y se pretó a mi como si desconfiase de Oscar.
-¡Qué sorpresa!. ¿Que haces aquí?.
-He ido a tu casa. Tu madre me ha dicho donde te podría encontrar. Bueno, más bien me dijo que estabas con Víctor y que solíais venir aquí. Tenía ganas de tomar un poco el aire y decidí acercarme y pasar un rato con vosotros.
Miró con curiosidad a Carrie.
-Pero, dime, ¿quién es esta guapa señorita?. -Dijo agachándose para ver mejor a la niña.
-Es Carrie, una niña de nuestra plantación. Es muy amiga mía,¿verdad?. -Dije mirándola; ella asintió con la cabeza como era su costumbre- Le estoy enseñando a montar.
-Y seguro que aprende enseguida, tiene una carita muy espabilada.
-Tengo que volver a casa. -Me dijo tirando de mi mano- Mi mamá está enferma. No le digas a nadie que he estado contigo, mi mamá se enfadará si se entera que he salido de la plantación.
-No te preocupes, no se lo diré a nadie. Ve y ten cuidado.
Tiró de mi brazo hasta hacerme agachar y depositó sobre mi mejilla un sonoro beso. Se marchó corriendo, y, de vez en cuando, se volvía para decirnos adiós con la mano.
-Es una niña preciosa. -Reconoció Oscar.
-Sí, es muy graciosa. Tiene algo distinto a los demás niños, aunque no te sabría decir qué es.
Nos sentamos a esperar.
-¿Dices que pertenece a tu plantación?.
-Sí. Su madre se está muriendo. Le queda muy poco de vida. A la pequeña la conocí hace poco tiempo. No tiene padre, ¿sabes?.
-Ya me lo imagino.
-No comprendo tus palabras. ¿Qué quieres decir con que ya te lo imaginas?. Lo lógico es que tenga uno, como todo el mundo, aunque esté muerto.
-A veces me asombra tu inocencia. ¿La has mirado bien?.
-Sí, es preciosa, pero no te entiendo...
-¿Has reparado en el color de sus ojos?.
-Sí, azules, casi como los míos.
-Y, ¿a cuántos negros has visto tú que tengan los ojos azules?.
-La verdad es que en nuestra plantación creo que es la única.
-Los negros tienen los ojos marrones muy oscuros o negros,no hay ninguno con ojos azules, a no ser que tengan un padre blanco.
Era desconcertante, Oscar me estaba diciendo que Carbonilla era hija de un blanco. ¡Dios mío!, yo tenía también los ojos azules, igual que mi padre... Sabía perfectamente que se habían dado casos en otras plantaciones, pero nunca se me pasó por la cabeza que aquello ocurriera en la nuestra. Si Oscar tenía razón entonces Carrie era hermana mía. No puedo describir lo que sentí entonces, el corazón me latía con fuerza. ¿Como podían haberlo ocultado durante tantos años?. Nunca escuchamos ni un rumor, ni notamos indicio alguno que nos hiciera sospechar aquello. Si todo era cierto, Thomas lo debía saber. Decidí hablar con él.
Víctor y Sara regresaron de su paseo. Saludaron a Oscar. Al ver mi abatimiento me preguntaron qué era lo que me sucedía. En aquel momento no podía hablar, no pude contestarles, Oscar lo hizo por mi.
-Acaba de descubrir, que, tal vez, Carrie sea hermana suya.
-¡Pero qué dices!. -Exclamó Víctor viniendo hacia mí- ¿En qué te basas para llegar a esa conclusión?.
-¿La has visto de cerca alguna vez?.
-Sí, es una niña encantadora, pero no creo que...
-¿Te has fijado en el color de sus ojos?. -Le corté.
- No sé, supongo que sí, pero no recuerdo nada especial.
-¿A cuántos negros has visto con ojos azules?. -Le repetí la pregunta que Oscar me había hecho a mi.
-¿Carrie tiene los ojos azules?. -Me preguntó sorprendido. Yo asentí con la cabeza.
-Bueno y si es hermana tuya, ¡qué pasa!. Tampoco se acaba el mundo por éso...
-Si no es eso Víctor, no quiero ni imaginarme lo que habrá sufrido su pobre madre por culpa de mi padre. Tengo que hablar con ella y con Thomas.
-Si te resulta violento hablar con ellos no tienes por qué hacerlo. - Me dijo Sara que había estado callada hasta entonces.
-¡Sara!. ¡Tú tienes que saberlo!. Tú cuidas de la niña.
Sara calló unos instantes, parecía dudar.
-Tienes razón, Carrie es tu hermana. Loreta la tuvo hace 5 años, todos nosotros lo sabíamos.
-Pero ¿cómo lo habéis ocultado?. ¿Cómo no se os ocurrió decirnos nada?. Bien que lo ocultárais cuando mi padre vivía, pero después... ¿por qué?.
-Todos apreciamos mucho a tu madre. Es una mujer muy buena, se porta muy bien con nosotros, se preocupa de nuestros problemas, de nuestra salud, de tenernos bien alimentados, procura que nunca nos falte de nada, y lo más importante, nunca nos ha maltratado. Mi abuelo pensó que era mejor ocultar a la niña para evitar hacer daño a tu madre.
-¿Y Loreta?. ¡Pobre!. Ahora comprendo por qué Thomas no quiere decirle a mamá que ella se está muriendo.
-Si a pesar de todo lo que te he dicho sigues queriendo hablar con mi abuelo, yo te acompañaré. -Se ofreció Sara.
Los cuatro nos dirigimos a casa de Thomas. No sabíamos cómo iba a reaccionar; así que Sara entró la primera para poner al corriente a su abuelo del objeto de nuestra inesperada visita y allanarnos el camino. El viejo se portó muy bien, nos invitó a entrar y a sentarnos, incluso nos ofreció algo de comer. Con gran delicadeza para no hacerme daño, me contó toda la historia. Sí, realmente la pequeña Carbonilla era mi hermana. Confirmó las palabras de Sara cuando nos explicó que todos lo sabían y callaban para no herir a mi madre.
-Nos lo tendrías que haber dicho cuando mi padre murió. -Le reproché.
-¿Para qué?, ¿para mortificar a la señora Wheeler?. Bastante tenía ya con su dolor.
-Ella seguro que las habría ayudado.
-Ayudar, ¿a qué?. -Me preguntó Thomas- Su madre siempre nos ha ayudado, pero en esa ocasión creo que no hubiera podido hacer nada, excepto sufrir.
Tuve que admitir que tenía razón. Mis tres amigos guardaban silencio respetuosamente. Se limitaban a acompañarme y a ampararme con su presencia. Era una situación muy delicada y ellos lo sabían muy bien.
-¿Qué tal está Loreta?. -Le pregunté.
-Mal, muy mal; no creo que resista más de dos o tres días.
-¡Pobre mujer!. Thomas, tendré que contárselo a mamá.
-Espere a que Loreta muera.
-No, Thomas, se lo contaré hoy mismo, no sé cómo lo haré para evitar dañarla, pero lo tengo que hacer inmediatamente, antes de que sea tarde y no pueda hablar con ella.
-Sabía que llegaría este momento. Tiene usted el mismo buen corazón que su madre. Dios quiera que lo conserve siempre.
Sara nos acompañó hasta la puerta. Ya había anochecido. Víctor tomó el camino hacia su casa. Oscar me acompañó hasta la mía. Durante el trayecto hablamos de la pequeña, tendría que ayudarla. Haría por ella todo cuanto estuviera en mis manos. Le invité a entrar pero denegó el ofrecimiento. Yo tenía que hablar de algo muy importante que solamente atañía a mi madre y a mí, él no creyó oportuna su presencia en mi casa.
Tras la cena, como casi siempre, pasamos a la biblioteca. Mamá tenía la costumbre de leer un poco antes de retirarse a descansar. Yo unas veces leía y la acompañaba, y otras aprovechaba para componer algún poema. Tan apenas habían transcurrido unos minutos cuando decidí hablar con mi madre.
-Mamá, tengo que contarte algo muy importante. -Le dije seriamente.
-Dime, cariño. -Me contestó cerrando el libro y prestándome atención.
Con todo el tacto que pude le conté lo que sucedía. Pensé que me iba a resultar más difícil de lo que en realidad me fue. Fui observando cómo cambiaba la expresión de mi madre, su respiración se agitaba, y cómo sus lágrimas resbalaban por su cara. Temblorosa, se llevó ambas manos hasta su rostro tapándolo por completo. Permaneció así hasta que se calmó. Las primeras palabras que pudo articular fueron:
-¡Pobre Loreta!. Lo que habrá sufrido. Ahora comprendo por que alejaba a la niña de mí en cuanto yo intentaba hacerle un mimo o una carantoña. Nunca me la dejó coger en brazos... Tengo que ir a verla. Tengo que pedirle disculpas por todo el daño que le debió de causar Arthur antes de que sea tarde.
Se retiró a su habitación no sin antes pedirme que al día siguiente la acompañase a ver a Loreta.
A primera hora de la mañana Brian se acercó por nuestra casa, tenía que ver a la señora Stone, vecina nuestra, que por entonces se encontraba embarazada, y como nuestra casa le cogía de paso entró un momento a saludarnos. Mamá aprovechó la ocasión y le contó en un momento lo que sucedía, a la vez que le pidió que nos acompañase a la plantación y reconociera a Loreta. Así, pues, los tres salimos hacia allá.
Cuando llegamos fui en busca de Thomas para que nos acompañara. Loreta iba a recibir una visita que no esperaba, para ella desagradable y, tal vez, su estado se agravara. Quería que Thomas suavizara la situación estando a su lado.
El viejo llamó a la puerta, salió Sara con Carrie cogida de su mano. Mamá se agachó y acarició a la pequeña.
-¡Cielos, es preciosa!. -Comentó emocionada.
Esperamos en la puerta hasta que Thomas nos diera permiso para entrar, pues él lo hizo primero para avisar a Loreta de nuestra presencia. Sara y la pequeña se quedaron en la puerta. Nosotros entramos todos. Al fondo de la estancia se podía ver una estrecha cama y en ella yacía Loreta. Estaba fatigada, su respiración era irregular y dificultosa. Su rostro demacrado y sus labios resecos mostraban el final inmediato de su vida. Nos acercamos. Brian la examinó. Después se volvió hacia nosotros moviendo negativamente la cabeza y susurró al oído de mi madre:
-Susan, date prisa en hablar con ella, no creo que aguante mucho más.
Thomas permaneció al lado de Loreta, le cogió de la mano y le habló intentando que abriera los ojos y prestara atención. Mamá se sentó a su lado.
-Loreta, Loreta, por favor, atiéndeme un momento, te lo ruego. -Pidió mi madre, ella abrió ligeramente los ojos y la miró.
-Señora Wheeler, no debió venir aquí.
-No digas eso, Loreta, yo hubiera venido antes de haber sabido lo enferma que estabas. No debisteis ocultármelo. Tal vez ahora estarías en otra situación, por lo menos hubiéramos intentado curarte.
-Es usted muy buena, señora Wheeler, pero tal vez esto sea lo mejor para todos.
Hizo una pausa para recobrar fuerzas y seguir hablando.
-Nunca debió de enterarse. Yo no quería causarle molestias, no quise hacerle daño. ¿Me podrá perdonar?.
-Loreta, por favor, no digas eso, no me tienes que pedir perdón por nada, sé que tú no tuviste la culpa de lo que pasó. Soy yo la que me avergüenzo de los actos de Arthur, y por eso tengo que pedir tu perdón, por todo el daño que te causó mi marido, y por todo lo que habrás tenido que sufrir por su culpa.
-Señora Wheeler, es usted muy buena. -Dijo Loreta cerrando de nuevo sus cansados ojos.- Lo siento, estoy muy cansada.
-Está bien, Loreta, descansa y escúchame. Quiero que estés tranquila y que sepas que cuidaré de la pequeña. Procuraré criarla como si fuese hija mía. Nunca le faltará el cariño de una familia.
Mi madre me dirigió una mirada y yo asentí con la cabeza. Yo también cuidaría de ella.
-Gracias, señora Wheeler, sé que si usted lo dice, así será.
Mamá le cogió la mano y con voz suave le dijo:
-Descansa, Loreta, no hables más. Estáte tranquila y duerme, te hará bien.
Cuando salimos de la casita todos teníamos el alma herida. Mamá quiso llevar a Carrie a nuestra casa, pero Thomas le pidió que no lo hiciera, que dejara a la niña en la plantación hasta que su madre muriera y fuera enterrada. Mamá accedió al deseo del viejo. Le pedí a Sara que hablase con la niña, ella la conocía mejor que yo. Además, hablar con Carrie me suponía un gran esfuerzo, ¿como le iba a contar yo que su padre fue también el mío?. Sabía que tarde o temprano lo tendría que hacer, pero creí que era mejor que Sara me preparase el camino.
Todos regresamos a casa, excepto Brian que acudió a visitar a la señora Stone, como tenía previsto, y después volvió a la plantación. Se quedó junto a Thomas y Sara hasta que Loreta, al alba, murió.
Dejamos a Carrie una semana más al cuidado de Sara, mientras mamá adecuaba una de las habitaciones contiguas a la suya para recibir a la pequeña. Todos en nuestra casa estabamos ilusionados con la llegada de la niña, aunque en ocasiones nos invadía el temor de que nuestros vecinos se enfrentaran con nosotros por acoger a una “negra” en la familia. Brian nos advertía que podíamos tener algún problema por ello y nos pidió que nos mantuviéremos alerta.
Oscar me aconsejaba cómo comportarme con la niña. Disfrutaba oyéndome contar anécdotas de ella. Incluso me acompañó a la ciudad a comprarle juguetes. Recuerdo que el primero que le compré fue un caballito de madera que tenía las crines de pelo natural.
Llegó el día en que mamá acudió a recogerla con la calesa. Cuando llegaron a la casa todos las estábamos esperando ilusionados. Ana la bajó del carruaje y la llevó dentro de la casa. ¡Ya tenía una nueva nietecita!. Pero seguro que a ella le reñiría menos que a mí. Con ella se le cayó la baba desde el primer momento que la vió.



XIII

Una tarde de Julio paseaba a caballo por el bosque con Hattie y Oscar, no teníamos nada que hacer y como era pronto nos acercamos hasta el río. Sabíamos que Víctor y Sara acostumbraban a ir allí casi todas las tardes y, tal vez, pudiéramos encontrarlos. Atamos nuestros caballos a un matorral y nos sentamos cerca de la orilla a disfrutar del paisaje y del relajante sonido del agua. De pronto Hattie se puso de pie, había oído algo que nosotros no habíamos percibido.
-Escuchad. ¿No oís gritar a alguien?.
Nos levantamos también y aguzamos el oído. Sí, Hattie tenía razón, alguien pedía ayuda. Los tres nos apresuramos a acudir hacia el lugar de donde procedían aquellos angustiados gritos. Mientras nos acercábamos descubrimos una figura que se acercaba corriendo hacia nosotros, llevaba en brazos a alguien.
-¡Dios mío, son Víctor y Sara!. -Exclamó Hattie.
Acudimos en su ayuda. Víctor rendido cayó de rodillas con Sara en sus brazos.
-¿Qué ha ocurrido?. -Preguntó Oscar.
-Le ha picado una víbora, o algo parecido. Ha perdido el conocimiento. He intentado sacarle el veneno, pero no sé si lo habré hecho bien. -Aclaró Víctor asustado.
-¿Dónde está tu caballo?.
-No lo sé, no tuve la precaución de atarlo a un árbol. ¡Este maldito río no nos trae más que disgustos!. Nunca teníamos que haber venido aquí. -Se lamentó Víctor, seguro que recordando a su padre.
-Déjala en el suelo y no la muevas. Voy a por tu caballo. -Le aconsejo Oscar.
Tal vez por su edad y experiencia era el que se mantenía más sereno. Regresó enseguida con el caballo de Víctor.
-Hay que llevarla inmediatamente a la plantación y tenemos que conseguir que la vea un médico cuanto antes. -Dijo Oscar.
-¡No, a la plantación no!. La llevaré a mi casa. -Decidió Víctor.
Entre todos montamos a Sara en el caballo de Víctor y él lo hizo detrás, sujetando el cuerpo de su amada con toda la fuerza que le permitían sus brazos, emprendió el camino a su casa. Se iba a formar un gran alboroto, pero en aquel momento nada le importaba. Oscar salió al galope en busca de Brian. Hattie y yo salimos detrás de Víctor hacia su casa. Debíamos de estar junto a él, ahora nos necesitaba.
Cuando Brian y Oscar llegaron a la mansión de los Kern, los estabamos esperando impacientes en el porche. Habían acostado a Sara y Víctor se mantenía a su lado. Brian subió con la señora Kern hasta la habitación donde descansaba Sara. Nosotros esperamos noticias en el hall. Fueron unos minutos interminables. Por fin bajó Brian. Lo abordamos en la escalera.
-¿Qué tal está?. ¿Se salvará?.
-Ciertamente no lo sé, Víctor fue rápido y extrajo parte del veneno, pero no puedo aseguraros que fuera suficiente, no tuvo la precaución de hacerle un torniquete previamente.
-¿Podemos subir a verla?. -Preguntó Hattie.
-Sí, pero ella no os va a reconocer, tiene fiebre y delira. Dejadla tranquila y no la atosiguéis, necesita ahorrar energía para superar su estado.
Oscar se quedó hablando con Brian y la señora Kern. Hattie y yo subimos a ver a nuestros amigos. Víctor no le soltaba la mano y constantemente repetía que si algo le ocurría no se lo iba a perdonar en la vida.
-Víctor, tú no tienes la culpa. -Le intenté consolar- Tú hiciste lo que pudiste, le extrajiste el veneno.
-Sí, pero el Dr. O’Neil dice que tendría que haberle hecho antes un torniquete y yo no lo hice. Ni siquiera se me pasó por la cabeza. Si ella muere, yo tendré la culpa.
-No digas eso, Víctor. -Suplicó Hattie con los ojos llenos
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de lágrimas.
Víctor soltó un momento la mano de Sara para ponerle unos paños mojados en agua fría sobre la frente.
-¡Perla, cielo mío, no me dejes!. -Repetía una y otra vez. La acariciaba, la besaba- ¡Por favor, Dios mío, no consientas que me abandone!.
Hattie se afectó mucho oyendo los lamentos de Víctor. Sus palabras eran los gritos de un corazón herido. Fueron unas escenas sobrecogedoras. Pensé que si algo le llegase a pasar a Sara, Víctor enloquecería de dolor.
Salimos al pasillo. Hattie se me abrazó y lloró amargamente, yo también derramé mis lágrimas.
La señora Kern llamó nuestra atención desde la planta baja. Acudimos a su llamada, nos pidió que pasáramos al salón donde también se encontraban Brian, Oscar y el viejo señor Kern. Nos imaginamos qué era lo que pasaba. Nos iban a preguntar sobre la relación de Víctor y Sara. Brian no sabía nada; Oscar, Hattie y yo, sí. Procuramos hacerles comprender la situación. Richard, el abuelo de Víctor enmudeció. Loraine Kern pareció contrariada. Se lamentó de que su hijo no le hubiera contado nada. Después pareció serenarse y comprender la situación. Hattie y yo salimos al porche. Los mayores se quedaron cambiando impresiones. Seguro que Oscar defendió su amor y les hizo aceptar lo que sucedía, y comprender que si para ellos era duro, más lo era para los muchachos. Se amaban y contra eso no se puede luchar sin hacer infeliz a alguien. El amor no sabe de edades ni de colores.
Brian nos pidió que si notábamos algún cambio en Sara se lo comunicásemos de inmediato. Dijo que pasaría por la plantación y por mi casa y avisaría a Thomas y a mi madre de lo que había sucedido. Oscar se acercó hasta la casa de Hattie para comunicarle a la señora Boyle que su hija se quedaría esa noche con los Kern.
Aquella noche fue interminable. Los tres nos quedamos cuidando de Sara. Unas veces parecía dormir, otras se agitaba como si tuviera pesadillas, otras gritaba con los ojos desorbitados diciendo mil incoherencias. Víctor sufrió aquella noche lo que jamás podrá sufrir en el futuro. De madrugada Sara se tranquilizó y se durmió profundamente. La dejamos descansar y nosotros procuramos hacer lo mismo. Hattie se acurrucó en un sillón y se quedó dormida. Víctor no se separó de la cama, siguió sentado contemplándola hasta que, llegado el amanecer, ella abrió los ojos.
-¡Sara, perla mía!. ¿Qué tal te encuentras!.
-Me duele mucho la pierna y tengo sed.
Desperté a Hattie y bajamos a comunicar la mejoría de Sara, a refrescarnos y tomar algún alimento. Una de las criadas se apresuró a llevar agua y leche para Sara y Víctor.
Casi inmediatamente apareció de nuevo Brian, quería examinar nuevamente a la muchacha. Pareció muy satisfecho y tranquilo cuando después se reunió con nosotros.
-Lo peor ya ha pasado. He dejado una loción para la herida y un poco de láudano para calmarle los dolores. Ahora se encuentra bastante bien, pero no os extrañéis si de nuevo vuelve a tener fiebre y alucinaciones, es normal. Sobre todo recordad que no la tenéis que fatigar. ¡Ah!, y procurad que Víctor descanse, si no tendré que atenderlo a él también.
Nos costó mucho convencerle de que tenía que dormir un poco. Hattie le aseguró que ella, ya que había podido descansar un buen rato durante la noche, se quedaría al lado de Sara hasta que él despertase. A regañadientes Víctor tuvo que aceptar y se retiró a su habitación. La señora Kern había preparado otra para que yo hiciese lo mismo.
Me desperté sobre las cuatro de la tarde, Víctor seguía durmiendo. Relevé a Hattie que marchó hacia su casa. Sobre las ocho apareció Víctor. Enseguida me preguntó qué tal se encontraba Sara. En aquel momento dormía. Me dio las gracias por haber permanecido a su lado y me pidió que regresara a mi casa. Le aseguré que al día siguiente volvería a verlos.
Dos días después Sara se encontraba ya muy recuperada, incluso le permitieron levantarse de la cama. Hattie y yo pasábamos casi todo el día con ellos, nuestra compañía llenaba las interminables horas de la convalecencia de Sara. Hattie para distraerla le leía sus relatos y yo incluso le escribí un par de pequeños poemas.
Sara estaba asombrada de las atenciones que recibía constantemente de la madre de Víctor. Ella nunca pensó que sería tan bien acogida en aquella casa.
Fueron pasando los días, Sara se recuperó totalmente y volvió a la plantación con su abuelo, al que echaba mucho de menos. La señora Kern se mostraba muy preocupada, pues no sabía quien había divulgado la noticia de la relación de su hijo y Sara, y el amor que los muchachos se profesaban andaba de boca en boca de sus vecinos. A los menos, les parecía indiferente. A los que los conocíamos, nos agradaba a la vez que nos preocupaba, y a los que odiaban a los Kern, se les presentó la oportunidad ideal de amargarles y complicarles la vida.
A finales de Julio nos encontrábamos cenando tranquilamente en casa, con Brian. Habíamos invitado también a Oscar que en aquella ocasión aceptó.
Oímos unos gritos angustiosos procedentes del jardín. Alguien se acercaba pidiendo ayuda. Sobresaltados nos dirigimos al exterior de la casa. Era Sara, sus fuerzas ya no la acompañaban y había caído rendida en las escaleras del porche. Oscar la cogió en brazos y la entró en la casa. Ana se apresuró a traerle agua. Llevaba el vestido medio roto, una de las mangas rasgadas dejaba al descubierto su hombro y parte de la espalda. Brian quiso examinarla pensando que se encontraba herida, pero ella, ya un poco recuperada, pudo hablar y contarnos lo que sucedía.
-¡No, Dr. O’Neil!, a mí no me pasa nada. Es a Víctor. ¡Por favor, tienen que ayudarle!. Unos salvajes le están dando una paliza de muerte.
-¡Dios mío!. ¿Pero quién?. ¿Por qué?. -Hice las preguntas tontas del día. ¿Quién?, era fácil de suponer. ¿Por qué?, era obvio para todos.
Se hallaban paseando a la luz de la luna, cuando tres personas con la cara cubierta con pañuelos para ocultar su rostro y evitar ser reconocidos, les salieron al paso. Primero insultaron a Sara y luego intentaron pegarle. Víctor salió en su defensa y se ensañaron con él. Sara pudo escapar y vino corriendo desde el bosque.
Sin pérdida de tiempo, Oscar, Brian y yo, salimos a caballo guiados por Sara hacia el lugar donde les habían asaltado. Nos costó encontrar a Víctor, se hallaba tirado en el suelo semioculto por unos matorrales. Había perdido el conocimiento y se mostraba ensangrentado. A simple vista observamos que le habían roto los labios y la ceja izquierda. Mamá apareció poco después con el carricoche, pareció adivinar que lo necesitaríamos para transportar a Víctor sin tener que movilizarlo mucho. Tres personas, por llamarlos de algún manera, golpeando con ira pueden ser muy destructivos, y lo demostraron con Víctor.
Al verlo tan inmóvil, Sara pensó que estaba muerto y le dió un ataque de nervios. Oscar tuvo que darle una buena bofetada para calmarla. Después la abrazó con fuerza intentando consolarla. Brian la tranquilizó:
-Sara, está vivo, cálmate, por favor. ¡Vamos!, tenemos que llevarlo a su casa. Tengo que reconocerlo más a fondo. Procurad no moverlo mucho. No sabemos si tiene algo más roto.
Con sumo cuidado lo colocamos en la parte trasera del carricoche. Sara se montó con él y le fue sujetando durante todo el trayecto. Mamá condujo sin mucha prisa para evitar los movimientos bruscos producidos por el mal estado del camino. Oscar se adelantó al galope para avisar a los Kern.
Cuando llegamos, Loraine Kern se mostraba muy alterada. Sara trató de disculparse con ella.
-Señora Kern, lo siento mucho, todo es por mi culpa.
-No querida, en todo caso la sociedad es la culpable. Pero ten por seguro que los animales que han hecho esto lo van a pagar caro. A partir de ahora voy a pagarles con la misma moneda. Si les plantas cara esta gentuza no tiene agallas para continuar, son en realidad unos cobardes.
Loraine Kern es una mujer de fuerte carácter que no se deja amilanar con nada. Ella misma se encargaría de ellos, de una forma u otra no saldrían impunes.
Brian exploró minuciosamente el cuerpo de Víctor. Llegó a la conclusión de que estaba conmocionado debido a los golpes que recibió en la cara. También le descubrió dos costillas rotas y procedió a fajarle todo el torso. Todos pasamos el resto de la noche esperando que Víctor recuperase el conocimiento, cosa que hizo sobre las cuatro de la madrugada. Sus primeras palabras fueron para preguntar por Sara, quien corrió a tranquilizar a su amado.
Brian recomendó que lo dejásemos descansar. Oscar comentó que, tal vez, fuera aconsejable que la muchacha no se quedase allí esa noche, podrían seguir los problemas, incluso pudiera ser que algún desalmado se presentase en la casa con intención de acabar lo que había empezado. Se ofreció a cobijar a Sara en su casa durante unos días, para dar tiempo a que los ánimos se calmaran. Sara no quería alejarse de Víctor, pero comprendió que si algo así se le aconsejaba era por el bien de ambos y accedió. La señora Kern le prestó una capa con capucha para que se ocultara y salió a caballo con Oscar camino de su casa. Mamá volvió a la nuestra acompañada por Brian.
Cuando por fin pude quedarme a solas con Víctor tuve que preguntarle.
-¿Quién ha sido?. Seguro que los pudiste reconocer.
-No lo sé, estaba muy oscuro y llevaban las caras tapadas.
-¿No reconociste ninguna de sus voces?.
-Me parecieron conocidas, pero con aquellos pañuelos que les tapaban las bocas sonaban extrañas.
-Y el pelo... ¿cómo tenían el pelo?.
-De verdad que en ese momento no me dio tiempo a fijarme en muchos detalles. Lo único que pude ver mejor, cuando estaba en el suelo, fueron sus botas dándome continuamente patadas. Dos de ellos las llevaban claras con dibujos en forma de estrella. Las del otro eran grandes y brillantes con dos hebillas unidas por una herradura.
-Creo que sé quienes son. Dave y Gordon Hollister con su amigote Scott Potters, son inseparables.
-No sabía que acostumbraras a fijarte en las botas que lleva la gente.
-Yo me fijo en muchas cosas, y si mis sospechas se confirman, los denunciaremos.
-No les podrán hacer nada. Se procurarán una coartada.
-Tal vez, pero el juez Coleman es muy amigo de mi madre y les puede meter en el cuerpo un buen susto. Lo que no debes hacer es rendirte y dejarlos que nuevamente vuelvan a hacer de las suyas. La próxima vez podría ser peor.
A los pocos días otro suceso nos perturbó a todos. Los establos de los Kern ardieron sin motivo alguno, por lo que pensamos que el incendio fue intencionado y, por supuesto no tuvimos ninguna duda al imaginarnos quienes habían sido los culpables. La señora Kern dijo que aquello era la gota que colmaba el vaso y puso manos a la obra. Una noche y sin saber por qué ardieron los establos de los Hollister y los Potters. Por la zona hicimos correr el rumor de que andaba suelto un perturbado que disfrutaba prendiendo fuego a las propiedades ajenas.
Mamá habló con el juez Coleman, y éste a su vez con los hijos de Hollister y Potters; no sabemos lo que les diría, pero seguro que no les quedaron ganas de volver a repetir un acto semejante. A partir de entonces los Kern no tuvieron ningún otro percance con sus vecinos.
La convalecencia de Víctor duró varias semanas,mientras se volvía a recolectar el algodón.
Poco a poco todo volvió a la normalidad. Sara se trasladó a vivir a nuestra casa y desde entonces se encarga del cuidado de la pequeña Carrie.

XIV

A mediados de Octubre noté a Oscar algo extraño. Estaba como ausente, absorto en sus pensamientos. En ocasiones le sorprendía mirándome fijamente y el entonces desviaba su mirada. Unas veces parecía preocupado, otras triste, pero cuando le preguntaba qué era lo que le ocurría, hacía un movimiento con la cabeza y esbozaba una sonrisa contestándome que no le pasaba nada.
Quise pensar que era la melancolía del otoño que le afectaba de forma especial.
Recuerdo muy bien aquellos meses. El comportamiento de Oscar me preocupó mucho. Incluso faltó a algunas de las citas de las tardes, aduciendo que no se encontraba bien, que padecía crisis de jaquecas. Llegó a inquietarme mucho. Me aterraba la idea de que pudiera estar enfermo. No hubiera soportado el verle sufrir.
Pasó el romántico otoño, que tanto a Oscar como a mí, nos inspiró con sus tonalidades y aromas. Ambos compusimos por separado alguna sonata. Y juntos intentamos crear una introducción para piano y orquesta, nos resultó un tanto difícil pero el resultado final fue bastante aceptable.
Poco a poco se fue acercando la fecha de la boda de mamá y Brian. Todos estábamos muy contentos. Como la boda se celebraría en casa, Ana se encargó de que la limpiaran de arriba a abajo. Mamá se compró un vestido de novia maravilloso, todo de encaje, bordado y pedrería de un color beige claro. Se mandaron invitaciones a todas las personalidades relevantes de nuestra población y alrededores. A mitad de Noviembre comenzaron a llegar los regalos, que Carrie disfrutaba abriendo.
El Domingo 4 de Diciembre por fin se celebró la boda, el acto mas maravilloso e importante que hasta entonces habíamos celebrado en nuestra propiedad. Mamá estaba
preciosa, el maravilloso vestido de novia realzaba su belleza, el ramo de flores lo había confeccionado Ana, con algunas flores silvestres que habían resistido a los fríos de fin del otoño. El reverendo Harley, que por cierto ya se había casado por entonces, fue el encargado de celebrar tal evento. Oscar y yo, por supuesto, tocamos la marcha nupcial. Tras el acto religioso mamá se dispuso a lanzar el ramo de novia. Todas las muchachas estaban preparadas. Mamá subió cuatro o cinco escalones, se dió la vuelta y lanzó el ramo hacia atrás. Hattie fue la afortunada que consiguió cogerlo y se mostraba muy contenta y orgullosa de ello.
Yo sentía una gran alegría y emoción; primero, por ver tan feliz a mi madre y segundo porque iba a tener por fin un maravilloso padre.
Llegó el frío invierno. Aquel fué uno de los más desapacibles que habíamos vivido hasta entonces. Y a continuación la Navidad. Oscar fue invitado a pasar aquellos días con nosotros, pero en esta ocasión no aceptó. Le parecía un atrevimiento por su parte el importunar con su presencia a los nuevos señores O’Neil, ya que eran las primeras Navidades que celebraban juntos ya como esposos.
Terminó el año y comenzamos uno nuevo, llegó 1.860.
A primeros de Enero, le ofrecieron a Oscar la posibilidad de dar un concierto de piano en Mobile, y como hacía mucho tiempo que no tocaba en un teatro con público y además había compuesto numerosas piezas nuevas durante el anterior año, aceptó el ofrecimiento. Se le veía entusiasmado. Me pidió encarecidamente que acudiera a verlo tocar y por supuesto le aseguré que no faltaría. Brian y mamá también acudieron al teatro. Fue maravilloso, era una sensación especial lo que yo sentí cuando comenzó a tocar, reconocí todas y cada una de sus piezas, incluso tocó las que, según él, yo le había inspirado y sabía perfectamente que con el corazón me las dedicaba a mí. No me quedó ninguna duda cuando a mitad de concierto se levantó y dirigiéndose a los allí asistentes me dedicó un nocturno de Chopin. Me hizo poner de pié, todos me miraron. ¡Entre tanto público y yo tenía la fortuna de que me lo dedicara a mí!. Es algo que nunca podré olvidar, fue un gran honor para mí.
Al terminar, todos puestos en pié le aplaudimos durante varios minutos. Cuánto orgullo sentí por haber tenido la fortuna de tenerlo como profesor y más todavía por contar con su incondicional amistad.
El cumpleaños de Oscar se acercaba y yo tenía que preparar un bonito regalo para él. Debía ser algo especial que él supiese apreciar. Por eso en secreto le había compuesto unos versos. Me emocionaba la idea de que tuviese algo mío, creado expresamente para él. Los mandé encuadernar y me aseguraron que estarían dispuestos antes del día 20.
Se acercaba la fecha clave. Les comenté a mamá y a Brian, que ya que Oscar no tenía familia cercana con la que celebrar su cumpleaños, podíamos celebrarlo en casa; invitaríamos a Víctor y a Hattie, los dos eran amantes de la música, y organizar un día familiar y entretenido. Ellos no sabían que Oscar no acostumbraba a celebrar su cumpleaños y me fue muy sencillo convencerlos. Me ilusionaba poder sorprenderlo de nuevo. Así lo hicimos pues. Cuando Oscar llegó a almorzar los demás ya llevábamos varias horas organizándolo todo.
La comida estaba deliciosa. Una vez más nuestra cocinera se había lucido al preparar tan ricos manjares. Mamá siempre ha presumido de tener a la mejor cocinera del país.
Tras los postres, Ana llevó a Carrie a su habitación, era la hora de su siesta, y nosotros nos dispusimos a tomar el café de la sobremesa. Nos trasladamos para éllo al salón rojo.
Oscar se sorprendió al ver que le habíamos preparado un pequeño homenaje.
Víctor tocó su violín y Hattie su flauta travesera. Yo le recité unos versos, después pasé a tocar el piano. Toqué aquella pieza que tanto sabía que a él le gustaba, la primera que él tocó para mí. Aquel delicado vals de su admirado Chopin.
Oscar escuchaba desde su butaca situada detrás de mí. Me hubiera gustado que estuviera de pie, junto a mi piano, y poder ver, una vez más, la emoción reflejada en su rostro, esa emoción que lo invadía cada vez que escuchaba aquel vals.
Terminé mi interpretación y me volví. Hattie, Víctor y Brian me aplaudieron, mamá soltó un ¡bravo!. Me satisfizo enormemente la reacción de mis amigos y de mis padres pero lo que yo necesitaba era ver la cara de Oscar.
Oscar permanecía sentado, con los ojos cerrados. El brazo izquierdo apoyado en el reposamanos de su butaca y el derecho doblado sobre su pecho con la mano apoyada muy cerca del corazón. Abrió los ojos y me miró, tenían un brillo distinto a otras veces. Inspiró profundamente y vino hacia mí.
-Ha sido maravilloso. Me has abrumado con tu interpretación. Muchas gracias por dedicarme este festival, yo no me merezco esto.
El humildemente decía que no se merecía algo así y yo pensaba todo lo contrario.
Se dirigió hacia el resto de los presentes y les dió también las gracias por hacerle pasar uno de los mejores días de su vida.
Continuamos más relajadamente la tarde. Mamá se retiró un ratito a descansar, Brian salió a hacer unas visitas y nosotros cuatro conversamos amigablemente.
Mis amigos le trataron en todo momento correctamente, con afecto, respeto y admiración. Una vez más demostraron el cariño que me tenían.
Terminamos la tarde tocando el piano juntos, a cuatro manos. A Hattie le fascinó su personalidad, me comentó que comprendía perfectamente cómo me había hechizado. Al oído me confesó que si ella tuviese unos cuantos años más seguramente se habría enamorado locamente de él.
Acabó la tarde y antes de que se marchase Oscar, en la puerta, le entregué mi regalo, bien empaquetado y le pedí que no lo abriera hasta que estuviera en su casa, solo y tranquilo.
Me volvió a decir, igual que el año anterior, que no tenía que regalarle nada. Que el regalo más bonito que había recibido se lo había dado ya, pero esta vez lo aceptó con agrado pues ya intuía que era algo muy personal y mío.
Tras marcharse él, me reuní de nuevo con mis amigos, me esperaban para cenar.
A partir de aquel día parte de las mañanas las dedicaba a componer poemas, pasear con Hattie, a jugar con Carrie y a montar a caballo con Víctor.
Las tardes las pasaba con Oscar. Nos las dedicábamos mútuamente. Cada día estabamos más unidos.
Es imposible pensar en la cantidad de cosas de las que se puede llegar a hablar.
Algunas tardes nos reuníamos los cuatro y tocábamos. Unas veces temas ya compuestos por Oscar o por mí, otras todos improvisábamos y creábamos piezas muy curiosas. Oscar las pasaba a tinta. Las fuimos guardando una a una hasta lograr una buena colección.
A pesar de la diferencia de edad, cuando estábamos todos juntos, éramos cuatro adolescentes. El tenía una gran capacidad de adaptación a cualquier compañía, situación o momento. Mis amigos lo admitían como uno más.
Disfrutábamos tánto con la música que lo demás no nos importaba.
Por las noches, en la oscura soledad de mi habitación, meditaba sobre nuestra situación. Dependíamos tanto el uno del otro... No quería pensar en la posibilidad de que si en algún momento de nuestras vidas tuviéramos que separarnos por un motivo u otro, me acarrearía muchos problemas su ausencia, me provocaría un enorme vacío. Me dolía tanto el pensarlo que seguía evitando el hacerlo.

XV

Se acercaba un nuevo cumpleaños. Ya iba a cumplir los 18 y me sentía plenamente feliz. A mi edad cumplir años era estupendo. Todo era alegría, fiesta y regalos.
Empezamos los preparativos el día anterior, era sábado. Era un día gris, de vez en cuando llovía, después salía el sol, el tiempo estaba revuelto e inseguro.
Como todos los años invitaríamos a todos mis amigos. Por supuesto Oscar no podía faltar. Carrie estaba muy ilusionada, pues todavía no sabía lo que era una fiesta de cumpleaños.
Era tan feliz que en ningún momento pensé que ese día tan maravilloso se pudiera estropear. ¡Ni el mal tiempo podría arruinarme el día!.
Llegó la noche y con élla la amargura. Esa noche que siempre había sido mi aliada, mi amiga, mi confidente, que me había ayudado tantas veces a pensar, soñar, a concentrarme y crear cosas maravillosas, se volvió esquiva y traicionera trayéndome malas noticias.
Un criado me trajo una nota. Era de Oscar. Leí su contenido.
El corazón se me desbocó, no daba crédito a lo que estaba leyendo.
Releí la nota, no quería creer lo que decía. Se marchaba, volvía a Europa, no sabía para cuanto tiempo, me prometía volver en cuanto le fuera posible.
Me temblaron las manos, luego todo el cuerpo, tuve que sentarme unos instantes para poder serenarme.
¡No podía ser, no era justo!. ¿Cómo iba yo a vivir ahora sin él?. Habíamos pasado dos años maravillosos. Nos veíamos casi todos los días y, si no lo hacíamos porque las circunstancias no nos lo permitían, nos echábamos angustiosamente de menos.
Salí a toda prisa. Pensé pedirle al cochero que me acercase hasta su casa, pero la ansiedad que sentía era tanta que monté a Niebla y salí al galope, así llegaría antes.
Desmonté y malaté las riendas en una de las anillas que pendían de la fachada de su casa.
Con gran nerviosismo llamé a la puerta. Nadie abría. Insistí, golpeé con la aldaba y con los puños. En aquellos momentos no me importaba si alguien me estaba observando desde el otro lado de la calle. Oí acercarse unos pasos.
Abrió Oscar, nos miramos, se hizo a un lado y me dejó pasar.
Se le veía abatido, triste y reservado. Se mostraba desaliñado, su aspecto denotaba cansancio.
Estaba anocheciendo, encendió las velas del candelabro que reposaba sobre una mesa llena de partituras y plumas. Después hizo lo mismo con los de la repisa de la chimenea. Cerró las cortinas.
Nos miramos. Le mostré su nota y con voz entrecortada le pregunté qué significaba.
Se retiró el pelo que caía sobre su rostro con ademán torpe. Estaba nervioso también. Sus manos temblaban como las mías.
-Tengo que marcharme. -Me contestó.
-Pero, ¿por qué?. No me dices la causa. Necesito saber el motivo y el tiempo que vas a estar fuera. Hemos tenido una confianza plena durante estos años y ahora pareces haberla perdido. Me haces mucho daño comportándote así conmigo. ¿Dónde está esa confianza que hasta ahora teníamos el uno en el otro?; muéstramela. Una fría nota no me sirve, necesito una explicación.
Nos sentamos frente a la chimenea. El invierno estaba en su último mes, en la calle no hacía demasiado frío, pero aquel salón estaba gélido.
Por primera vez me miró a los ojos. Hasta entonces había estado esquivando mi mirada. Lo ví dudar.
-Debo marcharme. He recibido una carta de Florencia. Mi padre está gravemente enfermo y tengo que acudir junto a él. La carta ha tardado mucho tiempo en llegarme, Europa está muy lejos. No sé si todavía seguirá con vida. No me explica nada, sólo me dice que está muy enfermo y que necesita verme antes de morir. No sé si llegaré a tiempo. No sé si realmente se está muriendo o padece una larga enfermedad, por eso no puedo prever el tiempo que estaré fuera. Tengo miedo de no llegar a tiempo. De no poder reconfortarlo en sus últimos días. De no poder decirle que le quiero, que siempre le he querido, aunque no se lo haya dicho ni demostrado nunca. No quiero que pase lo mismo que cuando murió mi madre, no pude estar a su lado en los momentos que más me necesitaba.
Comprendí lo que sentía y se lo hice saber.
-Cuando recibí tu nota me sentí muy mal. La angustia de pensar que tendría que estar sin verte se apoderó de mí. Sé que te tienes que marchar y lo comprendo ahora, pero que lo comprenda no quiere decir que lo acepte. Lo tengo que aceptar porque así debe y tiene que ser, pero algo dentro de mí se revela. No concibo mis días sin tí. No podré verte, ni oírte, ni disfrutar de tu compañía. No me podrás ayudar cuando te necesite y eso me asusta.
Oscar elevó su mirada al techo y suspiró, luego me miró:
-¡Criatura! Y... ¿crees que yo no siento lo mismo?. No dudes que tan mal como tú puedas sentirte, me siento yo. Que tengo las mismas dudas y los mismos temores que tú. No sé cómo voy a hacer para seguir viviendo sin tu presencia. Has llegado a ser una obsesión para mi.
Me cogió de las manos. Estaban heladas.
-Dependemos demasiado el uno del otro y eso no es bueno. Nuestra amistad ha llegado a ser tan intensa y profunda como bonita, pero el vivir así realmente no es vivir. Tal vez esta dolorosa separación nos sea beneficiosa a los dos. Tanta dependencia no es buena, nos quita libertad y esto es lo último que debemos perder. Va a ser muy duro, pero tienes que aprender a volar en solitario. Yo tendré que recordar cómo se hace.
Me estaba diciendo cosas que yo ya sabía, pero me destrozaban el alma. Muchas veces había pensado lo mismo, pero siempre mi corazón había vencido a mi cabeza.
-Mi vida va a estar vacía sin tí.
-¿Y la mía no?. Tú tienes aquí a tu familia y al resto de tus amigos, incluso tienes ahora un nuevo padre que te sabrá aconsejar. Yo allí no tengo nada.
-¡Pero ellos no son como tú!.
-Dedícales más tiempo, déjate querer, ellos están deseando darte su total amistad y su pleno amor, pero tú no les dejas. Tu corazón es grande y hay sitio suficiente para todos ellos. Tienes que aprender todavía mucho sobre la vida. Vivir es muy duro. La vida está llena de alegrías y penas, de caminos de rosas y de espinas. Hay que sufrir mucho para aprender a caminar por ellos.
Tenía razón en todo lo que decía y yo lo sabía perfectamente, pero en ese momento no pude luchar contra mis sentimientos. Le pregunté cuándo se marchaba, me dijo que al día siguiente. Era mi cumpleaños.
Egoístamente le rogué, le supliqué que asistiera a mi fiesta, pero me contestó que no podía ser.
No pude reprimir las lágrimas que resbalaron por mis mejillas; al verme exclamó:
-¡Criatura!.
Me atrajo hasta su pecho y me abrazó. Ya no pude contener mi llanto. El dolor que sentíamos era tan grande que él también se dejó llevar. Lloramos juntos amargamente unos instantes. Me besó la frente. Cuando nos calmamos me dijo:
-Ten por seguro, no lo dudes ni un momento, que por muy lejos que estemos el uno del otro, siempre, en cada instante de mi vida, estarás en mi mente y en mi corazón.
Me prometió que me escribiría y aseguró que aunque no sabía decirme cuándo, volveríamos a encontrarnos algún día.
Me hizo prometerle que procuraría vivir y ser feliz.
El regreso a casa lo hice despacio. Ya había castigado demasiado a Niebla. Además me vendría bien la frescura de la noche, pues cuando llegase a casa ya habrían desaparecido de mi cara las huellas del llanto. No quería preocupar a mamá.
Cuando llegué mi madre me esperaba. Me reprochó que no le hubiera dicho que iba a salir. Se había preocupado. Le pedí perdón, le comenté que me dolía mucho la cabeza y que me retiraba a mi habitación, que por la mañana le contaría todo.
Estuve pensando y llorando durante horas hasta que el agotamiento me venció.

XVI

Había estado toda la noche lloviendo, pero ahora el sol brillaba nuevamente en el cielo. Aquel domingo prescindí de acudir a la iglesia.
Durante el almuerzo le conté a mis padres parte de lo que había pasado. Que había recibido una nota de Oscar diciéndome que su padre estaba muy enfermo y que debía marcharse. Como partía hoy y no podía asistir a mi fiesta de cumpleaños, no tuve más remedio que ir a su casa para poder despedirme de él.
-Comprendo. - Me contestó mi madre. Me pareció observarle una extraña mirada.
Brian comentó que era una lástima que tuviese que marcharse tan precipitadamente, pues le apreciaba mucho y hubiera querido despedirse de el.
Por la tarde montamos la reunión en el salón rojo. Mis amigos vinieron pronto y pasamos largo tiempo charlando. Carrie estaba tan emocionada que dejamos que no durmiera la siesta. Brian estaba muy pendiente de ella para que nosotros pudiéramos disfrutar sin tener que atenderla.
Las madres nos habían dejado plena libertad, reuniéndose éllas en otra sala de la casa para ultimar tranquilamente los detalles de una próxima rifa benéfica.
Evelyn, George y Fred conversaban amigablemente y reían al otro lado de la sala.
Hattie y Víctor me hacían compañía. En el instante que me vieron supieron que algo me ocurría. Me preguntaron cuándo vendría Oscar. Les conté lo mismo que a mi madre y a Brian, pero a ellos no pude engañarlos. Sabían que me encontraba mal.
Hattie se acercó a mi y me besó.
-Te quedamos nosotros. Déjanos ayudarte. Cuenta con nosotros para lo que quieras. Cuando nos necesites nos tendrás siempre a tu lado.¡Era maravillosa!.
Víctor llamó la atención de todos. Allí se celebraba una fiesta y tenía que comenzar. Carrie aplaudió entusiasmada.
Me entregaron sus obsequios. Los fuí abriendo despacio uno a uno intentando crear un ambiente de misterio y sorpresa. Todos estaban expectantes. Cada vez que abría un paquete, la sala se llenaba de exclamaciones. Todos los regalos eran maravillosos y originales. Carrie no paraba de hablar, parecía una cotorra, los criticaba constantemente diciendo:
-Este es muy feo. Este me gusta mucho. ¿Este qué es?. Este no te va a gustar ¿me lo das?.
Durante dos horas lo pasamos muy bien. Me dejé querer y mimar. Estuvimos entretenidos gastando bromas y riendo, comentando curiosidades y anécdotas. George y Fred eran terribles. Tenían una gracia especial para contar las cosas que les habían pasado.
Estábamos muy entretenidos, pero aun así, de vez en cuando, yo miraba hacia la puerta con el deseo de verle aparecer.
Para terminar el día, y a petición de mis amigos, toqué para ellos mi piano.
Puse en ello todo mi sentimiento y mi fuerza. Y con mi pensamiento se lo dediqué a Oscar. Fué el día que mejor toqué, hice vibrar la sala.
Al terminar me aplaudieron y elogiaron. Me rodearon y me felicitaron. No sé por qué, pero por un instante miré hacia el ventanal y me pareció distinguir su silueta alejándose de la casa. Mi corazón me estaba jugando una mala pasada. No podía ser él, ya se habría marchado.
Pensando en sus palabras me dejé querer por mis amigos y me sentí mejor de lo que yo pensaba que podía sentirme en esos momentos. Tal vez la vida no fuese tan difícil como creía, si haciendo caso a Oscar, les dejaba a ellos llenar mi vida.
Terminó la fiesta, todos se marcharon. Ana acostó a Carrie que se había dormido en un diván.
El resto del servicio se quedó recogiendo la casa. Brian fue a la biblioteca a leer un rato. Mamá se retiró cansada y yo hice lo mismo.
Eran sobre las doce cuando Ana golpeó en mi puerta, le dí permiso para que pasara. Se acercó a mi cama.
-Espero no haberle despertado.
-No dormía, Ana, ¿qué ocurre?.
-Esta tarde, durante la fiesta, vino el señor Martinelli.
Me incorporé en la cama. Con gran nerviosismo le pregunté:
-¿Por qué no le hiciste pasar?.
-Sí lo hice, pero no quiso. Me hizo prometerle que no se lo diría hasta que se acabase el día, y me pidió que cuando usted se encontrase a solas le diera esto.
En la oscuridad de la habitación no distinguía bien lo que era. Le dí las gracias y le pedí que se retirase.
Busqué desesperadamente algo con que encender el quinqué de mi mesita de noche. Se iluminó la estancia.
Era un paquete mal atado. Lo apreté contra mi pecho. Luego lo abrí. Eran las partituras que Oscar tanto había deseado, y ahora las tenía yo. Llevaban una nota, con manos temblorosas la abrí...
-"Deseo que guardes estas partituras y las disfrutes tanto como yo lo he hecho. Se que están en buenas manos.
Recíbelas como regalo de cumpleaños.
Me siento muy orgulloso de ti. Sigue tocando como hoy lo has hecho y tendrás el éxito asegurado.
Recuerda que siempre te llevaré en mi corazón.
Oscar.”
Era indudable que me había oído tocar en la fiesta.
Era cierto, pues, que ví su silueta alejarse tras los ventanales del salón rojo. Aún así, quise comprobarlo. Me abrigué y con el quinqué bajé hasta la planta baja. Abrí la puerta principal y salí al exterior. Rodeé la casa hasta llegar al ventanal del salón. Si había estado allí, sus huellas estarían todavía marcadas en la tierra humedecida por la lluvia de la noche anterior. Me agaché e iluminé el suelo. Allí estaban las huellas de sus botas. Me emocioné. Me alegré de que verdaderamente me hubiera oído tocar porque aquella vez lo hice con todo mi corazón.
Volví a mi habitación. Guardé muy bien las partituras, eran las originales y pensé en lo que realmente me apreciaba Oscar para regalarme aquello.

XVII

La soledad de aquellos primeros meses me sumieron en una angustiada tristeza y desolación. Tan apenas salía de casa. Rechazaba la compañía de mis familiares y amigos.
Nos carteábamos con bastante frecuencia. Como sabíamos que el correo era muy lento, acordamos de antemano escribirnos cada semana aun sin dar tiempo a contestarnos entre una carta y otra. Al principio no guardaban relación unas con otras, después ya establecido el ritmo normal, pudimos mantener una buena comunicación. En alguna ocasión recibíamos varias juntas. Nos contábamos cosas y Oscar intentaba aconsejarme. Me alentaba para que saliera, me insistía en que tenía la suficiente inteligencia para recapacitar y recobrar la fuerza para poder salir de aquel pozo sin fondo en el que me encontraba.
Poco a poco empecé a recobrar la cordura. Recordé aquellas palabras cuando me recomendó que me dejase querer por mis amigos. Maduré y acepté mi situación. Era mi vida, sólo tenía una y la estaba malgastando. Me dí cuenta que con mi forma de comportarme estaba haciendo daño a las personas que tanto me querían e intentaban ayudarme.
Decidí dejar entreabiertas las puertas de mi corazón y ver qué pasaba.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, mis incondicionables amigos empujaron fuerte esas puertas entrando avasalladoramente a ocupar mi corazón, devolviéndome así la alegría y la confianza.
El tiempo entre carta y carta se fue espaciando...
Hace tiempo que no sé nada de Oscar. La dolencia de su padre no tenía solución, cada día se agravaba más. Comenzó con dificultad para andar y le transportaban de un lado
a otro en una especie de mecedora con ruedas. Estaba condenado, pues, a permanecer casi continuamente en cama. Poco después dejó de hablar.
Oscar abandonó la música. Tuvo que hacerse cargo de los negocios de su padre. Poseían grandes viñedos en varias regiones de Italia y eso le acarreaba muchos quebraderos de cabeza. Yo no me lo imaginaba llevando un negocio y mucho menos sin su piano. Por otro lado no le quedaba más remedio que hacerlo, por lo menos durante el tiempo que su padre viviera, y este no se podía calcular porque la vida es muy caprichosa y nadie sabemos cuando nos va a llegar la hora de reunirnos con el Creador.
Prometió que volveríamos a vernos algún día, pero el tiempo pasa y aunque yo creo que verdaderamente nos volveremos a encontrar, siempre en mis momentos de debilidad aparece en mi mente la duda, pero sé que si estas dudas llegasen a confirmarse y no volviese a ver nunca a Oscar, seguiría llevando su esencia en mi alma.
Nunca podré olvidar a aquel hombre que me enseñó a disfrutar de la vida, a mostrarme tal y como soy, a crear, a tocar; me enseñó lo que es la amistad, la confianza, la entrega y el amor.
Dejo la tristeza y la melancolía a un lado, porque la vida continúa y hoy es un día feliz y hay que disfrutarlo.
Ha llegado Hattie. Mamá ha salido a recibirla. Está cada día más bonita. Lleva puesto el vestido vaporoso verde que le regalé por su cumpleaños. Adorna su bonita cabellera con una pamela anudada bajo la barbilla con un enorme lazo de gasa. ¡Está preciosa!. ¡Está siempre tan alegre...!
Se ha convertido en una estupenda escritora de cuentos para niños y va teniendo mucho éxito. Aunque no es ella quien elige los que ha de publicar, para eso está Carrie, a la que primero tiene que leerselos y ella, si le gustan, da su visto bueno.
Hasta hace un año no me dí cuenta realmente de lo maravillosa que era. Ella me ha devuelto la vida, me ha enseñado lo que es el deseo y la pasión. Me ha mostrado otro amor distinto a los que ya conocía, que me satisface y llena plenamente.
Hattie ha estado siempre a mi lado, en los momentos buenos y ayudándome en los malos, sin yo saber que me amaba desde niña. ¡Cuanto tuve que hacerla sufrir durante mi adolescencia!.
Hoy es un día especial. Durante la fiesta, después de la cena, anunciaremos nuestro compromiso. No sé cuándo podremos casarnos y convertirnos en los señores Norman y Hattie Wheeler, yo me gano la vida como profesor de piano y no me va nada mal. Pero ese no es el problema. El ambiente esta enrarecido, revuelto, se avecina una guerra, como todas las guerras, sangrienta y cruel, que va a destruir a muchas familias y va a dejar deshecho el país.
Nos va a enfrentar al norte contra el sur. George y Fred, que ahora ya tienen 17 años están entusiasmados con esta situación, esperando la oportunidad de poder alistarse y luchar por el sur, yo no entiendo este fanatismo.
El futuro es muy incierto y a nosotros nos atañe directamente. Yo no sé qué debo hacer. Vivo en el sur pero mis ideales se asemejan a los de las gentes del norte.
Si me quedo en el sur tendré que luchar en contra de mis creencias y sería un hipócrita. Si me marcho y me uno al norte tendré que luchar contra los míos, contra la gente que conozco, y tampoco es justo. No comprendo cómo estamos obligados a luchar y matarnos unos a otros.
¡Si pudiera eludir esta decisión!. Voy a intentar mantenerme al margen el máximo tiempo posible.
¡Ojalá estuviera Oscar aquí, ahora, para hablar de todo ésto!. Seguramente me podría ayudar, no a tomar una decisión, pero si a afrontar mi miedo.
Víctor se marcha a Europa en días próximos. Ha retrasado una semana su viaje pues todos tenemos que asistir,el próximo domingo, a la boda de Evelyn con el capitán Oliver Grey, hijo de nuestro apreciado alcalde. Hattie va a ser la dama de honor mas bonita del país.
Víctor se lleva con él a Sara. Intentarán vivir allí su historia de amor. Aquí les sería imposible.
¡Acaso sea esa la solución más fácil y cómoda para este dilema!. Hattie me seguirá a donde yo vaya, Brian lleva unos meses diciendo que le gustaría volver a Irlanda,el dice que por añoranza, pero todos creemos que lo que quiere es llevarse de aquí a mi madre para evitarle el sufrimiento de la guerra. Por otra parte mi madre siempre ha querido conocer el viejo mundo... Además, Carrie se criaría en un ambiente menos hostil. Podemos vender nuestras tierras, eso nos permitiría vivir holgadamente varios años, y trasladarnos a vivir todos a Europa.
Tal vez, pudiéramos partir juntos. Iniciaríamos todos una nueva vida, incluso podríamos fundar una escuela de música entre los tres... Lo comentaré con mis padres y con Hattie.
Y además, una vez allí, seguro que podré reencontrarme con Oscar.
¡Me entusiasma la idea!.



N.Wheeler.


FIN




Personajes que intervienen en la novela:

Warren Boyle........................... Accionista de ferrocarriles y padre de Hattie.
Leona Boyle............................. Madre de Hattie.
Hattie Boyle.............................. Gran amiga mía.
Harriet...................................... Tía de Hattie.
Travis Kalmus.......................... Comerciante y padre de George y Fred.
Bárbara Kalmus....................... Madre de George y Fred.
George y Fred Kalmus............ Jóvenes amigos míos.
Lisa, John, James Kalmus....... Hermanos mayores de George y Fred.
Dylan Wayne............................ Esposo de Lisa Kalmus.
Andrew Stacey......................... Predicador y padre de Evelyn.
Olivia Stacey............................ Madre de Evelyn.
Evelyn Stacey.......................... Amiga mía.
Ronald Kern............................. Banquero y padre de Víctor.
Loraine Kern............................ Madre de Víctor.
Víctor....................................... Gran amigo mío.
Richard Kern........................... Abuelo de Víctor.
Melanie, Emily, Gladys............Primas de Víctor.
Profesor Lemon...................... Profesor de matemáticas, literatura,francés Duncan Harley...................................... Nuevo reverendo.
Katherin Holm..........................Futura esposa del reverendo Harley.
Julia Steel................................ Señora enterada de todos cotilleos.
Donald Hollister........................Dueño de plantación y vecino.
Gordon y Dave Hollister..........Hijos del anterior.
Frank Potters........................... Dueño de plantación, amigo de Hollister.
Scott Potters........................... Hijo de Frank Potters.
Howard Stone......................... Dueño de plantación y vecino.
Sra. Stone............................... Embarazada esposa del anterior.
Juez Coleman......................... Gran amigo de mi madre.
Oliver Grey.............................. Prometido de Evelyn.
Dr. Brian O’Neil....................... Médico de mi familia.
Ana......................................... Nuestra sirvienta mas antigua y fiel.
Sara........................................ Sobrina de Ana.
Thomas.................................. Abuelo de Sara.
Rachel.................................... Nuestra cocinera.
Loreta..................................... Mujer negra de nuestra plantación.
Carrie..................................... Hija de Loreta.
Oscar Martinelli...................... Mi profesor de piano.
Arthur Wheeler.......................Mi difunto padre.
Susan Wheeler...................... Mi madre.
N. Wheeler............................. Yo.




Gracias a: Carlos, que me aclaró algunas dudas.
Jesús, que me corrigió la novela.
Mari Mar, que me ayudó a encontrar algunos nombres.

Y a todos vosotros, que habéis tenido la paciencia de leerla.


Marisa Bazán. 1997

2 comentarios:

Ligia dijo...

Voy leyendo poco a poco tus escritos. Has intentado enviarlos a alguna editorial o participar en algún concurso? Yo creo que deberías hacerlo. Sigo leyendo. Abrazos

Marisa dijo...

Ni se me ocurre la idea, no escribo tan bien como para publicar nada, ya digo en la presentación del blog que es una escritura "de andar por casa, para los amigos".
Espero que te entretenga la lectura de esta escueta novela corta o relato largo.
Un abrazo,
Marisa